Yoga en la infancia 10/ El yoga que merecen nuestros niños II: Las etapas de aprendizaje

2024-11-12

Último capítulo de la sección de ‘Yoga en la infancia’, que ha reunido los 10 más brillantes artículos ya publicados en YogaenRed por prestigiosos especialistas en yoga dirigido a la infancia y aplicado a la educación integral de niños y niñas. Este es el final del artículo de Luisa Cuerda que por su extensión y excelencia lo hemos compartido en dos partes.

Aquí puedes ver la primera parte.

Una vez explicada qué es la meditación en yoga y para qué se usa, volvamos a echar una mirada a lo que se pretende hacer con los niños. Es evidente que la mente de un niño no tiene la madurez funcional necesaria para meditar tal y como hemos explicado (ni, probablemente, de ninguna otra manera). Puede, eso sí, hacer lo que le dicen. Imitar. Quedarse quietecito en sukhāsana, con los ojos cerrados y apretados (para mostrar su interés) y las manos en chin mudra. Excepto por la postura, es lo que hacía yo misma hace cincuenta años cuando las monjas de mi colegio me ponían a rezar en la capilla. De rodillas y con las manos juntas y los ojos cerrados y apretados, repetía unas oraciones que me venían grandes y me veía invadida de emociones sentimentales causadas por el olor del incienso y las velas. Ni a mí ni a mis compañeras nos sirvieron de mucho esos momentos, por otra parte entrañables, para tomar una conciencia real y no emotiva de nuestra esencia. Eso llegó, cuando llegó o si llegó, mucho después y por otras vías más adecuadas.

La consecuencia inmediata de nuestras prácticas fue la implantación de unas creencias y un sistema de valores que tal vez fue la delicia de nuestros mayores pero que en muchos casos enturbió no poco, en años posteriores, nuestra aspiración al espíritu. Me atrevo a asegurar que tampoco les servirá de mucho su práctica a estos inocentes que, con siete años, se sientan a “observar su respiración y a distanciarse de sus pensamientos”, (¿podemos imaginarlo?) porque la moda educativa ahora va por ahí.

¿Sirve, entonces, el yoga, para beneficiar realmente y a largo plazo a los niños más allá de una moda pedagógica más? Por supuesto. El yoga consigue de manera rápida y eficaz que los niños mejoren su concentración y gestionen sus emociones, incluso en el caso de nuestros niños neurotizados por la sociedad que les hemos legado. Pero hay que usar las herramientas adecuadas a la edad, y ni la concentración ni la regulación de la respiración sirven en una criatura de primaria, si por servir se entiende un resultado interiorizado que trabaje a largo plazo a favor de su desarrollo integral, y por tanto de su felicidad.

El yoga que se ha practicado en India desde hace miles de años, que se aprendía en casa y que comenzaba a los cinco años tiene perfectamente estructurado el proceso de la práctica durante toda la vida humana. De los cinco a los doce años los niños, que no tienen por qué estar relajados, sino alerta y felices, practican posturas de yoga desde muy simples a progresivamente más exigentes que les hacen aumentar la flexibilidad, la fuerza, la resistencia, y les ayudan a perder el miedo a los pequeños desafíos del equilibrio, a conocerse y aceptar su lugar dentro de un grupo sin competitividad alguna, sino con deseo de superación. No realizan en absoluto prāṇāyāma sino que aprenden, sin darse cuenta, a adecuar la respiración a la postura.

El yoga va formando parte de su vida cotidiana de una manera ligera y natural. Se llama a este paso en la práctica sṛsti krama, que significa  ‘construcción’. En él, es fundamental iniciar a los niños a los dos primeros miembros del yoga, tan desconocidos en general, yama niyama, las actitudes hacia los demás y hacia nosotros mismos. Hay muchas formas de hacerlo: ayudar a los menos fuertes o a los más torpones; combinar las habilidades para conseguir algo en común; relativizar las propias habilidades y ponerlas al servicio de los demás; proceder con exquisito respeto hacia la sala, el profesor, los demás alumnos; cuidar y guardar adecuadamente el material; mantener la disciplina durante la práctica; tomarse en serio lo que se hace… También se pueden leer cuentos o establecer pequeños debates a fin de que los pequeños tomen poco a poco conciencia de la influencia que tienen sus acciones. No se trata de imponer un código de conducta sino de hacer ver a dónde llevan unas y otras actitudes.

A partir de la adolescencia y en la primera juventud (hasta los veinticinco años más o menos), se acentúa la atención en las posturas, que ya comienzan a ser āsana, es decir, posturas con el esfuerzo adecuado (prayatna), la estabilidad (saithilia) y la atención (ananta samāpathi) que exige el sūtra II.47. Este nuevo paso en la práctica tiene el nombre de śikśana krama, es decir, ‘perfección’, ya que el trabajo realizado desde la infancia les permite experimentar la alegría y el poder de un cuerpo bien formado y de una mente atenta. Es entonces cuando se comienza a practicar prāṇāyāma para entrenar el dominio de las distracciones, prepararse para meditar y dar un sentido a la potencia de la juventud.

Si en nuestra sociedad los adolescentes no han hecho yoga desde niños, se deberá renunciar a determinadas posturas acrobáticas por más que les gusten, e iniciarles, después de una secuencia de āsana progresivamente exigente, al prāṇāyāma. También se deberá trabajar yama-niyama de un modo adecuado a su edad. El hecho de reflexionar sobre las consecuencias de posibles actitudes consideradas “normales” o incluso deseables en sociedad y cuestionarse estas actitudes les ayudará a dotarse de una moral autónoma.

A partir de los veinticinco años comienza la edad más larga de la vida, la edad adulta, que llega hasta lo que nosotros llamamos tercera edad (en los antiguos tiempos, eran los cincuenta o cincuenta y cinco años). Un paso en la práctica que se llama raksana krama o ‘protección’ Es el momento de poner énfasis en el prāṇāyāma, y entrenar la capacidad de dirigir la mente y concentrarla para afrontar los desafíos de la vida activa. El espacio de āsana, en estos años, no es más que la preparación para la práctica del prāṇāyāma, que nos llevará a la meditación, ya que esta es una edad en la que se está preparado para comprenderla y abordarla.

Por último, de los cincuenta o sesenta años en adelante, el yoga se inclina definitivamente hacia la meditación. Es el momento de recapacitar y volver los ojos al interior. Este paso en la  práctica recibe el nombre de adhyātmika krama o ‘interiorización’. Sólo añadir, para completar todo el ciclo, que a lo largo de todo el proceso, se prevé que el practicante caiga enfermo, para lo que existe otro paso el cikitsa krama, ‘tratamiento’, que se practicará hasta que vuelva la salud, incorporándose de nuevo el practicante a la práctica que es adecuada para él.

Este es el yoga adecuado a las etapas de la vida tal y como se enseña en la tradición. No se trata de un dogma (debes hacer yoga así) sino de un proceso probado experimentalmente (si lo que quieres es llegar a un estado de yoga, te garantizo que de esta manera lo conseguirás). Y está ahí para ser experimentado por nosotros cuando queramos comprobar su validez. El estado de yoga no es una meta imposible ni el camino del yoga una serie de prácticas exóticas y esotéricas. Es una técnica inteligente y compasiva que nos lleva a cumplir, poco a poco y con seguridad, la aspiración de felicidad que todos y cada uno de nosotros llevamos inscrita en nuestros corazones. Nuestros niños, a quienes tenemos la obligación de señalar el camino hacia la libertad, se merecen que se la enseñemos adecuadamente.

Luisa Cuerda es profesora de yoga. Certificada en el Post Graduate Yoga Training por  Sannidhi of Krishnamacharya’s Yoga, tradición de la que es estudiante permanente.