Tres grandes conceptos que tras mis años de experiencia, como alumna, estudiante, practicante y profesora, puedo localizar en la práctica de yoga. En las salas, en las relaciones que se establecen entre las profesoras/es y los alumnos/as, estos conceptos son fácilmente confundidos si no se comprenden y entienden bien. Escribe Ana Canelada.
Muchos alumnos llegan al yoga con una gran carga de “necesidad”. Aquellos que necesitan que contínuamente les hagan caso, aquellos que necesitan llamar la atención, que necesitan de contacto físico, emocional, sentirse en un grupo. Aquellos que necesitan la continua palmadita en la espalda. Aquellos que sin el apoyo de las compañeras/os o profesoras/es no pueden mantener una práctica.
La necesidad implica una carencia… Los alumnos/as podemos convertir a nuestros profesores/as en los encargados de solventar esa necesidad, cargándoles con una responsabilidad que no les pertenece y además dificultando el propio progreso y avance.
Si nos permitimos el tiempo de introspección y escucha necesario, podemos darnos cuenta como alumnos de esa carencia que nos lleva a comportarnos de una determinada manera en la clase, y favorecer un cambio de actitud para solventar un comportamiento que sin duda no solo aparece en la práctica de yoga sino en todo lo que se hace en la vida.
La debilidad sale a relucir cuando tenemos una creencia limitante en cuanto a nuestro potencial. Puede existir una debilidad física obvia, una debilidad muscular que no nos permite realizar ciertos ásanas, por ejemplo, pero siempre existirá la posibilidad de mejorar esa debilidad física mediante el esfuerzo, dedicación y trabajo (también con trabajo específico no de ásana), o si la mejora de la debilidad no es posible, por lesiones o problemas reales de salud, siempre podrá adaptarse la práctica física.
Pero el gran problema es la debilidad mental. El identificarnos tanto, tanto con esa creencia de debilidad, de “yo no soy capaz”, de poner excusas siempre, de creer que los demás sí logran “equis” porque sus circunstancias son diferentes, que al final uno se sabotea a sí mismo, impidiendo no solo el progreso sino en ocasiones los primeros pasos en el camino del yoga.
De nuevo, darse cuenta, observar el diálogo interno, el cómo te hablas cuando te enfrentas a los desafíos que se puedan presentar en la esterilla, puede generar el comienzo de la transformación de la debilidad en fuerza. Porque cómo te hablas en la esterilla frente a una postura desafiante es cómo te hablas en la vida ante los imprevistos que surgen. Para modificar ese diálogo interno, esa debilidad mental, esa debilidad física, hay que querer cambiar, hay que encontrar la motivación interna que lleve a no hacer caso a esa idea tan limitante y bien enraizada en tu mente.
¿Y la vulnerabilidad? La vulnerabilidad, en el camino del yoga, según mi experiencia, es un regalo. Saberse vulnerable y no luchar contra ello supone la aceptación del “no control”. Supone la aceptación de que estamos expuestos al sufrimiento, a la incertidumbre, a la sorpresa, al disfrute. Saberse vulnerable en yoga implica entender que tus creencias no son nada, que lo que crees puede cambiar en un segundo, que puedes hacer una misma postura todos los días y que nunca será igual, que no te queda otra que rendirte a la vida. Sentirse vulnerable es ser humilde frente a la grandeza de la vida. Y desde la humildad es desde donde podemos aprender a vivir.
Ana Canelada. Enseña yoga con sinceridad, honestidad y coherencia. Clases de ásana, meditación y filosofía del yoga.
Madrid y online
www.anacanelada.com
@anacaneladayoga