Yoga en la infancia 9/ El yoga que merecen nuestros niños I: La meditación adecuada

2024-10-31

Penúltimo capítulo de la sección de ‘Yoga en la infancia’, que está reuniendo los 10 más brillantes artículos ya publicados en YogaenRed por prestigiosos especialistas en yoga dirigido a la infancia y aplicado a la educación integral de niños y niñas. En esta ocasión un artículo de Luis Cuerda que por su extensión y excelencia merece compartirse en dos partes.

yoga en la infancia

Foto de 袁 勇博

Cada vez es más habitual que tanto en colegios como en AMPAs se aborde el tema del yoga para niños relacionado con prácticas de meditación a fin de conseguir que los niños aprendan a relajarse. Pero ¿es este el modo adecuado de enseñar el yoga a los menores?

Mientras tanto, en el yoga para adultos suele ponerse el acento en la flexibilidad, la fuerza y ese “sentirse bien” que proporciona āsana, lo que dibuja un panorama de cincuentones sudando y niños de primaria aburriéndose muchísimo.

Como siempre, hay que preguntarse qué entienden por yoga quienes lo proponen como actividad extraescolar o curricular, en un totum revolutum, con la meditación vipassanamindfullness o con técnicas de crecimiento personal con nombre y apellidos de la persona que las vende. Y también qué pretenden con su iniciativa.

Comencemos por señalar la curiosa propensión a meditar por el sistema vipassana que existe entre los practicantes de yoga occidentales.  Una costumbre sorprendente, que podríamos rastrear en la mezcolanza que hubo en los años sesenta del pasado siglo entre yoga, budismo, hippies y sectas orientalizantes, como resultado de la fascinación por lo exótico y la audacia con la que quienes volvían de sus viajes a India pontificaban sobre lo que apenas habían comenzado a entender. Sin embargo, la meditación vipassana nació y se desarrolló en el budismo theravāda y, por tanto, entre practicantes acostumbrados a formas y conceptos que a los occidentales nos resultan difíciles de comprender e interiorizar. El resultado, muchas veces, es un sincretismo poco eficaz entre las formas orientales heredadas y una mentalidad consumista que quiere lograr metas y las quiere ya.

El Yogasūtra de Patañjali tiene, sin embargo, una vocación pedagógica universal que permite a cualquiera acercarse a él sin demasiados filtros. La meditación que propone es poco conocida y practicada, por lo que antes de continuar, vamos a hacer un breve repaso de la misma.

La meditación propuesta por Patañjali en sus ocho miembros es un entrenamiento encuadrado en un proceso impecable e infalible que comienza con el trabajo de āsana y acaba en la triada dhāranādhyānasamādhi, que es lo que suele conocerse como “meditación” y cuyo fruto es la claridad mental y la libertad de nuestro espíritu. De esta forma, la función de āsana es la de preparar prāṇāyāma, y la de prāṇāyāma preparar pratyāhāra, el dominio de los sentidos (es decir, de las distracciones que nos entran por la vista, oído, olfato, gusto, tacto y procesos mentales/emocionales), conseguido el cual y no antes, la mente está en condiciones de ser dirigida (dhāranā) hacia un objeto elegido por nuestro profesor o por nosotros mismos. Ese objeto (concepto que entenderemos mejor si lo llamamos ‘tema de meditación’) debe ser positivo, en el sentido de que nos eleve y nos proporcione algo de lo que carecemos. No estamos hablando de belleza, de poder o de riqueza. Ni siquiera de salud. No estamos hablando de rezar, pedir o desear un sueño. Estamos hablando de utilizar toda la atención mental que hemos sido capaces de conseguir con la práctica de āsana y de  prāṇāyāma para pensar en algo que elimine de nosotros esos patrones de conducta que surgen, queramos o no, o esas reacciones automáticas que nos recuerdan hasta qué punto somos esclavos de recuerdos, educación, genética, prejuicios.

‘El objeto’ en la meditación

Ese “algo”, ese tema de meditación que en yoga se traduce como ‘el objeto’ puede ser una cualidad abstracta, como por ejemplo la tolerancia o la sobriedad, puede ser también la grandeza o el amor de Dios, si somos creyentes, o el ejemplo de un ser humano al que admiremos. O puede ser un rostro, un comportamiento de alguien, una imagen que nos inspire. Algo absolutamente personal e intransferible sobre lo que comenzaremos a dirigir nuestra atención y nuestra habitual charla mental hasta que la palabra con la que se le define, los recuerdos y emociones que hemos asociado a ese objeto, los colores, sabores, olores que parecían definirlo, se vayan disolviendo y nos quede la esencia, eso que no podemos describir pero que se instala en nuestro espíritu, de modo que con el paso de los días vamos adquiriendo un poquito más de ello (en nuestro ejemplo, de tolerancia o sobriedad, de amor o grandeza divinas, de un comportamiento noble). Ese proceso de interacción entre nosotros y el objeto, ese quedarnos con un poco de su esencia es dhyāna.

Cuando el proceso se continúa día a día, llega un momento en el que, mientras  practicamos la meditación,  la mente se vacía de todo menos de ese objeto desnudo ya de conceptos. Es como si la mente, arrobada, no siguiera con su habitual cháchara, sino que fuera solo el receptáculo del objeto. Eso se conoce como samādhi, la plena integración. No es una meta sino una herramienta. Y tiene como fruto la eliminación de todos los patrones erróneos de pensamiento y conducta de la persona que practica. Da igual cuál sea el objeto, si este es adecuado. Por una vía o por otra, es decir, por un objeto o por otro, se llega al mismo lugar: una claridad mental extraordinaria, que redunda en una conducta impecable, es decir, en unas acciones que ya no atraen consecuencias negativas ni a nosotros mismos ni a nuestro entorno.

Esa es la meta: la libertad de nuestro espíritu para poder expandir su luz a nuestra mente sin velos (de miedos, odios, deseos, costumbres) que la opaquen. Por eso, el modo que se propone no consiste en luchar desaforadamente con nuestra mente durante 45 minutos. En la práctica diaria, luego del prāṇāyāma ayudado, si se desea, de mantra-s o de mudra-s que nos preparen, existe un periodo de reflexión de unos cinco o diez minutos; porque somos realistas, y no estamos intentando realizar una hazaña (lo que a veces refuerza nuestro ego más que cualquier otra cosa), sino aprender humildemente y con gratitud el manejo de una herramienta.

No existe un esquema de progresión en el tiempo; es decir, no se trata de que cada día estemos más tiempo manteniendo la atención. Porque lo que tratamos de hacer, precisamente, es trascender el tiempo, no gastarlo. Si el objeto nos absorbe, el tiempo del reloj podrá ser mayor de diez minutos. O menor. No importa, porque el tiempo del reloj deja de existir para la persona que está en integración. Y por eso, no es una cosa que esa persona logra a base de voluntad, sino que le sucede de forma misteriosa cuando practica con la intención puesta en la excelencia del ‘cómo’, no en el logro del ‘qué’. Es el paso a otra dimensión, definida por Patañjali como caturtha’, el ‘cuarto estado’. Lo único que nosotros podemos hacer por nosotros mismos es llegar con nuestro trabajo a las puertas de esa dimensión y estar preparados cuando se abran, no como el que llega a un paraíso prometido por una religión o por un coacher, sino como quien ha adquirido una habilidad que le ayudará a liberar su alma.

(El próximo jueves compartiremos la 2ª parte: ¿Sirve realmente el yoga a los niños?)

Luisa Cuerda es profesora de yoga. Certificada en el Post Graduate Yoga Training por  Sannidhi of Krishnamacharya’s Yoga, tradición de la que es estudiante permanente.