En nosotros se expresa la vida y todo lo que la vida comporta en todos los niveles y en todas las direcciones. Diversidad y vida son claramente sinónimos y se basan en lo mismo. En este sentido, la unidad o el yoga que buscamos y practicamos no puede hacer referencia a la desaparición de la experiencia humana expresada en la diversidad e incluso en la fragmentación interna. Escribe Mayte Criado.
“Cuando abro mis ojos al mundo exterior,
me siento como una gota de agua en el océano;
pero cuando cierro mis ojos y miro interiormente,
veo el universo completo como una burbuja
levantándose en el océano de mi corazón”.
Hazrat Inayat Khan
Todas las ideas fundamentales sobre las que se ha desarrollado el camino de la ética del yoga, yamas y niyamas, nos invitan a desarrollar valores y actitudes para relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea a través de toda esa maravillosa diversidad que el universo entero nos propone. Nuestra humanidad vulnerable le otorga un montón de significados y realidades que casi siempre tienen que ver con nuestro yo fragmentado más que con ese mundo de colores, diferencias, razas, entendimientos o formas de vivir.
Son valores que comienzan en el “otro”, de piel hacia fuera, como si el yoga nos estuviera lanzando un mensaje en clave mayor para organizar el sentido de la existencia como una obra de servicio incondicional. De entrada, ahimsa nos previene de ensombrecer al mundo con los efectos colaterales que los condicionamientos del propio yo pueden ocasionar en los demás, leves o graves que estos sean. Pareciera como si el propio yoga se ofreciera como balsa con la que navegar por esos territorios que nos ocupan internamente para simplemente salvar al mundo de sus repercusiones.
Es un viaje hacia la unidad. Imaginamos este proceso de unificación como un destino más allá de ese yo que nos ofusca y entorpece la visión de un mundo exento de diversidad porque una unidad dividida o hecha partes es fuente de sufrimiento. La búsqueda de la unidad en medio de la diversidad humana y terrenal es un ideal noble, pero una pregunta es si la diversidad es un contrario o si la diversidad debe ser trascendida para encontrar ese otro estado que llamamos uno con todo. ¿En qué consiste ese recorrido de eliminar los principales obstáculos del yo cuando éstos se amontonan a nuestros pies en forma de traumas, apegos, dolor, miedo, rechazo y vacío existencial? Un conglomerado de fragmentos que nos deja desnudos ante una realidad que busca incesante un punto de encuentro y cohesión, y que, al mismo tiempo, desata en nuestro entorno diferencias contundentes que derivan en injusticias, violencia, exclusión y sufrimiento.
Diversidad incluyente
Ni mucho menos se trata de una visión catastrofista sino de reflexionar sobre un concepto de unidad que parte del movimiento de diversidad que se despliega dentro y fuera de nosotros mismos. En nosotros se expresa la vida y todo lo que la vida comporta en todos los niveles y en todas las direcciones. Diversidad y vida son claramente sinónimos y se basan en lo mismo. En este sentido, la unidad o el yoga que buscamos y practicamos no puede hacer referencia a la desaparición de la experiencia humana expresada en la diversidad e incluso en la fragmentación interna.
No podemos aislarnos de las partes ni vivir exentos de ellas, ni las de allá ni las de acá, ni las buenas ni las malas, ni las luminosas ni las oscuras. Cuando hablamos de inclusión ¿estamos valorando la posibilidad de incluir en nuestra idea de unidad todos los fragmentos que arrastramos dentro de lo que cada uno somos?
En la vivencia de lo humano la característica principal es la fragmentación causada por los condicionamientos sociales, los traumas y el desarrollo de la propia personalidad, los conflictos internos, las crisis existenciales y un sinfín de experiencias que también identificamos como alegría, amor y bondad. Son las partes que la condición humana refleja igualmente en el entorno y en el mundo. Es una diversidad incluyente que nos instala en la constatación de la vulnerabilidad humana. A veces, toma la forma de un desastre descomunal y violento. Otras, se expresa con una compasión amorosa que traspasa todo calificativo. El poema de Thich Nhat Hanh “Llámame por mis verdaderos nombres” refleja de forma bella y contundente la realidad de la vida dentro de nosotros mismos. Nosotros somos el mundo.
Yoga como concepto de unidad no puede ser una idea superficial que solo sirva para celebrarlo en los anuncios publicitarios y en el Instagram. Tampoco puede ser una reflexión que invite a elevarse por encima de nada o a taparnos los ojos ante la humanidad que se expresa en la diversidad que creamos.
Tal vez podemos hablar de unidad como una suerte de claridad inclusiva; una especie de cuerda que nos sostiene a todos los seres humanos de igual manera, sujetándonos a ella cuando nos asomamos al abismo y delante de los ojos de nuestras almas solo vemos vacío. Cuando todo ese amontonamiento de obstáculos, fragmentaciones y sufrimiento se hace plenamente presente en nuestros corazones, sentimos que hay algo ahí capaz de sujetarnos con fuerza y con mucho dolor. Su intensidad ocupa en nuestro interior el mismo lugar que el despertar espiritual. Lo he visto y vivido muchas veces. Asomarse a ese precipicio parece resultar un milagro. El milagro de la integración. Darnos cuenta de la interconexión que hay entre todo lo que existe y entre todos los seres humanos, sentir la cuerda inclusiva de la unidad que todos podemos agarrar no nos llama a ningún lugar elevado, solo nos devuelve al espacio en el que por fin sentimos el suelo bajo nuestros pies. El milagro es precisamente el que nos genera una presencia sagrada en nuestra condición humana.
Mayte Criado. Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
www.escueladeyoga.com
91- 4166881 – 648 078 824
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