Mi artículo favorito: La leyenda del cuenco de los siete metales y la subida de la Kundalini

2024-07-02

En esta sección, las firmas asiduas de YogaenRed han elegido su artículo preferido (el suyo personal) entre los que hemos ido publicando. Pensamos que merecen circular de nuevo con fuerza en la portada de esta revista y en sus redes sociales, para que sean recordados y apreciados de nuevo en la actualidad. En esta ocasión «rescata» su artículo favorito Pedro López Pêreda.

cuencos

 

Hace tiempo, durante un viaje a Katmandú, un amigo nepalí me habló de un lugar donde se podían encontrar los verdaderos cuencos tibetanos de siete metales. De inmediato me atrajo la historia de cómo los monjes realizaban cuencos en las noches de luna llena, utilizando aleaciones de siete metales vinculados a los chakras y a los siete cuerpos celestes visibles en el espacio.

Así que, llevado por la curiosidad, me puse en marcha hacia un apartado paraje en el que, según me contó, podría adquirir uno de esos mágicos cuencos a los que se les atribuía un poder especial. Allí aprendí muchas cosas sobre los primeros metales que descubrió la humanidad, del cosmos y de su influencia en los chakras.

Una vez de vuelta en el hotel, estuve observando aquel objeto durante largo rato. Aunque en mi interior sabía que el cuenco que acababa de comprar estaba elaborado a partir de una aleación simple de metales básicos y que nada tenía que ver con lo que yo estaba buscando, aquella tarde fui consciente de que había descubierto la magia de un conocimiento fundamental para el proceso de crecimiento del ser humano, un conocimiento inesperado que posiblemente trascendía a su antigua leyenda.

La leyenda

En algunas aldeas apartadas, en lo más profundo de los Himalayas, el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad era celebrado con una serie de rituales en los que los sabios del lugar elaboraban la carta astral del recién nacido según los fundamentos de la tradición védica. Además, como regalo de bienvenida al mundo, forjaban para él un amuleto metálico, que podía ser un cuenco o cualquier otra figura que contuviese los metales relacionados con los cuerpos celestes dominantes en su carta natal.

Estos cuerpos celestes son los denominados navagraha (los nueve influenciadores), que se corresponden con los cinco planetas visibles a simple vista (Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno), el Sol, la Luna y los dos extremos del llamado eje karmático, formado por los nodos lunares ascendente y descendente (Rahu y Ketu).

Ese cuenco o amuleto que el niño recibía como regalo conmemorativo del día de su nacimiento debía ser conservado durante toda la vida. Si estaba bien elaborado, en él quedarían forjadas sus cualidades y su posible destino, especialmente aquellos aspectos que eran parte esencial de su naturaleza y que le proporcionarían equilibrio emocional, así como armonía en la vibración de sus siete chakras principales.

Como a cada cuerpo celeste le correspondía un metal concreto, en el Tíbet se contaba la supuesta historia de que los sabios habían aprendido a buscar cada uno de esos metales en los meteoritos que durante milenios habían caído en las altas montañas del Himalaya, provenientes de sus planetas correspondientes.

El secreto más buscado

Desde la más remota antigüedad, diferentes civilizaciones buscaron la relación secreta entre los cuerpos celestes y los siete metales, denominados también “antiguos” porque fueron los primeros que descubrió la humanidad. Por este motivo, la información que nos ha llegado es bastante diversa y algo ambigua. Cuando esta relación se amplió a los chakras, aumentó también la confusión y el misterio, pero cuando la astrología descubrió el orden con el que estaban colocados los planetas visibles en relación al sol (Neptuno y Urano no se consideran planetas visibles), se pudo ordenar esta correspondencia de la siguiente forma:

– Saturno es el planeta visible más alejado del Sol, se relaciona con el plomo y con el chakra Muladhara.
– Le sigue Júpiter, su metal es el estaño y su chakra Swadhisthana.
– Marte es el tercero y se corresponde con el hierro y el chakra Manipura.
– Venus, es el cuarto, su metal es el cobre y su chakra es Anahata.
– Mercurio, el planeta más cercano al Sol, obviamente, se relaciona con el mercurio y su chakra es Vishuddha.
– Nuestro influyente satélite, la Luna se relaciona con la plata y el chakra Ajna, el Tercer Ojo.
– El Sol, el centro de nuestro sistema planetario se corresponde con el oro y con el chakra Sahasrara. El Sol representa la chispa divina que está en nuestro interior, el lugar donde habita nuestro Ser.

Estos siete cuerpos celestes y su influencia en los humanos han tenido, en muchas culturas, una repercusión y un significado verdaderamente importante:

Los sumerios crearon una teología astral que identificaba a cada uno de estos cuerpos celestes con un dios. Los babilonios, los griegos y los romanos los designaron con los nombres que hoy conocemos en sus mitologías. Por otro lado, la letra del alfabeto sánscrito que se sitúa en el símbolo de cada chakra también le identifica con una divinidad concreta.

Otra relación importante entre los chakras y los siete metales está en la alquimia y la búsqueda de la piedra filosofal con la que pretendían conseguir tanto la vida eterna como la transmutación de cualquier metal en oro. A partir de la Edad Media, algunos alquimistas empezaron a ver que los aspectos metafísicos eran los auténticos cimientos de la alquimia y que los sieºte metales eran elementos metafóricos de la transformación espiritual. Por lo tanto, al transmutar los primeros seis metales en oro, podemos visualizar los seis primeros chakras y el ascenso de la Kundalini hacia Sahasrara. Pero esto ya es tema para otro largo artículo.

Posiblemente no se han encontrado y no se encontrarán en la Tierra cuencos de siete metales, pero es porque los humanos, como hice yo en Katmandú, siempre buscamos fuera lo que tenemos que buscar dentro y el cuenco de siete metales y la piedra filosofal que los convierte en oro de conciencia, únicamente se encuentran en nuestro interior.

Pedro López Pereda. Creador del centro Namaskar de yoga y autorrealización en la línea de Antonio Blay. Presidente de la Fundación Yoga y de la Asociación Yoga Meditativo. Miembro de la Asociación Nacional de Profesores de Yoga. Maestro de Reiki.

Ha publicado, entre otros libros: El mandala oculto (2017), El cuenco vacío (2018) y Las leyendas del Yoga. El origen mitológico de la meditación, el pranayama y las posturas de yoga (2021).