Esta es la última parte de la entrevista que nos concedió Mónica Cavallé y en la que da respuestas sabias y cabales sobre las importantes cuestiones del camino del autoconocimiento, eje central de su nuevo libro El coraje de ser. «El sentido de la justicia intrínseco a nuestro ser nos impulsa a intervenir allí donde vemos injusticias, desequilibrios. No es posible habitar la conciencia de unidad y no sentir este impulso», dice la filósofa. Es una entrevista YogaenRed/Pepa Castro.
Si leíste la primera parte de la entrevista, que publicamos el lunes pasado, seguro que estarás deseando seguir leyendo esta última parte. (Si no pudiste leerla, puedes recuperarla AQUÍ)
Mónica Cavallé es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Ciencias de las Religiones. Trabaja como filósofa asesora y dirige la Escuela de Filosofía Sapiencial. Ha escrito, entre otros libros, La sabiduría recobrada, El arte de ser y La sabiduría de la no-dualidad.
Pregunta: Quiero reiterar ese gran valor de El coraje de ser: tu continuo esfuerzo por buscar respuestas y despejar dudas y reticencias sobre ideas que en principio no nos encajan. A mí, hay intuiciones que me cuesta más entender desde la realidad cotidiana, mundana, como esa frase de que la “realidad nunca se equivoca”, siendo que vivimos montados sobre equivocaciones continuas… ¿Cómo confiar en que la vida nunca se equivoca?
Mónica Cavallé: La inteligencia del corazón es la única que puede ofrecer respuestas a tu pregunta. Porque, efectivamente, ¿cómo que todo está bien? Es evidente que hay mal, no se puede negar su existencia. La idea de que, en el fondo de las cosas, y a pesar de los pesares, todo está bien, es una certeza íntima que se deriva de la aceptación profunda de la realidad. Cuando se acepta el dolor con radicalidad, se despierta a una alegría profunda sin causa. Cuando se acepta con radicalidad la desorientación, las dudas, la confusión, se accede a un trasfondo de certeza íntima.
Lo he visto muchas veces: tras la aceptación radical de la propia vida, de nuestra fragilidad, de nuestra impermanencia, del no entender –porque nuestra mente no está capacitada para entender el misterio de la vida–, de nuestros límites, de nuestras dificultades, de nuestra impotencia ante tantas cosas, aflora una paz de una cualidad diferente, una sensación de orden y el convencimiento íntimo de que, en el fondo, todo está bien.
Es como si, ante lo que nuestra mirada limitada percibe como como un caos, la mirada amplia del corazón nos dijera: confía. Pero esto no hay que creerlo, no es una creencia consoladora que pueda servir para reprimir tu miedo, tu experiencia del sinsentido, del caos. No. Atraviesa tu experiencia hasta el final y mira a ver dónde te lleva. La experiencia tiene la última palabra.
P: Suena a amor incondicional a la vida…
M. C.: Así es. El sí radical a la realidad tiene un inmenso poder.
P: La aceptación no es inacción. Supongo que no es quedarse en “lo que sucede, conviene” y no me muevo de mi burbuja…
M. C.: No, no. Insisto continuamente en el libro en que la aceptación no equivale a la resignación. La aceptación no es inacción. Si me diagnostican una enfermedad terminal, que acepte el diagnóstico no significa que no investigue activamente sobre tratamientos nuevos y que no haga lo posible para revertir la situación. Puedo aceptar y ser proactivo. De hecho, es más eficaz la acción del que acepta, es más serena y lúcida, que la de quien no quiere asumir que está enfermo ni afrontar la enfermedad, pues actuará desde la ansiedad y la negación.
Con la realidad exterior pasa igual. Si eres sensible y tu sentido de la justicia está despierto, ante la injusticia experimentas un dolor, en ocasiones un enfado limpio, y un deseo de intervenir. Pero, a la vez, se puede intervenir con serenidad si se acepta la condición humana: somos ignorantes y, donde hay ignorancia, hay daño; convivimos personas con niveles de conciencia muy dispares, algunas sumidas en la conciencia de separatividad, es decir, que experimentan que el bien de otro es contrario a su propio bien. Asumir que esta es la naturaleza de este mundo, que hay ignorancia y hay injusticias, lo que no significa que nos gusten, nos permite intervenir para cambiar las realidades injustas con mucha más lucidez y ecuanimidad; ya no actuamos desde la ira o desde el odio. La aceptación no solo no es contraria a la acción transformadora, sino que es el verdadero fundamento de la acción sabia. Por eso hablo de la aceptación proactiva.
Quiero escribir un texto sobre la acción política desde una mirada sapiencial. El sentido de la justicia intrínseco a nuestro ser nos impulsa a intervenir allí donde vemos injusticias, desequilibrios. No es posible habitar la conciencia de unidad y no sentir este impulso.
P: Es buena idea escribir un libro sobre nuestra actitud hacia lo político. Creo que abundan ya mucho los libros que se limitan a la esfera de lo personal, de lo que sucede dentro de uno mismo.
M.C: Estoy de acuerdo. Es necesario hablar de las consecuencias que tiene el autoconocimiento filosófico en nuestra forma de ver y afrontar la realidad política. Esto es algo urgente dado el creciente nivel de mediocridad de la pequeña política.
P: Eso puede ser otra derivada de una cultura social mercantilizada, materialista e individualista… Incluso el yoga y el mindfulness se están usando para que cada uno se interiorice en su burbuja y neutralizar el impulso colectivo hacia el cambio de lo que nos parece injusto.
M.C: Totalmente. Decía que el camino del autoconocimiento nos tiene que llevar al lugar en el que se establece la conciencia de unidad, el sentimiento de interdependencia, de no dualidad: tu verdadero bien y mi verdadero bien nunca están en conflicto, cuando te daño, me daño, y cuando te ayudo, me ayudo. Esta intuición ha de fundamentar la vida pública. Por eso no se puede separar el camino espiritual de la acción social y política.
P: Hay una frase del filósofo José Antonio Marina que me ha impresionado: “Es una catástrofe que estemos tan interesados en la felicidad individual porque entonces se rompe el hilo entre la felicidad individual y la social, que es la justicia”.
M.C: En primer lugar, diría que la felicidad no hay que buscarla. La felicidad es el fruto indirecto de una vida verdadera, de una vida valiosa y auténtica. Con respecto a las palabras de Marina, creo que la búsqueda autista de la felicidad individual parte de un concepto del ser humano según el cual los límites de mi yo coinciden con los límites de mi propia piel, de modo que todos estamos esencialmente separados y tu bien entra en conflicto con mi bien. El autoconocimiento lo que nos revela es que esto es una ficción, que el núcleo de mi identidad me pone en comunión íntima con todo.
Coincido en que un cierto hedonismo individualista, narcisista, está contaminando el mundo de la espiritualidad y de la autoayuda. Aquí se aplicarían las palabras de Marina. Pero el autoconocimiento sapiencial bien entendido precisamente nos saca de la autorreferencialidad narcisista; culmina en lo que en El coraje de ser denomino ‘el silencio del yo’. Abandonamos las falsas concepciones sobre nosotros mismos y sobre la realidad que nos limitan y encierran, y nos descubrimos como presencia consciente abierta a todo y unida a todo.
P: Hablemos del nivel de conciencia, que es una frase que se utiliza mucho en el mundo del yoga y de la espiritualidad. Si no se explica bien, como tú haces en tu libro, a mí me suena un tanto elitista eso de estar por encima uno de otro, ¿no? ¿Cómo se conforma el nivel de conciencia? ¿Hay atajos, ritos, métodos, prácticas del yoga o del budismo?
M.C: Es un hecho que hay niveles de conciencia: no todos tenemos en todo momento el mismo nivel de desarrollo en una dimensión u otra. Constatar esto no es elitismo porque somos esencialmente iguales y las diferencias de desarrollo son temporales.
Las prácticas, métodos y ritos, si no van acompañados de un profundo amor a la verdad, de un compromiso con poner luz y verdad en la propia vida y de permitir que esa verdad nos transforme radicalmente y nos lleve a donde nos tenga que llevar, y si no van acompañados de la conciencia de unidad, son algo vacío. En el Evangelio, los fariseos eran los perfectos cumplidores de la ley y de los ritos, pero les faltaba lo esencial: el amor. Cualquier camino da frutos si está sostenido en el amor, en el anhelo profundo de verdad, en la humildad genuina, en la entrega y en la rendición a lo superior en nosotros.
La vida es creatividad ilimitada, por lo tanto, hay muchos caminos. Las corrientes, religiones o personas que te dicen ‘este es el camino’ pretenden limitar la riqueza desbordante de la vida. De hecho, creo que en último término hay tantos caminos como personas. Que cada cual acuda a aquello con lo que resuene, a lo que le ayude, pero teniendo presente que ningún camino exterior puede suplir las actitudes interiores fundamentales mencionadas. Creo, además, que el compromiso con el autoconocimiento tiene que ser el fundamento de cualquier camino interior sapiencial o espiritual. En todas las tradiciones ha estado presente la invitación al conocimiento propio. Si no nos conocemos, confundiremos nuestro crecimiento interior con la construcción de un yo-ideal; esto puede abocar al narcisismo espiritual: nos creemos muy elevados y, efectivamente, hemos construido un yo superficial como una catedral.
El autoconocimiento nos pone en nuestro sitio, nos da un baño de verdad, de realidad, de humildad, sobre el que se pueden construir cosas realmente sólidas.
Gracias a Mónica Cavallé por su trabajo y dedicación, y a todos los lectores y lectoras de YogaenRed por la atención dedicada a esta entrevista .