¿De verdad necesitas un reloj que te diga que has dormido bien o mal o saber tus pulsaciones en cada momento del día? ¿Necesitas esa esterilla que marca tu alineación ideal o la aplicación que te indica los pasos para meditar? Toda esa tecnología «avanzada» evita lo más preciado de la experiencia yóguica: el darte cuenta, y amenaza por tanto con mantenernos eternamente infantilizados. Escribe Ana Canelada.
Este es un tema que abre un campo amplísimo de preguntas al respecto de qué papel estamos dando a las tecnologías más recientes en nuestra vida y si somos conscientes de ello. No voy a entrar a valorar si, en la vida en general, tecnologías sí o tecnologías no. Me parece que, como en casi todo en la vida, no hay ni blanco ni negro, ni siquiera una gama de grises, sino que el espectro de colores entre blanco y negro es diría que infinito. Todo depende del uso que se le dé a la tecnología, ¿verdad? Esto sería la respuesta más general. Pero sin duda el avance tecnológico modifica nuestra vida día a día en muchos aspectos en los que ya no tenemos facultades para elegir si usarla o no. Está, y hay que aceptarlo.
Pero todavía quedan algunos espacios personales en los que podemos tomar consciencia y ser plenamente dueños de la elección de si usar recursos tecnológicos o no. Entre ellos, el yoga. Aquí, mi opinión sobre la moderación del uso de la tecnología cambia y me inclino claramente hacia la opción de no incluir la tecnología en la práctica yóguica.
Yoga, como otras veces he comentado, es un sistema muy complejo de muchas áreas de conocimiento pero que apuntan unidas hacia el autoconocimiento. Autoconocimiento para conseguir un objetivo (obviemos hoy éste). El camino hacia ese autoconocimiento conlleva tiempo, esfuerzo, energía, dedicación y voluntad de estar presente y despierto momento a momento para darnos cuenta de lo que pasa en una primera fase en nuestro cuerpo y, más adelante (si el camino se va recorriendo y no queda estancado), en algo mucho más profundo.
A veces en los cursos hago alusión a que el yoga nos convierte en adultos. En responsables de nosotros mismos y de nuestra relación con el entorno de una manera consciente. Tú te ocupas de ti y de lo que haces con y hacia lo demás. Tú tomas las riendas. Si te interesa el camino espiritual, no te queda otra. Tarde o temprano, tú tienes que ser el responsable; si no, no hay crecimiento. Y para ello ha de existir una introspección, tienes que mirar hacia dentro.
La importancia del darse cuenta
Los sistemas tecnológicos puestos al alcance del mundo yóguico, lo que va a venir, ya sea una esterilla inteligente que te marca los datos de un alineamiento “ideal”, unas gafas virtuales que te faciliten un espacio de nuevo “ideal” para la concentración, una ropa inteligente que te vaya marcando un ajuste… no hace otra cosa que sacarte hacia afuera. Delegas tu responsabilidad de darte cuenta de en un aparato que te va marcando su ruta una manera aséptica, como si fueras una máquina. Sin tener en cuenta que cada día, cada momento del día, será distinto para la meditación o práctica de asana porque tú eres distinto cada día, cada momento del día. Pero para saberlo tienes que darte cuenta de ello.
Podemos creer que la tecnología facilita la vida, en este caso la práctica. Yo no lo creo; es delegar y delegar nuestra responsabilidad. Es una infantilización continua.
Y si, como siempre digo, esto lo sacas fuera de tu esterilla… ¿De verdad necesitas un reloj que te diga que has dormido bien o mal?, ¿de verdad es necesario saber tus pulsaciones en todos los momentos del día, el número de pasos que das o si estás estresado? ¿No eres capaz de saber tú si estás cansado y ayer te sobró el último capítulo de la serie?, ¿no eres capaz de saber si se te acelera el corazón porque estás dando más de lo que puedes o porque has visto a quien te hace ilusión ver?, ¿no eres capaz de saber si no andas ni te mueves, si los pasos que das son del sofá a la nevera o de si los paseos son suficientes porque notas cansancio? ¿No eres capaz de darte cuenta de que el estrés se está apoderando de ti? ¿De verdad no puedes darte cuenta tú?
A mí todo esto me suena a que no nos gusta ser adultos. Intentamos delegar responsabilidad vital, antes en nuestros padres, luego en los médicos, en los jefes… y de verdad que creo que se está delegando responsabilidad en los artilugios tecnológicos.
Transitar el camino
Es genial que haya estudios de cómo funciona el cerebro y los efectos bioquímicos que se producen a nivel físico cuando uno medita o practica asana (bueno, genial desde el mundo del aprendizaje y no tan genial el buscar siempre la demostración científica de lo que hace cientos de años se ve que está resultando), pero de ahí a querer acelerar el proceso y utilizar atajos instrumentales para llegar a esos “resultados” sin haber pasado por el camino del autoconocimiento, la autorregulación, el aprendizaje y la adaptación, me parece peligroso.
Así como uno no entra en ciertas posturas sin haber transitado por una preparación para evitar posibles lesiones, tampoco deberíamos jugar con la rapidez en alcanzar determinados estados mentales gracias a unos electrodos si antes no hemos pasado por la preparación para ello.
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, que decía Machado… ¿Por qué tanta prisa en no transitar el camino? Dejemos la tecnología para lo necesario pero no nos perdamos lo importante, no dejemos de ser los únicos protagonistas de nuestra vida, no dejemos de conocernos y no nos fiemos de que algo nos diga cómo somos.
Ana Canelada. Profesora de Yoga Iyengar
www.anacanelada.com
@anayogaiyengar