Ya se ha estrenado Samsara, y estamos deseando verla. Su director, Lois Patiño, ha logrado que una película llegue hasta el espíritu de los espectadores y que participen en una experiencia inmersiva de meditación colectiva. Y lo que es casi más insólito, que esté recibiendo buenas críticas por ello.
El argumento: Samsara ocurre en tres tiempos. El primero sucede en Laos, en una comunidad de monjes budistas, durante la lectura que hace un adolescente del Libro de los muertos tibetano (el Bardo Thödol, traducido correctamente como Libro de los estados intermedios) a una anciana moribunda y que, según la creencia budista, permite la entrada en el ciclo de la reencarnación. En el segundo tiempo, la pantalla se dirige al espectador y le conmina a cerrar los ojos, a sentir y escuchar, para volver a abrirlos —ya en el tercer tiempo y después de experimentar este singular tránsito—, en una aldea pesquera de Zanzíbar, donde el sencillo plano de una mano nos devolverá la luz.
Desde los templos de Laos, conviviendo con monjes budistas adolescentes, acompañaremos a un alma en su tránsito de un cuerpo a otro a través las palabras y sonidos del Libro tibetano de los muertos. Un recorrido lumínico y sonoro que nos llevará a reencarnarnos en las playas de Zanzíbar, donde grupos de mujeres trabajan en granjas de algas.
Sensación de unidad
Ha dicho el director de la película, Lois Patiño: «Me gustaría que el público se llevara a casa es la sensación de que todos formamos parte de lo mismo. Creo que está presente en muchas ramas míticas de las religiones, como el sufismo o el misticismo católico, y también, por supuesto, en el bardo tibetano. Uno de los conceptos clave del Bardo Thodol es reconocer toda luz como tu propia luz, todo sonido como tu propio sonido. En esta película va más allá, en el sentido de que estamos conectando culturas muy diferentes con la idea de un alma que viaja de un cuerpo a otro. En cierto sentido, es un pequeño intento de traer más fraternidad, y creo que eso es algo bueno que intenta generar».
«Siempre nos interesa algo que no entendemos. Todas las culturas y religiones intentan dar respuestas provisionales a lo desconocido en forma de mitos y creencias. Una de las preguntas más importantes es la cuestión de qué hay después de la vida. Estos mitos, estas historias aparecen para intentar calmar la ansiedad por la muerte que tenemos todos. En Samsara quería centrarme en la respuesta budista a ese misterio. En el Bardo Thodol, un libro que está pensado para que te lo lean antes de morir, los budistas tienen trazada una experiencia muy compleja y completa. Dice: esto es lo que va a pasar, no hay nada desconocido, no tengas miedo, todo forma parte de ti.
De nuevo, es el sentimiento oceánico».
Notas de Lois Patiño: la sala de cine como espacio de meditacióncolectiva
Samsara profundiza en algunas constantes que he ido explorando en mi trabajo: la reflexión sobre la relación entre el ser humano y el paisaje, un interés antropológico centrado especialmente en lo mítico y espiritual o la voluntad de llevar al espectador a una experiencia íntima y meditativa. En mis películas anteriores, he desarrollado conceptos que tienden a “vaciar” la imagen, como la distancia, la duración o la inmovilidad. Las figuras humanas aparecen en estas películas muy alejadas o paralizadas, sugiriendo, de alguna manera, una desaparición, un diluirse del ser humano en el paisaje. En Samsara sigo trabajando desde el concepto freudiano de “sentimiento oceánico”: sentirse formar parte del Todo, como la gota de agua forma parte indivisible del océano, una idea de comunión espiritual presente también en el concepto de iluminación budista que el proyecto explora.
En Samsara quería llevar el “vaciamiento” de la imagen un paso más allá y explorar más profundamente la idea y la representación de lo invisible en el cine. Así es como pensé en hacer una película para ver con los ojos cerrados. Quería también aproximar aún más la experiencia cinematográfica a la meditativa y que la sala se convirtiera en un espacio de meditación colectiva. Me interesa, por otro lado, la multiplicación de la imagen que provoca el gesto de cerrar los ojos, ya que el sonido evocará imágenes diferentes a cada espectador. Así como la experiencia perceptiva singular derivada del hecho de que sea el párpado, empapado de luz, el que se convierta en pantalla. El Libro tibetano de los muertos –una descripción detallada de lo que nos encontraremos en el más allá– me pareció un lugar óptimo para desarrollar esta propuesta cinematográfica de ojos cerrados, por ser un espacio espectral, donde lo evanescente y fugaz adquiere mayor presencia.
(Esta información está basada en lo publicado en https://atalantecinema.com/entrevista-con-lois-patino/)