Para ir directo al grano diré algo que siempre has intuido desde el fondo de tus adentros y, con todo, te volará la cabeza: una parte importante de los textos antiguos del yoga, incluyendo algunos de los más conocidos, es obra de mujeres. Lee este artículo hasta el final, que te lo explico. Escribe Joaquín G. Weil.
Iba a titularlo “Grandes yoguinis de la historia”, que tal vez hubiera tenido más realce, si bien he preferido ser más justo y dedicárselo a las yoguinis desconocidas, que luego seguido explico quienes son, y a las cuales tantas esculturas están dedicadas no sólo en India, sino en otros países de Asia. Dado que la mayoría de los practicantes de yoga hoy en día son mujeres, estas referencias femeninas, además de ser ciertas, son necesarias y como tales es de justicia desvelarlas y reconocerlas. Este es uno de los “grandes elefantes ocultos en el templo del yoga” a los que hacía referencia en mi artículo anterior sobre la fábula de los “yoguis ciegos”.
Como bien apunta Naren Herrero en su reciente libro, el yoga tiene un fuerte componente femenino. Después de haber estudiado diversos aspectos filosóficos, culturales y espirituales del yoga a través de su larga historia, diré incluso más: una de las características básicas de la tradición del yoga es su apertura hacia lo femenino, que es única en diversas épocas y lugares. Esta presencia femenina en el yoga tiene momentos particularmente brillantes, tal como en su mismo origen literario en el yoga upanishádico, y luego más acentuado todavía en el movimiento tántrico y en el hatha yoga clásico. Y no sólo eso, sino que además la feminidad del yoga tiene un componente singular dentro de lo que podamos considerar por tal, y es que, en la tradición del yoga, y luego pondré algunos ejemplos, la feminidad se concibe en unión sinérgica con lo masculino, como una suma de fuerzas dentro de la persona y entre las personas, muy alejado de algunas formas de feminismo adversativo que acontecen en nuestros días.
Esta unión mística de lo masculino y lo femenino, como suma consciencial se encuadra dentro del concepto de “sama yoga”, que es un término reiterativo o pleonástico, pues si la palabra “yoga” significa unión en alguna de sus acepciones, también «sama» significa lo mismo, por la conexión indoeuropea, en relación con nuestra palabra “suma”. Y que viene a ser una fusión sinérgica de principios aparentemente antitéticos, como pueda ser el sol y la luna (ha-tha), los dos canales energéticos complementarios de nuestro cuerpo, que son ida y pingala, el hombre y la mujer, la energía masculina y la femenina dentro de la persona, simbolizada por el matrimonio sagrado entre Shiva y Shakti.
Culto a lo femenino
Dentro de la Inidia medieval hubo un movimiento espiritual y cultural conocido como “el culto a las yoguinis”. Esta tan desconocida corriente artística y espiritual era bien singular dentro de los diversos movimientos culturales del subcontinente indio, y hasta tenía sus maneras específicas y únicas de construir templos (hípetros). Y, aunque hoy olvidado y sin una continuidad tradicional, podemos suponerle unos determinados rituales e ideario centrados, como el nombre sugiere, en las yoguinis, que eran representadas a lo largo de una suerte de soportal a cielo abierto, mirando todas ellas a un santuario central dedicado a Shiva. El shivaismo siempre tuvo este componente de culto a lo femenino, y de modo místico a la unión de lo femenino y lo masculino, sobre todo dentro del hatha y el tantrismo, aunque venía desde muy antiguo simbolizado en la imagen y forma del yoni-lingam, que representaba la unión entre la vagina sagrada de la diosa y el itifalo del dios.
Si este artículo se hubiera titulado “grandes yoguinis de la historia”, hubiera tenido que mencionar a las pioneras del yoga upanishádico como Gargi Vachaknavi, Vadava Pratitheyi y Sulabha Maitreyi; también en cuanto a lo literario, tal vez con una referencia histórica real, nombrar a la Sulabha del Mokshadharma y a la Chudala del Yoga Vasishtha; recordar también a las grandes yoguinis del medievo, Muktabai y Lalleshwari; dentro del budismo de Cachemira las célebres Niguma y Sukhasiddhi y, en el Tíbet, a Yeshe Tsogyal, conocida en sánscrito como Jñanasagara “Océano de Sabiduría”, considerada “madre del budismo tibetano”. Y muchas otras. Y toda esta presencia de las mujeres en la tradición del yoga se refleja además en una cultura de lo femenino presente, además del ya aludido “culto a las yoguinis”, en otras manifestaciones que no caben en el espacio de un artículo.
Si bien, en este breve texto quiero traer el foco al hecho de que una de las peculiaridades de la larga tradición del yoga es su característica creación colectiva y, en gran medida, anónima. Me explico, mientras otras corrientes están fundadas o refundadas por alguna personalidad histórica que, en ocasiones, le da incluso nombre, como en el budismo de Buda, y también el jainismo de Mahavira, el advaita de Adi Shankara y, antes que todo eso, el Samkhya de Kapila. En el yoga, por su parte, aunque conocemos alguna de sus personalidades más relevantes, hay muchos otros creadores o contribuidores a la tradición de quienes no sabemos ni el nombre. Si, al menos, una parte de la tradición yóguica ha sido creada por mujeres cuyo nombre nos consta, podemos deducir con tranquilidad que en la misma proporción, y aún más, la parte anónima de la tradición del yoga es obra de mujeres, estas son las yoguinis desconocidas, a las que alude el título. Y es algo que puede además deducirse por las características culturales e ideológicas del yoga en general y de alguna de sus tradiciones en particular, como en el tantra o el hatha, donde el culto a las divinidades femeninas es un elemento básico, y donde algunas técnicas como la meditación en el útero energético o garbha, o en el yoni, tienen un palmario componente femenino. Y no es descabellado tampoco deducir que los textos que expresan diálogos entre un maestro y una maestra, como el Yoga Yajñavalkya, o entre un dios y una diosa, Shiva-Shakti, sean en efecto, una creación dual de un matrimonio sagrado, un hombre y una mujer al alimón (sepan los que han de saber).
Se me podrá argüir que no hay pruebas o documentación de esto, pero tampoco la hay de la asunción consciente o inconsciente o el prejuicio inverosímil, aunque casi unánime, de que todos los textos de yoga son una creación puramente masculina.
El componente femenino de la tradición del yoga llega hasta nuestros días, pues está en la raíz del surgimiento del yoga postural contemporáneo a finales del siglo XIX y principios del XX, si bien esto ya es otra historia que las personas interesadas pueden leer en mi libro Breve historia y filosofía del yoga, desde sus orígenes en el valle del Indo hasta el yoga postural contemporáneo y el mindfulnes.
Si tienes alguna conocida yoguini, por favor, reenvíale este artículo dedicado a las yoguinis desconocidas (lo siento, no he podido sustraerme al juego de palabras que casi ha surgido por sí mismo), probablemente también le interesará y te lo agradecerá. También, si quieres comentar algo o expresar tu opinión sobre este asunto en redes sociales como el Instagram de YogaenRed, me encantaría saberlo, de modo que si quieres meterme en la conversación, por favor, mencióname @yogamalaga
Para despedirme hasta la próxima, te ruego no te pierdas mi próximo artículo sobre historia y filosofía del yoga aquí en Yogaenred titulado El yoga de las esculturas vivientes. Te sorprenderá.
Joaquín G. Weil es autor del Breve historia y filosofía del yoga.
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