Hace años dirigí Psicología Práctica, una revista que procurábamos construir con la mayor dignidad posible, apoyándonos en brillantes colaboradores y, por tanto, con menos recetas de autoayuda superficiales que reflexiones valiosas para aprender a vivir y a relacionarnos. Entonces conocí a José Antonio Marina. Escribe Pepa Castro.
José Antonio Marina era uno de los más admirados colaboradores de aquella revista. Y yo me consideraba una de sus más fervientes seguidoras porque me deslumbraba entonces y hoy me sigue admirando su agudeza intelectual y su sentido común para diseccionar con justo criterio cualquier problema de este embrollado mundo nuestro.
Este filósofo mío de cabecera –que siempre me aclara eso, la cabeza, en mis comecocos cotidianos– no es que se ande por las ramas a la hora de exponer, negro sobre blanco, lo que piensa sobre muchos de los retos que nos plantea el mundo en el que vivimos. Y enseguida lo van ustedes a comprobar.
A finales de año José Antonio Marina presentó su último libro, El deseo interminable. Enredando hace unos días en la red, leí varias entrevistas que hicieron al filósofo por la ocasión. Y les dejo esta pequeña selección de párrafos y debajo los enlaces a las entrevistas completas…
Respuestas de JAM
Pregunta: Usted diferencia felicidad, en minúscula, de Felicidad. ¿Por qué son cosas distintas?
José Antonio Marina: Porque en minúscula es cualquier satisfacción de un deseo. En oposición a los animales, que cuando satisfacen un deseo se quedan tranquilos, los humanos no. Cuando satisfacemos uno, aparece otro, y otro… De manera que por una parte disfrutamos si satisfacemos un deseo pero a la vez padecemos una cierta ansiedad porque siempre nos queda alguno por cumplir. Los humanos soñamos con una especie de estado en el que por fin todos nuestros deseos estén satisfechos. No sabemos lo que es pero pensamos ‘qué bien estaría si ya no echase nada en falta’. A eso es lo que hemos llamado Felicidad, en mayúscula.
P: Por lo tanto es una búsqueda interminable.
JAM: Exactamente, una búsqueda interminable para un deseo interminable. Lo que ocurre es que a lo largo de la historia se produjo un cambio y es que, además de la felicidad individual, subjetiva, existe una felicidad objetiva, aquella situación social en la que me gustaría vivir porque es un escenario en el que mi anhelo personal estaría más satisfecho. Así como la primera felicidad es más difícil de definir, en la segunda es más fácil que nos pongamos de acuerdo porque todos querríamos vivir en una situación en la que se respetasen nuestros derechos, no hubiese discriminación, tuviésemos participación en el poder o existiesen políticas de ayudas. Ese fue el descubrimiento de los ilustrados.
P: Entonces una primera lección sería que para ser felices debemos ocuparnos de que el mundo esté mejor.
JAM: Sí. Es una catástrofe social que estemos tan interesados en la felicidad como experiencia subjetiva porque significa que hemos roto el hilo entre la búsqueda de la felicidad personal y la social. Cuando nos replegamos rompemos el dinamismo más noble que ha tenido la humanidad y es la búsqueda de la felicidad pública, que en último término es la justicia, el modo de resolver bien los problemas.
P: ¿Quién decide qué es justo y qué es injusto? Porque no siempre tiene que ser lo que establece la ley puesto que una norma también puede ser injusta.
JAM: Defino la justicia como la mejor solución posible a los problemas de la convivencia. Los seres humanos somos conflictivos y para mantener la paz hemos buscado soluciones. Han ido cambiando porque se han encontrado mejores soluciones. De ahí que la historia de los derechos sea la gran historia de la humanidad. En último término es justo todo aquello que va a favorecer la pública felicidad. Yo odiaba la palabra felicidad, estaba harto, y sin embargo descubrí que esa tendencia a buscar mejoras de vida es la felicidad. La permanente búsqueda de la justicia es su paraguas. Cuando se quiere aplicar es cuando vienen las leyes.
P: ¿Por qué si somos tan inteligentes cometemos tantas estupideces?
JAM: Para buscar una respuesta hay que mirar la historia bajo rayos gamma y ver cuáles son los componentes emocionales. Siempre que cometemos un disparate es porque el mundo pasional se impone al racional. Somos seres divididos incluso biológicamente puesto que nuestro cerebro trabaja a dos velocidades. Mientras los centros emocionales cambian muy poco, la parte cognitiva, la corteza cerebral, cambia y aprende con mucha rapidez. La cuestión es cómo desde la parte cognitiva podemos controlar las emociones sin prescindir de ellas puesto que necesitamos su energía.
P: Considera que nuestra evolución nos juega una mala pasada porque nos impulsa a la identificación con nuestro grupo y a la hostilidad contra los demás. ¿Tenemos manera de protegernos de la polarización?
JAM: Las emociones son algoritmos psicológicos, procesos muy establecidos. Por ejemplo, si percibo un obstáculo, la emoción que tengo es furia y el acto que quiero llevar a cabo es destruirlo. Si lo que veo es un peligro, la emoción que se desencadena es el miedo y lo que quiero es huir, agredir u optar por la sumisión. Es decir, nuestros programas emocionales actúan con independencia de nuestra conciencia. Lo que podemos hacer es no vengarnos, pero no porque no tengamos ganas. Si nos situamos en el afán de poder, siempre se quiere más, e incluso cuando lo ejercen buenas personas, se altera su manera de ver las cosas y empiezan a ver enemigos donde antes veían amigos.
P: ¿Entonces (en la anterior generación) también era más fácil diferenciar qué era verdad y qué era mentira?
JAM: Sí y no. Sí porque teníamos muy claro que unas cosas eran verdad y otras eran mentira. Y no porque vivíamos en un mundo muy dogmático en el que nos decían lo que era verdad desde un principio y no teníamos sentido crítico. Ahora, sobre todo desde la Filosofía, hay un desinterés radical por la verdad, y un desinterés total por el pensamiento crítico. Y lo que surge es la glorificación de la opinión. El ‘yo pienso esto, no tengo que darte más explicaciones y además me tienes que respetar’. Una cosa es que todas las personas sean respetables pero sus opiniones pueden ser estúpidas, insultantes o criminales. Hay un desinterés generalizado por la verdad y Trump supo captarlo como nadie. Eso produce un desarme intelectual tremendo.
P: Está muy decepcionado con la Filosofía.
JAM: Es que en el momento en que prescinde de la idea de la verdad, se convierte en autobiografía. No se trata de contar lo que piensa sino decir por qué lo piensa. Toda opinión tiene que estar justificada. Ahora estamos acostumbrados a mensajes cortos, consignas o insultos, pero no a los argumentos. Es el chiste de ‘The New Yorker’ en el que se ve a un juez en lo alto del estrado y les está diciendo a los abogados: ‘Miren, para agilizar el proceso vamos a pasar de las pruebas e iremos directamente a la sentencia’.
P: O sea que la Filosofía y un poco la sociedad en general damos por buenas aseveraciones sin preguntarnos ni el cómo ni el porqué. ¿Nos estamos olvidando de pensar?
JAM: Es que es un ejercicio muy pesado y por eso nos estamos volviendo tan dogmáticos.
P: ¿Cómo podemos combatirlo?
JAM: Pues igual que estoy trabajando en cómo podríamos formar a los políticos en los que verdaderamente confiaríamos nuestro futuro también llevo tiempo dándole vueltas a si podríamos hacer una vacuna contra la estupidez.
P: ¿Es una pregunta o una afirmación?
JAM: Es una afirmación. Es más, creo que deberíamos hacer una vacuna contra la estupidez. Para ello tenemos que saber bien cómo funciona y así establecer los sistemas de protección. Padecemos una enfermedad que he denominado inmunodeficiencia social. No reconocemos los problemas que tenemos y si los detectamos no creamos los anticuerpos. Un ejemplo es la corrupción. Otra cosa. ¿No te llama la atención que cuando algo se propaga en las redes se diga que se ha viralizado? Un virus no es algo ideal. No tener claros los conceptos o no buscar la verdad porque implica un esfuerzo son cuestiones que deberíamos ver cómo resolvemos.
(Ver entrevista completa de Neus Tomàs para elDiario.es de 16 de abril de 2023)
Pregunta: Imperan el individualismo y la desigualdad.
José Antonio Marina: Por eso es una sociedad muy conflictiva. Que se haya puesto de moda la felicidad es catastrófico, porque se está diciendo a cada uno que piense en su felicidad psicológica y se rompe la relación de la felicidad con la justicia, con la ética y con la felicidad pública. Es una vuelta al narcisismo. Se está encerrando a la persona en su felicidad y rompiendo el lazo con la felicidad social. Las propuestas de la psicología positiva son ferozmente reaccionarias y antiéticas. Estamos en una pobreza intelectual y un absoluto colapso del pensamiento crítico. La filosofía está absolutamente en crisis, pensando en aforismos y cositas y extendiendo desde las universidades americanas que no podemos inquietar a los alumnos. Y el pensamiento crítico inquieta.
P: ¿Qué debemos hacer?
JAM: Tenemos que rearmarnos intelectualmente, tenemos un barullo conceptual tremendo. Hay un descrédito de la verdad desde la propia filosofía, porque la verdad no se puede alcanzar; desde los religiosos, porque la verdad es revelada; desde los políticos, porque han aparecido las fake news; desde las universidades, porque aparece la verdad relacionada con la identidad y no es universal. Eso puede acabar demoliendo grandes conquistas como la democracia o la ética, que se basan en verdades universales. La crisis del pensamiento crítico es tan brutal que tenemos que hacer una campaña de reivindicación de la verdad como algo que se puede conseguir. La verdad es difícil, y la gente dice para qué me voy a esforzar si cada uno tiene la suya. Eso al final solo servirá para que valga la ley del más fuerte.
(Ve entrevista de Berna González Harbour en El País de 3 diciembre 2022)