El yoga actual, pese a desarrollarse mayormente en espacios colectivos, necesita cruzar las barreras de la piel para hacerse más corpóreo y por tanto más femenino, cuidadoso y valiente. Cultivar el encuentro con los demás permite practicar la conciencia colectiva y subjetiva en donde se desarrolla la espiritualidad: el contacto con lo ajeno haciéndolo propio, el contacto con lo desconocido. Escribe Javier Ercilla.
Desde que empecé, hace más de 20 años, la carrera de Filosofía tuve una cosa muy clara: no quería reducir mi actividad a una arqueología del pensamiento humano, a su historia o al muy tentador espíritu crítico que ofrece el entrenamiento mental y su lenguaje. Quería y quiero lanzar el pensamiento de manera que me permita anticiparme a algunos acontecimientos locales y privados, pero también de orden general y universal. Practicar la precognición, la premonición. Premoniciones en un sentido etimológico: llegar al conocimiento no únicamente desde los sentidos sino con ellos, con la mente, pero añadiendo también la presencia y la intuición.
Las sibilas griegas, oráculos que predecían los acontecimientos.
Estas reflexiones me llevaron inevitablemente a la filosofía oriental, que había sido fuertemente extirpada de la carrera de Filosofía en España. Ejercicio “ombliguil“ inexplicable. También ayudó mi pronto hartazgo de los condicionamientos judeocristianos de mi entorno patrio y el ánimo por descubrir otros condicionamientos más lejanos y exóticos. Hay condicionamientos francamente liberadores.
Una filosofía que se practica
Me sedujo la corporeización de su pensamiento, contacto con la naturaleza, medicinas tradicionales, ayurveda, taoísmo, budismo, samkhya, yoga, etc… Una filosofía que te enseña desde la defecación y alimentación hasta la manera de relacionarnos con la consciencia, la nada y lo eterno. Una filosofía que pone en el mismo nivel todos estos conceptos resulta fascinante. Como dice mi admirado Emilio García Buendía, el yoga es una filosofía que se practica.
En nuestra cultura, el cuerpo, desde Platón, es una cárcel. Una cárcel que terminamos de derrumbar con la época medieval y hasta nuestros días. Las necesidades del cuerpo han sido uno de los grandes enemigos de las religiones mayoritarias occidentales que han procurado oscurecer, reprimir y dominar todo lo relativo al cuerpo. Todo esto generó su separación de las facultades mentales e incluso emocionales. Junto a la división de lo femenino y lo masculino, resultó en dos de las cirugías filosóficas más abyectas de nuestra historia occidental. No nombraré la separación entre filosofía, medicina y psicología…
En Oriente con sus orígenes más panteístas (todo es dios) las fronteras se desdibujan algo más y la dualidad en muchos casos se evapora dando paso a la síntesis, la integración y el respeto, al menos sobre el papel. Con este preámbulo inició mi diagnóstico basándome justamente esos dos grandes ejes, lo femenino y el cuerpo. Lo que nuestra cultura dividió y que requiere volverse a unificar. Como afirma Mayte Criado, hay que dejar un legado femenino, algo inédito en la historia en donde la individualidad, la mente y la fuerza dejen paso a lo comunitario, al aprendizaje colectivo y al contacto con el cuerpo propio y ajeno.
La visión masculina, mental, incorpórea y fuerte se encuentra extremadamente avanzada. La reciente IA lo demuestra: el cuerpo es una CPU hiperventilada, unida a otros periféricos que obedecen a ese Imperio Científico y Dataísta, como comenta Raquel Ferrández Formoso.
El cuerpo y su escucha, lo femenino y lo desconocido, parecerían ser los opuestos a las últimas tendencias, y sin embargo necesitan un espacio para recuperar una existencia más equilibrada. Tan avasallador es ese desequilibrio que incluso en el Hatha Yoga se asimilan las ciencias, neurociencias y mindfulness o contar los saludos al sol que hacemos para verificar con parámetros científicos los resultados saludables que obtenemos. No estoy en contra, per creo que hay que integrar más elementos.
Añadir el sexto y séptimo sentido, la interocepción y la propiocepción, como bien explica Nazareth Castellanos, como los principales sentidos y que por su profundidad nadan en el olvido. Cultivar el contacto con los demás para practicar en esa conciencia colectiva y subjetiva en donde se desarrolla la espiritualidad, que para mí es ese contacto con lo ajeno haciéndolo propio, ese contacto con lo desconocido. El yoga actual, pese a desarrollarse mayormente en espacios colectivos, necesita cruzar las barreras de la piel para hacerse más corpóreo y por tanto más femenino, cuidadoso y valiente.
La premonición: el AcroYoga
La respuesta evolutiva y por tanto la premonición prometida al principio se encuentra en el AcroYoga, que pese a la atracción que ejercen las imágenes promocionales de esta disciplina encuentra su esencia en el tacto, la propiocepción y todo lo que ello contempla. Una disciplina en realidad muy tántrica.
Desde el cuerpo se pueden “tocar” todas las capas del ser, la física, la emocional, la mental y ese algo más que todos/as las que practicamos Hatha Yoga compartimos sin necesidad de definirlo. En este yoga de contacto estaremos ineludiblemente abiertas a una nueva fragilidad que nada tiene que ver con la debilidad. Una vulnerabilidad del espíritu que nos enfrentará a aquello que está más allá de la mente, la permanencia, la fuerza y la palabra. Algo que también se practica.
Un yoga colectivo que nos entrene en el aprendizaje en colaboración, la eco-lógica, y, lo que es más importante, sin olvidar lo masculino, lo individual, la fuerza e incluso el ego. Respetando una de las esencias del cuerpo y de lo femenino que es compartir, seas quien seas.
Si tienes cuerpo bienvenida/o a compartir esta disciplina.
Javier Ercilla, junto a Esther de Frutos, son @akrobears y ofrecen clases de AcroYoga en la Escuela Internacional de Yoga.