Estos días de celebración navideña y del solsticio de invierno suelen llegar acompañados de una sobreoferta de ‘redentores’ con la misión de guiarnos en nuestros cambios y nuevos propósitos. Me pasma el impulso mesiánico que tienen cuando nos ofrecen su mercancía salvadora a supuestos extraviados, ignorantes o sedientos de fe, naturalmente a cambio de dinero. Escribe Pepa Castro.
¿De dónde les viene la vocación de intermediarios de los dioses y sus conexiones con lo sagrado? ¿Por qué están convencidos de que han nacido con sensibilidades sobrenaturales o adquirido sabidurías superiores con las que pueden iluminar nuestras oscuridades? ¿Necesitan sentirse por encima de los demás para compensar sus complejos?
Estos guías abundan más, parece evidente, en los aledaños del ‘mercado de la espiritualidad’ –el del yoga no es una excepción–, en donde ofrecen sus productos y servicios trascendentes con un vocabulario muy del estilo de la Nueva Era (vieja ya, pero siempre reciclable al gusto). Así, entre invocaciones a “seres de luz”, “niveles de vibración”, despertares, y mucha conexión con el amor cósmico e incluso con el más allá, se sienten capaces nada menos que de reorientar el sentido de nuestro destino en la Tierra.
No pretendo ser mordaz, ni tampoco juzgar intenciones (seguramente buenas en su mayoría), ni métodos, ni acreditaciones. No son sus propuestas ni que cobren por ellas lo que me llena de estupor, pues ya estamos bien acostumbrados a todo tipo de ofertas. Lo que me asombra es esa arrogancia que lleva a individuos aparentemente normales a creerse elegidos por el dedo de la gracia para auxiliarnos con sus poderes y revelaciones. En fin, no hay ego más lamentable por contradictorio que el “ego espiritual”.
Sabiduría y humildad van unidas
Aunque vivimos en una época materialista, insolidaria y pobre en valores éticos, dejarse abducir por vendedores de supuestos dones espirituales, más que solución me parece parte del problema. Seguro que se puede hacer más por nuestros congéneres bajando al terreno de la realidad cotidiana que levitando a inciertos “planos superiores” para alcanzar no se sabe bien qué indispensables transformaciones o plenitudes. Las numerosas personas que están pasando por épocas críticas o de gran vulnerabilidad emocional lo que menos necesitan es someterse a consejos y admoniciones de una dudosa “superioridad espiritual” que no respeta su integridad psicológica, sus facultades y valores.
Por supuesto, que cada uno que haga lo que estime conveniente, pero a mí, cuando me llega uno de esos discursos naifs de amor y luz en mayúsculas, o de palabrería pseudomística (casi siempre embrolladísima), declino amablemente su llamada a ‘evolucionar’ confesándome “aún no preparada”. Tal vez me esté perdiendo un paraíso de seres de luz (disculpadme la ironía), pero de momento me quedo con los mortales vulgares y corrientes, y sobre todo con mi derecho a vivir mi intimidad espiritual a mi modo y sin el visto bueno de un dudoso guía iluminado.
No, creo que nunca voy a estar preparada para dejar de entender que sin sentido de la humildad y subestimando al otro, poca sabiduría y verdad se pueden transmitir.
Quizás la grandeza del Yoga sea que, a diferencia de los sistemas religiosos, reconoce y respeta la integridad del ser, desde la presencia que promueve la escucha y el autoconocimiento y aceptando la verdad de lo que es, para desembocar en la libertad del espíritu sin dependencias, autoengaños ni artificios. Cuando hay presencia en la experiencia, sobran las predicaciones.
Pepa Castro es codirectora de YogaenRed.