Ni en el yoga ni fuera de él acabamos de aceptar esta verdad: que el otro u otra es nuestra verdadera piedra de toque. A todos los niveles. El cuidado y la atención con los que les atendemos (sin olvidarnos de nosotros mismos, por supuesto) darán, definitivamente en mi opinión, el nivel de nuestro desarrollo personal. Escribe Asun Arrillaga.
Tanto hacer cada día, tanto que atender, tanto autoconcepto o ego que sostener, tanto esfuerzo inútil por justificarnos en nuestro proceso vital. Sin tiempo para nada, sin tiempo para enraizarnos, para vivir, para sentir que estos años que estamos pasando en este mundo son para sacar la esencia del sentido de la vida si es que eso existe. Pero mientras lo descubrimos o no lo descubrimos, lo intentamos. Y utilizamos el yoga como herramienta que nos permite hendir la mirada en la realidad interior y exterior para captar la esencia de nuestra incertidumbre.
Y ahí fuera hay otro u otra en el mismo devenir existencial intentando, también, no caerse del equilibrio inestable en el que nos movemos. Ahí está en su propio proceso, un proceso que, diría la filosofía, es “ontológico”, es decir, centrado en la comprensión de su ser. Y en ese discurrir de los días el yo del otro y el yo mío apenas se tocan. No, el yoga no nos permite, al menos por ahora, al menos suficientemente, salir de nuestra mirada introspectiva y egocéntrica para encontrar al otro, su realidad, su verdad y su emoción.
A menudo el otro es un desconocido, un antagonista o un competidor que podemos o queremos manipular y llevar a nuestro terreno, y a veces lo conseguimos. A veces es un colaborador, un compañero o un amante con el que compartimos a gusto la vida. También a veces nuestra mirada está demasiado orientada hacia conseguir nuestra propia satisfacción, y también a veces no sabemos exactamente dónde encajar en ella al otro. Eso nos produce mucho dolor, porque honestamente deseamos lo mejor para él, pero desde nuestro egocentrismo no sabemos cómo ayudarle en su proceso personal ni sabemos cómo acompasarnos ambos en nuestros procesos.
Sí, ahí hay mucho dolor, porque, como dice una tribu africana: “Inlakesh, yo soy tú, tú eres yo”. También, en un sentido espiritual, decía Jesús en el Evangelio: “Cuanto le hicisteis a unos de estos hermanos míos a mí me lo hicísteis” (Mateo 25, 31-46)
Ni en el yoga ni fuera de él acabamos de aceptar esta verdad: que el otro u otra es nuestra verdadera piedra de toque. A todos los niveles. El cuidado y la atención con los que les atendemos (sin olvidarnos de nosotros mismos, por supuesto) darán, definitivamente en mi opinión, el nivel de nuestro desarrollo personal.
Creo que vivir es aprender a aceptar el duelo o la pérdida de aquello que nuestra ignorancia o nuestra insatisfacción crónica nos demanda. Pero creo que al vivir también podemos descubrir el arco iris que nos rodea y encontrarnos en él con los demás.
Dedicado a mis alumnxs.
Asun Arrillaga es profesora de yoga.
Autora del libro ‘En tono al yoga’, prologado por Danilo Hernández.
Adquirirlo aquí:
https://www.mandalaediciones.com/terapias-corporales/yoga/en-torno-al-yoga.asp