Desde que nos despertamos recibimos un flujo incesante de información que no siempre es elegida y que penetra en nuestro subconsciente y sobrecarga nuestra maltrecha capacidad de atención. Basta con cerrar los ojos unos minutos para comprobar la cantidad de pensamientos que aparecen de forma caótica y el poco control que tenemos sobre ellos. Escribe Julián Peragón (Arjuna).
Esta agitación mental se pone de manifiesto cuando somos incapaces de seguir sin distracciones el libro que leemos, de permanecer atentos a la conferencia que escuchamos o de secuenciar fluidamente una rutina en la actividad de nuestro trabajo. Los medios de comunicación tan instantáneos y cambiantes no nos ayudan precisamente a un cultivo de la atención. Cultivar la atención es necesario si queremos darle fuerza a cualquier actividad que requiera una buena dosis de creatividad o simplemente para poder fluir adecuadamente con lo que vamos viviendo, sin atropellos y sin bloqueos.
Las técnicas de meditación se han desarrollado desde tiempo inmemoriales en muchas culturas y épocas. Muy variables en formas y contenidos pero todas ellas buscando el gran tesoro de la presencia que nos permita estar aquí y ahora con total plenitud. El primer abordaje de la meditación es el de conseguir un poco de calma y frenar ese parloteo interno que no para. Sólo desde la calma podremos indagar en nuestro interior y reconocer nuestras intuiciones profundas, nuestros sentimientos más auténticos o nuestras motivaciones más nobles.
Una mente agitada y confusa no nos deja escucharnos suficientemente y nos aboca a acciones precipitadas, poco contrastadas con lo que verdaderamente sentimos y que pueden ser fruto de errores dejando un reguero de sufrimiento.
Basta con sentarnos, cerrar los ojos y dejarnos respirar tranquilamente para recuperar ese estado de placidez que habíamos perdido. Pero muchas veces lo que sabría hacer un niño pequeño con su inocencia y espontaneidad no lo sabemos hacer bien los adultos. El espacio meditativo también es un campo de batalla donde observar esas resistencias internas que aparecen cuando queremos hacer el silencio interior. La incomodidad de la postura, las zonas doloridas del cuerpo, la dispersión, la negatividad, las dudas, el sopor, el aburrimiento, la preocupación, los juicios o las fantasías arremeten con fuerza y no nos dejan estar con uno mismo en silencio y en paz.
Soportes de la meditación
El Yoga y otras tradiciones profundas de meditación proponen soportes para sortear dichos obstáculos. A veces utilizamos mandalas o yantras, que son dibujos de geometría tradicional, donde focalizar nuestra mirada para desarrollar la concentración. Otras, mudrâs o gestos simbólicos que se hacen principalmente con las manos y que ayudan a sensibilizar los canales sutiles energéticos y a simbolizar actitudes positivas. También está la repetición de un mantra, o fórmula sagrada que se canta, se susurra o se repite mentalmente para producir un aquietamiento mental y una elevación de nuestro sentir.
Pero, sin necesidad de recurrir a las técnicas tradicionales, nos bastaría seguir el hilo de la respiración y notar el flujo del aire cómo entra y cómo sale del cuerpo, notando el movimiento abdominal y torácico, la percepción térmica en la entrada de la nariz y la sensación de lleno y vacío en la inspiración y espiración, para calmar extraordinariamente nuestra agitación mental.
La respiración hace de ancla, a través de la sensaciones para estar más presentes. De la misma manera observar el flujo de los pensamientos sin identificarnos con ellos y sin dejar que nos arrastren hacia nuestros miedos o emociones más densas desactiva el mecanismo automático del pensamiento y nos da una mayor sensación de calma y de control mental.
Por eso, las personas que tienen insuficiencia cardiaca, con estas técnicas sencillas puede aliviarles de la preocupación mental, la tendencia a la depresión y especialmente de la falta de concentración.
Reconectar con el corazón
Las actividades cotidianas se manejan con una atención consciente, pues nos debemos concentrar en aquello que estamos realizando para ser efectivos, de lo contrario, la torpeza o falta de atención nos lleva a acumular errores que inciden, a la larga, en una baja autoestima.
Poner nuestra mente en calma, silenciar el ruido mental, apaciguar nuestras preocupaciones no lo son todo. Hay, evidentemente, un elemento fundamental que es precisamente volver a conectar con nuestro corazón. Tan disfuncional es una mente que se olvida de pasar por el corazón en sus decisiones, como un corazón que no dialoga con su sentido común. La fractura entre hacer lo que siento y lo que debería hacer es un mal de muchos en nuestras sociedades. De ahí la necesidad de pararnos en silencio y reorientar nuestra vida en la medida de lo posible.
Meditar, con todo, es sintonizarnos con lo que somos y articular vientre, pecho y cabeza. Dejar que las sensaciones, los sentimientos y las razones puedan retroalimentarse mutuamente para que pueda haber armonía. Una armonía que, sin duda, se nota en el vivir con plenitud.
Julián Peragón (Arjuna). Antropólogo, escritor y formador en Yoga y meditación
Director de la escuela Yoga Síntesis