Vivimos en sociedades modernas, altamente tecnológicas con innumerables posibilidades de realización en nuestro trabajo, actividades o proyectos, pero también encontramos en medio de todo ello competitividad, presión social, ritmo frenético a menudo acompañado de ruido, caos, polución o falta de tiempo. Escribe Julián Peragón (Arjuna).
A veces la presión de la vida se convierte en un estímulo para avanzar en nuestros objetivos, pero otras muchas veces esa presión se convierte en un estrés dañino que, poco a poco, nos hace claudicar de un estilo de vida que nos sobrepasa por todos lados. Es necesario aprender a gestionar adecuadamente dicha presión.
Cuando las condiciones externas son adversas en conjunción con un alto nivel de exigencia, se dispara una reacción de emergencia que desde el hipotálamo y la hipófisis estimulan nuestras glándulas adrenales para reaccionar velozmente a cualquier peligro. El problema es que esa tormenta hormonal que aparece no es para responder ante un animal peligroso sino en medio de una gran complejidad de vida, y no nos queda otra que inhibir nuestro impulso de huída o ataque. Pero en nuestro interior se altera el ritmo cardiaco, sube la presión arterial, se movilizan los azúcares de reserva, aumenta la tensión muscular y el cerebro se pone en un estado de extrema alerta. A la vez que se inhiben aquellas funciones vitales que no son imprescindibles para la supervivencia como es el apetito o la libido.
El cuerpo refleja ese estado interior a menudo con el ceño fruncido, la mirada fría, la mandíbula apretada, la boca seca, los hombros subidos, el pecho cerrado, el abdomen contraído, la musculatura tensa y, a nivel emocional, con el humor irritable. Agravamos el problema cuando queremos compensar el cansancio y el agotamiento con alcohol, café, tabaco o drogas que dan una sensación inmediata de alivio pero con efectos secundarios que agravan el cuadro de síntomas.
Sufren de estrés las personas que viven en soledad no elegida, las que viven separaciones conflictivas, han perdido a seres queridos, tienen enfermedades crónicas y un largo etcétera que todos conocemos, pero curiosamente también se ceba el estrés en la vivencia feliz de una boda, un ascenso en el trabajo, una mudanza, un embarazo, un viaje exótico o una esperada jubilación. Las patologías asociadas al estrés crónico son innumerables, pero afectan especialmente a las personas que tienen insuficiencia cardiaca. El corazón es muy sensible a las presiones de la vida.
En Yoga hemos aprendido a relajarnos
Las técnicas que utilizamos son sencillas y van desde el recorrido corporal sintiendo cada parte del cuerpo intentando aflojar allí donde notamos más tensión, hasta visualizaciones de espacios abiertos naturales y amables donde nuestra psique profunda termine de relajarse.
Podemos utilizar también el ritmo respiratorio y cardiaco como bálsamo, o proponer afirmaciones positivas que eliminen toda negatividad emocional. A menudo relajarse es tan sencillo como desconectar el teléfono, bajar las persianas, poner una música suave, tumbarse cómodamente en el suelo y respirar plácidamente como si nos dejáramos mecer por una ola que va y viene como si nos acunara amablemente.
Pero lo importante en la relajación, más allá de la técnica, es una actitud de confianza profunda en la vida. Sentirnos vivos es fundamental, así como conectar con las sensaciones corporales que nos permiten drenar esas preocupaciones que no nos dejan ni respirar. Sensibilizar todo nuestro cuerpo y abrirnos de par en par al momento presente. Y como diríamos en lenguaje informático, hacer un reset de todo el sistema para ganar frescura, energía, calma y bienestar.
La relajación nos ayuda a entender que a veces menos es más, que hay que simplificar la vida, gestionar bien el tiempo en el trabajo, darle espacio al ocio, a las relaciones, a la familia o al contacto con la naturaleza.
El corazón, por su lado, nos diría de la necesidad de insertarnos en un ritmo de vida que esté conectado con lo que sentimos. Un ritmo más natural con hábitos más saludables. Y esta integración en la propia vida pasa por acercarnos a la lentitud como una cualidad que nos ayuda a conseguir serenidad interior. Creemos que todo tiene que ser rápido, pero no es cierto; comer tranquilos, pasear apaciblemente, hacer el amor con tiempo, trabajar sin prisas, dialogar desde la escucha, contemplar desde la ventana, leer saboreando cada párrafo, entre muchas otras cosas, le sienta bien al corazón.
La lentitud nos vuelve a permitir saborear la vida con muchos más matices y con mucha más presencia. El pastor, el marinero, el labrador y el artesano son artistas del tiempo lento. Hay que dejar que la vida fluya sin necesidad de empujar el río, por eso el Yoga de la calma profunda nos enseña que la vida es como una sinfonía que hay que escuchar y, sobre todo, nos impele a danzarla sin perder el paso. Tan sencillo como volver a recuperar una armonía de vida.
Julián Peragón (Arjuna). Antropólogo, escritor y formador en Yoga y meditación
Director de la escuela Yoga Síntesis