Las vidas de las grandes personalidades espirituales son, en sí mismas, una enseñanza. Así ocurre con estos escritos autobiográficos del maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh, que hablan de intensas búsquedas y grandes revelaciones en tiempos convulsos y países turbulentos. Escribe Joaquín G. Weil.
Generalmente pongo otro título a las reseñas que compongo de los libros que algunas editoriales o autores tienen a bien enviarme, aunque, en este caso, ¿quién podría siquiera igualar esas pocas palabras en el encabezamiento de una notable obra? Palabras breves que son como el verso de un haiku o el esbozo de un koan.
Fragantes hojas de palmera (Phuong Boi) alude al nombre de una ermita budista en las selváticas montañas del Vietnam, el sueño de un puñado de monjes hecho realidad con su trabajo y tesón, por más que esta realidad fuera efímera, a causa de los conflictos políticos y las guerras, hasta quedar convertida en un lugar en el recuerdo de un joven monje de 36 años que escribe sus notas transidas de nostalgia mientras, en una navidad solitaria, ve caer la nieve sobre Princeton o Nueva York.
Paradójica nostalgia en la vía zen del aquí y del ahora. Y es que el zen de Thich Nhat Hanh es y quiere ser un zen humano y humanista, que comprende, claro está, los sentimientos y emociones, distinto de aquel zen japonés, que siempre tiene su aquello de marcial entrenamiento samurai.
Y dentro de esos sentimientos, el básico a cultivar es la alegría. A la sala de meditación en la ermita, la llaman “la Cabaña de la Alegría de la Meditación”.
En un canto que ofrece alimento al Buda [entiéndase nuestro buda interior], la frase de «la alegría de la meditación como alimento diario» describe el alimento espiritual obtenido por la meditación.
Aunque también hay poderosas pasiones, que mueven a este grupo de jóvenes monjes y monjas a refugiarse en las selváticas montañas para huir de la tiranía y la incomprensión, de autoridades gubernamentales y budistas.
Sentí la urgencia de dejar la civilización atrás, tirar mi conocimiento literario, arrancarme la ropa y entrar en el bosque desnudo. ¿Para hacer qué? No lo sabía. Pero entraría en las profundidades del bosque. Incluso si me devoraran animales salvajes, sabía que no sentiría ni dolor ni arrepentimiento.
Lo de los animales salvajes no es una metáfora poética, pues era usual que en los contornos de la ermita se avistaran tigres.
Phuong Boi también es el nombre de las hojas de palma que servían de soporte antiguo y tradicional para las escrituras budistas. Y es que estos escritos autobiográficos de Thich Nhat Hanh están impregnados de las enseñanzas budistas, no tanto como informaciones o lecciones, sino vividas y plasmadas en el día a día; expresadas en forma de hermosos poemas y de jugosas historias, como la de aquella muchacha que movida por su deseo de vivir entre lujos se casa con un hacendado viudo, que no la ama sino que quiere ver en ella no más que una réplica de su anterior esposa, a la que físicamente se le parece. La viste con las ropas de la difunta, le ofrece los manjares que aquella apetecía, le da a leer los libros de la muerta. Esta impostura y anulación del propio ser cada vez pesa más en el ánimo de la joven esposa, que un día descubre que la difunta le había sido infiel al marido. Se lo cuenta y el marido le dice que ya estaba al tanto y que por eso mismo la mató con sus propias manos, por más que ni así se aquietara su ira y que, por tanto, lo mismo haría de nuevo ahora con ella. ¿Qué pasó entonces? No lo contaré porque no viene al caso.
Lo que viene a cuento es que este relato sirve como símbolo de nuestras vidas, cuando dejamos de ser nosotros mismos a cambio de dinero, poder o fama. Hoy día incluso cambiamos nuestro verdadero ser, si es que hemos alcanzado a conocerlo, por unos cuanto clics, likes, follows o subscribers en nuestras redes sociales.
Fragantes hojas de palmera de Thich Nhat Hanh es el típico libro cuya reseña adecuada sería una larga cadena de citas del mismo hasta, por la vía del copia y pega, reproducirlo aquí por completo. Por lo cual, para aquellos que estuvieren leyendo estas líneas en su ordenador o dispositivo móvil, les animo, pues, a que se lean el libro entero impreso negro sobre blanco en la agradable edición de Kairós, con un buen prólogo de Agustín Pániker.
De repente pensé en Phuong Boi y me invadió la añoranza «Encontrándonos, reímos. ¡Ja, ja!». Era exactamente así cuando cruzábamos el Puente de los Ciruelos y subíamos a la Colina Montañesa para encontrarnos.
Thich Nhat Hanh, 20 de agosto de 1962, Medford, Nueva Jersey.
Joaquín G. Weil es profesor de Yoga
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