Demos un paso de varios siglos atrás para situarnos en los inicios del yoga en la India clásica y recordar que era una disciplina reservada solo a los hombres… Un camino en el que el «guerrero espiritual» hacía alusión únicamente a las características y tendencias masculinas… Escribe Mayte Criado.
Era una cultura que, como tantas otras, se desarrolló al calor de una sociedad patriarcal con la singularidad añadida de establecer parámetros sociales basados en un sistema de castas… En fin, una tradición rigurosamente vertical, donde la mujer estaba presente en el ámbito devocional y su papel en la sociedad se limitaba si acaso a la maternidad y al servicio de un marido que a veces resultaba ser también su maestro.
Vengamos ahora al siglo XXI de nuestra era, concretamente a Occidente, para adentrarnos en un Yoga practicado y enseñado en su mayoría por mujeres; un Yoga ancestral vestido de modernidad, tecnología y, quizás, de un cierto valor evolutivo que cambia sus fundamentos y los hace integrarse en un momento de la historia muy difícil, en una sociedad, la nuestra, muy compleja, que se empeña en romper de una vez los estereotipos masculinos arraigados y se adentra, también por esta razón, en un mundo de confusión en el que los hombres terminan por no encontrarse ni reconocerse en este “nuevo” Yoga.
Yoga, sensibilidad y cambio de valores
Es evidente que las mujeres son mayoría en la práctica y en la enseñanza del Yoga. Tal vez esto sea la prueba de que el Yoga es una propuesta llena de vida y válida para todos los seres humanos de todos los tiempos.
Este cambio rápido, en poco más de medio siglo, ha hecho que el Yoga se perciba como una propuesta que recoge esa capacidad de sentir típica de las mujeres, que integra la sensibilidad como un valor aún mayor y una forma nueva de acercarse a su esencia.
Sin duda se trata de una característica, la sensibilidad, asociada a la mujer por cuestiones seguramente culturales. La mujer, al haber estado relegada a un segundo plano sin voz ni voto, ha cultivado por siglos un silencio que no necesita ninguna guía para expresarse como un tipo de mirada profunda y comprensiva, capaz de abarcar todo lo que palpita a su alrededor incluyendo el sufrimiento y las carencias familiares, sociales y existenciales. Este rasgo genuino bien podría aplicarse a la parte femenina que todas y todos tenemos (y que muchas veces está ausente tanto en unas como en otros).
En cualquier caso, en las prácticas de Yoga lo femenino se identifica con el cultivo de la suavidad en contraste con la rigidez, o con un tipo de fortaleza y de paciencia que nada tiene que ver con la fuerza bruta o la capacidad muscular; hace gala de una intuición (la llamada intuición femenina) creativa que se desarrolla al otro lado de los retos, las inercias competitivas y el control sobre el cuerpo y la mente (tan típicas de lo masculino). Parece una nueva manera de conducirse y, desde luego, una forma de evolucionar las prácticas y liberarlas de sus ataduras masculinizadas.
Las técnicas del Yoga y de la Meditación están integrando otro tipo de energía, incluyendo las energías cíclicas de la mujer, algo dormido pero importante que esperaba ser expresado para formar parte de un Yoga en evolución.
La mujer entra de lleno en el yoga
Sería demasiado complejo recorrer el camino del Yoga desde que se inicia algunos siglos antes de nuestra era hasta la llegada de la mujer de forma masiva, coincidiendo con el arribo del Yoga a Occidente, concretamente a Estados Unidos. Los primeros profesores tanto allí como aquí en Europa (años 50-60) aún eran solamente hombres. Alrededor de los 80, la mujer comienza a inscribirse en las salas de yoga de estos hombres coincidiendo con un momento en el que el sistema mass media presenta un modelo de mujer tonificado, delgado y disponible para la competición en todos los ámbitos y sectores socioeconómicos.
La mujer entra de lleno en el yoga. Lo hace como practicante, como creadora de nuevos estilos, como profesora, como parte de los estamentos en instituciones tradicionales y/o modernas; escribe libros, crea empresas y organizaciones cuyos fines derivan de la práctica del yoga y, en fin, se establece definitivamente como imprescindible en la expansión del Yoga.
Ciertamente perduran aspectos masculinos y patriarcales tanto en organizaciones como en las herramientas que el Yoga exhibe desarrolladas por siglos, pero la llegada de la mujer al Yoga ha procurado un cambio sustancial en la regeneración de algunos valores olvidados o quién sabe si identificados con la propia mujer y por tanto relegados a secundarios o inexistentes. Me refiero a una cierta mirada interior a través de la conciencia corporal que hacen, por ejemplo, del ásana una experiencia estimulante para la exploración sensorial o la comprensión de la propia vulnerabilidad.
A la mujer no le interesa tanto medir los tiempos o confrontarse con los demás. Está más implicada en que el Yoga despierte un corazón sensible y compasivo o respete sus emociones, que son también fuente de conocimiento. Venimos de un Yoga que abandona lo mundano a un Yoga que considera lo cotidiano como vía de realización. ¿Tiene algo que ver con todo esto la llegada de la mujer? ¿Hay un Yoga exclusivo para la mujer y un Yoga más adecuado a hombres?
Son reflexiones interminables y muy adecuadas al momento presente y que yo misma vivo en primera persona cada día. Todo está ocurriendo precipitadamente, pero la reflexión nos ayuda a situarnos y a comprender la realidad que nos ocupa.
Mayte Criado. Fundadora de la Escuela Internacional de Yoga
www.escueladeyoga.comNo te pierdas el próximo ‘Encuentro de Yoga 4 con Mayte Criado y Pepa Castro’: «La llegada de la mujer al Yoga». Estreno el 19 de marzo en los canales Youtube de YogaenRed y La Escuela Internacional de Yoga