La práctica de la meditación consiste en sentarse en el reconocimiento de ese estado supremo que no podemos alcanzar porque ya somos, ya está totalmente presente, solo nos queda reconocerlo. Cuando practicamos así, esa mente tan incansable e inquieta que tenemos se va tranquilizando. Escribe Alejandro Villar.
«Al estado supremo no se va, usted es el estado supremo» (Nisargadatta Maharaj)
Cuando estamos disfrutando de esos estados expansivos más allá de nuestro pequeño yo, son tan gozosos, que podemos desear intensificarlos o que no se acaben. Pero no funciona; cuando deseamos así, generalmente ese deseo hace que el estado expansivo se termine, volviendo a contraernos a nuestra sensación de identidad habitual con el pequeño yo o ego (pequeño, sobre todo en comparación con la conciencia que se expande hasta perder los límites). Y ello ocurre así porque ese mismo deseo surge de nuestro ego, en cierto sentido es nuestro ego; por ello, cuando deseamos disfrutar del estado meditativo, lo perdemos y nos contraemos a nuestra identidad habitual.
Esa es la relación entre el deseo y el anhelo. Con el deseo nuestro pequeño yo busca esa plenitud y esa satisfacción plena que intuye pero que nunca acaba de conseguir y que solo empieza a atisbarse cuando silenciamos nuestro cuerpo-mente, nuestro ego, y nos dejamos llevar a lo profundo por el anhelo del alma. Este anhelo, aunque sea mezclado con muchas otras motivaciones personales, es el que nos lleva a comprometernos con una practica espiritual contemplativa. Puede surgir espontáneamente o después de haber tenido una experiencia espiritual cumbre o meseta, que hace que nos pongamos a practicar para recobrar ese nivel de consciencia de forma más estable e integrada.
Además de la meditación, viene bien algún tipo de práctica para ejercitar el mantenerse en esa conciencia meditativa, en esa presencia consciente, en la acción de nuestras vidas cotidianas, y no meramente mientras nos sentamos a meditar. En mi caso esa práctica es el Yoga Dinámico, en el cual se fluye a través de movimientos y se adoptan determinadas posturas con exquisita sensibilidad al cuerpo y sus sensaciones. Uno siente las sensaciones del cuerpo desde esa presencia consciente meditativa, un adiestramiento ideal para luego mantener esa conciencia en los distintos momentos de nuestra vida cotidiana.
Por supuesto, para eso se puede usar cualquier otra practica psicofísica de las distintas tradiciones espirituales: hatha yoga en general, taichi, etc. Al final, como el estado supremo es omnipresente, no hay momento ni lugar en que no esté ya plenamente aquí y ahora, de lo que se trata es de ir cultivando ese reconocimiento para ir viviendo nuestras vidas, cada vez más constantemente, desde esa libertad (porque la conciencia no está atada a ninguno de sus objetos) y plenitud (porque la conciencia lo puede abarcar todo en un abrazo integral).
Alejandro Villar. Profesor de Yoga Dinámico. De El Blog de Alejandro Villar.