Compartimos un fragmento delicioso de El destino y el dharma. Una vida en la India tradicional, escrito por Árati Náyak y Álvaro Enterría, quienes se conocieron y casaron en la India, donde éste lleva viviendo más de 30 años. Una aventura apasionante y única en el marco de la ciudad sagrada de Benarés, narrada por sus protagonistas, en la que van desgranando los aspectos menos conocidos de una sociedad tan diferente como asombrosa.
La sociedad india está organizada en familias (normalmente muy extensas y con largas ramificaciones); un individuo solo no tiene mucho peso. No quería vivir como un extranjero apartado de la sociedad. Decidí casarme y fundar una familia. En España había tenido poca suerte con las mujeres, y creo que aquellas con quienes había estado en el fondo no me convenían. Un hombre indio puede acceder con relativa facilidad a las mujeres occidentales, pero al revés no. Tomar contacto con chicas indias es muy difícil salvo dentro de una familia en la que uno sea acogido o bien en los círculos más modernos de las grandes ciudades. Debería ser, pues, una boda concertada. Pensé en que casarse con una india sería relativamente fácil para un extranjero adaptado a la vida local y con un buen trabajo. Me equivocaba.
La gran mayoría de las bodas en India son arregladas: se realizan tras un acuerdo entre las familias, dentro de la misma casta (jāti), donde se busca una compatibilidad de los esposos y de sus formas de vida. Pero, aunque viviera en India, yo era un extranjero solo, sin casta, “cristiano“, del que no se sabía nada sobre su vida anterior ni sobre sus costumbres: la cosa era mucho más difícil de lo que me había parecido al principio.
Antes de abrir la librería había trabado amistad con Múkherji, un señor bengalí paréntesis (el suegro de Sanyal) funcionario de ferrocarriles jubilado, que me había tomado cariño y venía de vez en cuando a mi casa a conversar conmigo. Los bengalíes forman una importante comunidad, culta y chovinista, en la cosmopolita Benarés; en el siglo XIX tuvieron una gran importancia en la vida cultural y religiosa de la ciudad. Él empezó a buscar en su comunidad (una de las más liberales del país) una chica apropiada. Pero la familia de una chica que no tenga problemas para casarse no tiene ninguna razón para darla a un extranjero, una boda que se saltaba las reglas más básicas. Por otro lado, una de las cosas que más se teme de matrimoniar con un extranjero es la posibilidad de divorcio.Con razón, se asocia a los occidentales con un divorcio fácil y frecuente. Aún así, con timidez y recelo empezaron a surgir algunas candidatas: normalmente, chicas con problemas financieros (una boda es cara en la India y un extranjero se supone que no exige dote) o poco agraciadas, convencidas a dar el paso supongo que por el elocuente canto de mis virtudes que debió de hacer mi amigo (entre otras cosas, ¡explicaba que yo no era un hippie!).
Junto con el anciano bengalí y otro amigo indio acudimos a ver a la primera candidata. Ahí estaba toda la familia sonriendo, ofreciendo té y dulces. Mi amigo habló largamente con ellos en bengalí. La chica, vestida con un sari, estaba de pie detrás. Era bastante feúcha. Tras una breve conversación conmigo en hindi, su tío (el padre había muerto) me dijo que fuera hablar con ella a solas. Nos llevaron a una habitación y se fueron. La chica me dijo entonces: “Se supone que yo debería estar nerviosa, pero tú estás más nervioso que yo…”. Hablamos un rato y, a pesar de su aspecto físico, me pareció encantadora. Como el objetivo está claro, pues se trata de casarse y no de seducir, en la conversación se va al grano: esto es lo que busco y esto es lo que ofrezco. ¿Somos compatibles, podemos vivir juntos y formar una familia? Yo estaba dispuesto a proseguir con la boda, pero unos días más tarde la familia, con una excusa, dijo que no. También hay que tener en cuenta que estos hechos ocurrieron antes de fundar Indica Books, cuando yo era solamente un estudiante. Si las negociaciones de boda se rompen por una de las partes, se toma con naturalidad y nadie se enfada. «Las bodas están hechas en el cielo», se dice.
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Las bodas arregladas le parecen terribles al mundo moderno por considerarlas contrarias al profundo sentido que en él se tiene de libertad individual. La sociedad india es mucho menos individualista que la occidental. En principio (aunque no era así en mi caso), las bodas representan más una relación entre familias que entre personas. A diferencia del occidental, para el matrimonio indio lo más importante son los hijos y el resto de la familia, no «la pareja». Y por familia no se entiende solo a los padres y los hijos, sino a todos los miembros de una comunidad mucho más amplia. La responsabilidad hacia ella –que a veces puede resultar muy pesada– se antepone a los deseos egoístas de cada uno de sus miembros. Un hombre y una mujer se considerarán buenos esposos cuando, además de amarse, se adapten bien al entramado familiar. Las bodas arregladas se hacen teniendo en cuenta esta posibilidad de adaptación y compatibilidad mutuas y la posibilidad de fundar una familia y no se basan en el enamoramiento, una pasión que a menudo es muy pasajera. Prácticamente todas las chicas y chicos tienen garantizado que encontrarán un esposo o esposa mejor o peor. A pesar del aparente riesgo (y, evidentemente, no todas salen bien), las bodas en India suelen ser sólidas (se dice que es un sistema time-tested, que ha pasado la prueba del tiempo), pues existe un fuerte compromiso previo para que un matrimonio funcione. Por su lado, los indios se sorprenden al ver el caos familiar y sexual que a menudo existe en la sociedades occidentales modernas.
Sin embargo, existen también los matrimonios de amor (love marriages). Si la familia no está de acuerdo, en ocasiones una pareja se casa en el juzgado y presenta los hechos consumados, o bien se escapan a vivir a otra ciudad. Y sobre todo, la universidad (donde hay tantas chicas como chicos) y el trabajo fuera de casa de las mujeres hacen que el número de estos matrimonios, aunque sigan siendo una minoría, aumente sin cesar. Sin embargo, no tienen muy buen nombre en la sociedad, y se considera que son más frágiles que los arreglados. Es curioso que, en un país donde la mayoría de las bodas son arregladas, el cine indio presente casi siempre casos de matrimonios de amor, un amor que suele ser a primera vista.
Fragmentos tomados del capítulo 6. Estableciéndome en la India, del libro El destino y el dharma. Una vida en la India tradicional, de Álvaro Enterría y Árati Náyak. Edita: Mandala.