Entrevista con Carlos Pitillas, autor de ‘El daño que se hereda’

2021-05-24

«Todos los adultos acarreamos algunas frustraciones, más o menos intensas, en nuestra historia de cuidados. Esas pequeñas heridas pueden reactivarse en el momento en que nos toca ser padres». Lo dice el autor de este libro, cuya entrevista compartimos por su gran interés para dar respuesta a  sentimientos emocionales oscuros en los podemos habernos sentido atrapados.

Carlos Pitillas
El autor, Carlos Pitillas, con la portada de su libro.

La entrevista forma parte de la promoción del libro El daño que se hereda (edita Desclée De Brouwer y está muy cabalmente planteada por su autora, Juli Ausàs. Por ello, queremos compartirla con nuestros lectores y lectoras.

¿Cómo se detecta esta transmisión del dolor de padres a hijos?
Para algunos padres y madres, la crianza se convierte en un escenario de re-experimentación traumática. Algunas interacciones con sus hijos pueden reactivar en ellos sentimientos, miedos, impresiones dolorosas asociadas a un pasado difícil que muchas veces corresponde a sus propias vivencias de cuando eran niños. Si de pequeños recibieron tratos hostiles, fríos, sobreprotectores o muy ambivalentes, algunos de estos adultos, a la hora de convertirse en padres, pueden volverse a sentir asustados, criticados, desprotegidos, controlados, etc.

Es decir, que el hijo hace que el trauma de los padres vuelva a surgir
Exactamente. El niño puede funcionar como un recordatorio de las heridas interpersonales, tempranas, que sufrieron los padres. Esta transmisión se hace especialmente detectable cuando suceden dos cosas. Por un lado, las emociones negativas mencionadas (el miedo, la sensación de ser criticado o examinado, la sensación de fracaso, la desprotección, etc.) se hacen más abundantes y frecuentes que las emociones positivas que normalmente asociamos a la parentalidad (tales como la ternura, el cariño o la autorrealización). En segundo lugar, a estos padres se les puede hacer difícil ver al niño “real”, con sus necesidades y gestos objetivos; por el contrario, lo que ven es una señal de peligro. Los padres heridos nos demuestran a veces esta distorsión cuando aseguran que su hijo “está tratando de torturarme”, “me quiere controlar, no quiere que tenga una vida propia”, o “ha dejado de quererme; no me hace caso y me desprecia”, entre otros ejemplos. Decimos que, en situaciones así, el niño “real” ha desaparecido y los padres ven en realidad a una fuente de peligro de la que necesitan defenderse.

¿Por qué un niño puede ser un reactivador de las experiencias traumáticas no resueltas de los padres? ¿Es porque ven en él un reflejo de lo que fueron?
Sí. El niño puede funcionar como recordatorio postraumático para los padres porque despliega algunas señales o rasgos que, de alguna forma, recuerdan al padre su propia situación de vulnerabilidad cuando era pequeño. Un bebé que llora inconsolablemente, por ejemplo, puede ser un recordatorio de esos momentos en los que el padre se sentía desamparado, muy angustiado y no recibió ayuda de sus propios padres. Una niña de tres años en plena rabieta agresiva puede reactivar en una madre maltratada las sensaciones de miedo que experimentó esta madre cuando la maltrataban. Un adolescente que aparenta desinterés hacia sus padres puede hacer que estos, si fueron criados con frialdad, vuelvan a sentirse solos y desatendidos. El niño le recuerda al padre a sí mismo cuando era pequeño (con su vulnerabilidad y dependencia) o bien al agresor (con su rabia, su indiferencia o su crítica, semejantes a las de esos padres que fueron hostiles, fríos, o severos).

¿Estos traumas del pasado pueden hacer que los padres en vez de cuidar y educar a sus hijos ejerzan conductas violentas contra ellos?
Sí. Lo que nos descubre la literatura científica sobre este asunto es que, cuando los padres se ven a sí mismos en estas circunstancias de re-experimentación, se sienten en peligro. Pueden sentir que sus hijos quieren controlarlos (igual que se les controló en el pasado), o criticarlos (igual que se les criticó), o dejarlos solos, o agredirlos… El niño, como hemos dicho, se convierte en una señal de peligro para el padre traumatizado, cuyo cerebro envía una intensa señal de alarma y lo que tiende a activarse es una respuesta defensiva frente al peligro. Es lo que hacemos los humanos, como todos los animales, cuando sentimos que estamos frente a una amenaza: atacamos, huimos, nos quedamos paralizados, etc.

Traducido al contexto de la crianza, estas respuestas defensivas de los padres heridos pueden concretarse en conductas agresivas o muy amenazantes (atacar), en padres que se ponen por debajo de sus hijos y se vuelven pequeños para que el hijo se haga cargo y cuide de ellos (búsqueda de auxilio), padres que dan la espalda al malestar de sus hijos, se alejan o se vuelven más o menos negligentes (huir), etc.

¿Cómo se puede frenar esta transmisión del daño generacional?
Todos los adultos acarreamos algunas frustraciones, más o menos intensas, en nuestra historia de cuidados. Esas pequeñas heridas pueden reactivarse en el momento en que nos toca ser padres. Para casos así, muchas veces es suficiente con adoptar una postura reflexiva que busque entender “cómo mi pasado influye sobre mi presente”. Es algo que, de forma espontánea, hacen muchos padres y madres.

Asimismo, siempre es curativo, cuando uno procede de un pasado doloroso, rodearse de relaciones que sean estables, seguras, donde haya respeto y reconocimiento en vez de manipulación, amenazas y agresiones. Las relaciones humanas seguras son la mejor medicina. Cuando los traumas del pasado son severos o los padres tienen dificultades para lidiar con esta herencia, conviene recibir una ayuda profesional.

En las psicoterapias centradas en el vínculo, se intenta reparar la relación de un padre herido con su niño a través de herramientas que buscan revertir los procesos que se han descrito más arriba: se intenta que el padre deje de ver al niño como peligro y pueda comenzar a ver al niño “real”; se intenta generar una relación terapéutica segura para que el padre dañado se viva a sí mismo con más seguridad; se intenta sustituir las estrategias defensivas de los padres asustados por estrategias de crianza más saludables.

Datos del libro: El daño que se hereda. Comprender y abordar la transmisión intergeneracional del trauma, de Carlos Pitillas.
Edita: Desclée De Brouwer. PVP: 17€

Sobre el autor

Carlos Pitillas Salvá es doctor en psicología, profesor en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid) y miembro del Instituto Universitario de la Familia (perteneciente a dicha Universidad). Desde hace 8 años, coordina Primera Alianza, un proyecto de intervención centrada en el vínculo con familias vulnerables y en escuelas de educación infantil y preescolar. Es coautor del libro Primera Alianza: fortalecer y reparar los vínculos tempranos (Gedisa, 2008). Ejerce la práctica privada de psicoterapia. Pertenece al consejo editorial de la revista Aperturas Psicoanalíticas. Ha publicado artículos divulgativos y de investigación acerca del trauma relacional temprano, las psicoterapias centradas en el vínculo o la parentalidad en condiciones de riesgo.

***Nota de YogaenRed: Agradecemos a Carlos Pitillas, y a Juli Ausàs y Bibiana Ripoll su trabajo para que podamos compartir esta entrevista.