Sigo la luz, diría el poeta. Cada día, aunque imperceptible, la luz del día se reafirma en su esplendor. El frío arrecia pero la tímida reacción vegetal promete la aparente victoria de la luz sobre la oscuridad. Dentro nuestro, a pesar de la evidente monotonía de la vida, también hay una lucha, y más en estos momentos en que todo se ha vuelto efímero, impermanente e inestable. Escribe Julián Peragón (Arjuna).
En el suelo está el arco Gandiva de Ârjuna que su desaliento lo ha dejado caer. No quiere luchar, no quiere enfrentarse a sus enemigos a pesar de la notable traición que ha sufrido su clan porque los enemigos son bien conocidos, incluso diríamos que amigables, con los que ha jugado en su más tierna infancia. El Señor Krishna, en la Bhâgavad Gîtâ, le recuerda que su misión es la de luchar contra las más bajas pasiones que se cuentan por centenares. Suenan trompetas de guerra.
A mi modo de ver, sólo contamos con un racimo pequeño de virtudes frente a las huestes enemigas. Delante del orgullo o la ira, la avaricia o la envidia, la gula o la lujuria no nos queda otra que serenarnos, encontrar la ecuanimidad o bajar la cabeza en señal de humildad. Cuando los venenos de la ignorancia, la codicia o el odio clavan sus colmillos en nuestra médula debemos neutralizarlos con los antídotos de la sabiduría, la generosidad o la compasión. Nada fácil por otro lado porque las bestias que se ocultan en la oscuridad de nuestra trastienda llevan años acechando nuestra más tierna fragilidad y saben cómo tentarnos y cómo encadenarnos.
No seamos ingenuos, diría la Filosofía Perenne; esta guerra interna de luz y sombra no hay manera de esquivarla. Somos, al igual que Ârjuna, príncipes guerreros. Nacemos a esta realidad para domeñar nuestras pasiones, para liberarnos de las ataduras, para, en definitiva, convertirnos en seres de luz, que es, en últimas, lo que verdaderamente somos. Y si, cuando abrimos los ojos cada mañana, recordamos mientras nos desperezamos que somos esa chispa de divinidad encarnada en este cuerpo y esta mente, tendremos, al menos, ventaja en la batalla que libramos cada día.
Cuando practico âsanas me imagino que estoy tensando el arco que es nuestro propio cuerpo. Éste está sometido permanentemente a la gravedad y va claudicando con los años si la musculatura pierde tono y elasticidad. Qué duda cabe de que nuestro cuerpo es el principal soporte de la vida que nos ha sido otorgada. Tener un cuerpo de diamante, imagen que nos da la tradición, es hacer de nuestra corporeidad un espacio de libertad para el movimiento. Ese movimiento efectivo, elegante y armónico que debería preceder a toda actividad.
En cambio, cuando practico prânâyâma es como si estuviera afilando las puntas de las flechas porque inspirar y espirar, retener y quedar en vacío somete a la mente a una mayor concentración que se convertirá en un cuchillo afilado para discriminar luego la realidad que vivimos.
Con dhyâna, en la meditación, me sitúo en la mente del guerrero. Es necesario el arco y las flechas pero sobre todo es imprescindible saber a dónde disparar. En los recovecos de la meditación intento encontrar el sentido que tiene todo esto para mí. Vivir y experimentar sólo es una parte de la ecuación, pero para despejar la X es importante saber a dónde me dirijo, cuál es el propósito de mi vida, qué debo potenciar y qué minimizar, porque si no la vida se convierte en un meandro, un laberinto sin fin, una gigantesca noria que no va a ninguna parte.
Arco y flecha son fáciles de adquirir. Mañana mismo, a una hora determinada te pones a practicar. Pero para encontrar el sentido de la práctica, eso que no se ve a simple vista, hay que bucear en lo que somos, hay que rebuscar por debajo de las creencias, por encima de las suposiciones y por detrás de los deberías. Para afinar nuestro olfato intuitivo hay que sumergirse en la filosofía, el arte o la mística.
Avivar el fuego interno
A pesar de los malos vientos que soplan hoy en día, hemos nacido en una época de abundancia, material y de información. Todos los conocimientos se han desplegado encima del tapete de nuestras pantallas sofisticadas y consumimos con alegría las artes y los secretos de todos los tiempos. Otra cosa será si estamos a la altura de dichas enseñanzas y si, previamente, hemos hecho un hueco en nuestra agenda y en nuestro verdadero interés para poder sostener dicho saber. Pero una cosa es cierta: no hay verdadera satisfacción si no nos apasionamos con el conocimiento que promete abrir nuestro ojo de sabiduría; no hay transmutación si no hemos destilado una información en saber, y no hay liberación si no nos hemos desaferrado de todo aquello que, como lastre, impedía nuestra evolución.
Caminar por el sendero de la sabiduría requiere dejar atrás las falsas seguridades, dejar de perseguir luces lejanas para avivar el fuego interno del coraje y la fuerza interior. Y como dice el refrán africano, si quieres ir rápido ve solo, pero si quieres ir lejos, ve acompañado.
Mi mensaje para este año es este: desempolva tu fuerza interior, afina tu discernimiento y cuenta con todos nosotros si realmente quieres ir lejos. Cuando el vendaval de las sinrazones acucia es necesario una mano amiga que nos dé confianza.
Om Shanti, paz a todos los seres.
Julián Peragón Arjuna. Antropólogo. Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis. Es autor del libro Meditación Síntesis (Ed. Acanto).
Formador de Yoga para la Meditación:
http://meditacionsintesis.com/actividades/yoga-para-la-meditacion-formacion-de-monitores/