La evolución de la vida somete a sus criaturas a azares sorprendentes, como para mostrarnos que no hay más camino que el que se recorre cada día ni más éxito que despertar cada mañana. Ni tampoco mayor poder que el de resistir la adversidad junto a otros. Escribe Pepa Castro.
Los designios de la providencia –dicho sea como metáfora de lo contingente– suceden inesperadamente, por más que busquemos a posteriori significados trascendentes o causas preanunciadas. En lo que estos aconteceres sorpresivos nos ponen de acuerdo a todos es que, a pesar de los pesares que nos traen, también nos aportan enseñanzas; la principal, devolvernos a la incómoda realidad de lo que representamos a escala cósmica: poquita cosa.
Tres hechos nos han recibido en este comienzo de 2021: cifras descontroladas de una pandemia mundial, el asalto zombi al bastión de la más poderosa democracia del mundo y una nevada glacial como nunca antes se había conocido. Vaya tres regalos, como para bajarnos los humos, que tal vez se nos estaban viniendo muy arriba en nuestros selfies como especie dominante.
Los occidentales crecemos en la creencia de nuestro derecho de nacimiento a privilegios, libertades y comodidades sin límite. Ahora estos tres hechos nos han mostrado, vía experiencia, un poco más sobre la impotencia que puede sentir un refugiado o una madre africana ante una enfermedad infecciosa; o sobre el miedo que da la fuerza bruta del fascismo resucitada; o sobre la indefensión que se siente ante una ola de frío extremo que nos impide salir de casa.
Son experiencias que nos recuerdan que aunque nos creamos el ombligo de la creación, reflejos de la sabiduría divina y amos del planeta, los seres humanos somos en realidad frágiles, vulnerables, transitorios, prescindibles. Nadie está a salvo de caer en desgracia por mucho que se refugie en su burbuja de autocomplacencia o por más que anestesie sus emociones con recursos intelectuales o espirituales frente al sufrimiento.
Por lo tanto, convendría que nos sacudiéramos un poco la capa de indolencia o conformidad que nos distancia del dolor del mundo y nos lanzáramos al camino de la acción solidaria, ya que nuestro único poder, nuestro mayor éxito evolutivo como especie sobre la Tierra, ha sido el desarrollo de la capacidad para trabajar en comunidad frente a la adversidad.
Con todo lo acaecido en estas ultimas semanas, el valor de lo público, del Estado y de las leyes en la protección de la salud comunitaria y de la paz y convivencia en sociedad, ha quedado más que demostrado. Son conquistas que se han ganado a pulso no hace tanto tiempo, y en las que muchas personas, para nada dioses pero sí héroes cotidianos, se dejaron la piel en beneficio de todos. Y a todos nos corresponde protegerlas porque, primera lección de este comienzo de año, nada nos viene dado y nada superamos a solas con nuestra mismidad.
Mitos y leyendas en torno al yoga
Hace tiempo que desde YogaenRed, como medio de comunicación de referencia de la comunidad del yoga en castellano, venimos apoyando el valor de esta tradición al servicio de la mejora de la sociedad. Una idea que todo el mundo parece compartir pero que se ve reflejada limitadamente en hechos concretos.
Es cierto, y les trasladamos desde aquí nuestro reconocimiento y admiración, que cada vez hay mas practicantes y docentes con una clara conciencia social que trabajan en llevar el apoyo integral del yoga a los colectivos de personas más necesitadas (enfermos, niños con capacidades especiales, ancianos, colectivos marginados, internos en prisiones…).
Sin embargo, la idea de que «desde mi ser individual, bien instalado en mi desapego y en mi cojín de meditación, irradio bendiciones para el mundo y con eso basta», está demasiado arraigada en una parte de la comunidad yóguica. No tanto así –hay que reconocérselo– entre los seguidores de las tradiciones budistas, donde karuna, la compasión activa, es la joya de la flor de loto indisociable de la liberación.
Todos conocemos interpretaciones o distorsiones que se van propagando con éxito entre la comunidad de practicantes, muchas de ellas más impregnadas de mitos, fantasías y prejuicios de la Nueva Era que de enseñanzas propias del acervo tradicional del yoga. A veces resulta difícil no toparte con ese tipo de pensamientos mágicos en relatos y conversaciones de practicantes honestos, pues se han infiltrado mucho en el discurso espiritual en boga y se repiten incesantemente hasta perder, si es que lo tuvieron, cualquier viso de sentido.
Al yoga no le beneficia ni necesita esoterismos ni huidas de la realidad, por más que esta se torne compleja. Sobre ello escribí bastante hace un tiempo —Niñas malas (o el yoga no es el limbo ni se le parece), Mundo de yoguis y mundos de yupi—, y no pienso repetirme. Pero sí quiero animar a leer (o a repasar) lo que con tanta lucidez escribieron dos colaboradores (Paula Colantonio y Alejandro Torrealba) el jueves pasado: un artículo y una entrevista que juzgamos de gran valor precisamente por desmitificar o directamente desmontar falsas ideas que se manejan en el sector del yoga. Y lo haré por medio de las siguientes citas con las que pueden abrir boca antes de leer completos estos trabajos:
Yoga, bypass espiritual y activismo, por Paula Colantonio
→ «No se trata de “evitar” la experiencia de estar en el mundo. Es compatible sentirnos seres espirituales y al mismo tiempo muy humanos con un cuerpo, una mente y emociones. La vida es una aventura, una historia, un viaje para experimentar y aprender.»
→ «Me puedo pasar todo el día meditando, pero si eso me lleva a aislarme en mi torre de marfil, si me importa muy poco lo que sucede en el mundo, si evito mezclarme con personas de ‘baja vibración’, si no me pongo del lado de los que sufren, si cierro los ojos a los abusos… ¿qué estoy haciendo?».
→ «Por eso reivindico la necesidad de un mayor activismo en nuestro sector. Ojalá seamos capaces de salir de nosotr@s mism@s, meternos en el barro y poner nuestros dones al servicio de un mundo más justo, más amoroso y compasivo».
→ «Que surja con fuerza un yoga más comprometido, al servicio de los desafíos que enfrenta la sociedad, la sanación del planeta, la justicia y la libertad».
Entrevista con Alejandro Torrealba: desmontando falsedades
→ «(Hay que) volver a la plaza del mercado, llevar la visión de lo transpersonal a la vida diaria cultivando la sabiduría en lo cotidiano, el altruismo y la compasión como solidaridad activa a través del encuentro en los otros».
→ «Siempre entendí que el yoga estimula tanto la transformación individual como la conciencia social, al tiempo que el interés por el estudio y la formación permanente. El nuestro es un mundillo muy particular, amplio y diverso, donde abundan practicantes y profesores muy cualificados también intelectualmente y comprometidos socialmente. También hay personas a las que le da igual lo que suceda a su alrededor; otros defienden principios muy cercanos a la extrema derecha, o consideran que ser profesores de yoga otorga alguna supuesta autoridad para debatir de todo como especialistas y en materias de las que apenas conocen».
→ » Creo que quienes desconfían del diálogo entre la ciencia oficial y el yoga son una minoría insegura, por ambas partes. No hay que olvidar que también abunda en nuestro sector el intrusismo profesional con supuestos profesionales de la salud o la psicología, por ejemplo (…) Picaros hay en todos lados, también aquí. Hay que dejar claro que una formación en yoga no es sustituta de una cualificación terapéutica o académica; hay que tener cuidado con esto».
→ «Este es un camino de elevación de la conciencia, transformación y liberación personal, no puede ser otra cosa si queremos llamarlo yoga; y está lejos del narcisismo y de una supuesta superioridad espiritual. El practicar yoga o enseñarlo no nos hace superiores, ni más sabios, ni mejores que nadie».
→ «Razones tenían Jung y Willhen cuando, recordando las enseñanzas antiguas, expresaban que “en realidad, poco o nada depende de la práctica, todo depende de la persona. La práctica adecuada en manos de la persona inadecuada se convierte en una práctica inadecuada”.
→ «El campo del yoga, meditación, tantra, etcétera, también da cobijo a personajes sin escrúpulos y poco sentido de la decencia. Esto puede apreciarse en el caso de organizaciones sectarias, donde los abusos de poder se manifiestan en lo económico, control interno o también de orden sexual. Encontramos estructuras piramidales al servicio de personalidades egoicas y narcisistas, sostenidas por redes de complicidades varias entre sus discípulos, donde los escándalos abundan; algunos salen a la luz y otros se mantienen ocultos. El mismo Buddha hablaba de los ‘pícaros que vestían el manto amarillo”’, en su propia sangha. Hay que reconocer también esto; existe, y hay que ser muy prudentes con quienes nos asociamos».
→ «Buddha decía que “el trono de la verdad se asienta en la justicia, y no hay paz allí donde no hay justicia”. Pienso que no hay desarrollo y transformación personal posible si no nos encontramos en y con el otro, si no hay un cambio en la mirada ante la pobreza, las injusticias y desigualdades sociales, abriendo el corazón a la empatía y el compromiso de ser agentes del cambio, potenciando sociedades más humanas y por ello democráticas, participativas, cultas, solidarias y justas en lo social, con un mayor sentido de fraternidad universal y donde el respeto a los derechos humanos sea el marco de referencia”.
→ «En el budismo se dice que no hay mayor error que considerarse separados del resto del universo y que el universo es el otro, de ahí los votos del Bodhisattva. Por tanto, no hay equidistancia posible para alguien implicado en el camino espiritual. La sabiduría resplandece en el comportamiento; nuestras obras dicen quiénes somos, y quien ante la injusticia guarda silencio o mira hacia otro lado, ya ha tomado partido; es cómplice y se ha colocado al lado del verdugo».
Pepa Castro es codirectora de YogaenRed.