A muchos de los pobladores del llamado mundo “alternativo” les salen sarpullidos con solo escuchar la palabra disciplina. Huyeron de la penumbra olorosa a cera para que nadie les sometiera y de las aulas para que nadie les dijera lo que hacer. Y un día se encontraron con el tercer niyama yóguico, ese por el que pasamos de corrido como si fuera un error de traducción… Sin embargo, ahí nos espera: tapas, la disciplina ineludible. Escribe Carmen Viejo.
“El cuerpo y los sentidos obtienen un poder especial cuando eliminamos las impurezas a través de tapas”. Es la promesa de la acción yóguica, la sadhana. La práctica genera calor físico y psíquico capaz de soltar las ataduras de la evolución.
Tapas es el tercero de los valores personales (niyamas) que se le suponen al iniciado y en los que debe progresar toda la vida. Acompañado de la introspección, del conocimiento que nos saca de la ignorancia egoica, y de la intención correcta o entrega de los frutos, es uno de los tres pilares del Kriya-yoga, la acción que nos lleva al estado yóguico buscado.
La práctica sin disciplina ni esfuerzo humilde y entregado es como un carro sin bueyes: no se mueve. Como mucho se desliza cuesta abajo, dándonos la ilusión de estar avanzando antes de colisionar con algo.
La disciplina en una práctica adecuada es necesaria. Tiene importancia y sentido en sí misma, no en su fruto. El Yoga especifica que esta práctica afecta al cuerpo y a la mente, no haciendo separación entre estas dos dimensiones, sino integrándolas.
Esta necesidad viene dada por las cualidades esenciales de la naturaleza, afectada universalmente por dos tendencias: tamas, el principio de la inercia que tiende a concentrar y densificar; y rajas, el principio del movimiento que expande y dispersa. El equilibrio, satva, se consigue por una acción consciente cuerpo-mente que precisa de esa energía intencionada y purificadora: tapas.
Cuando no encontramos tiempo para nuestra sesión de yoga es porque estamos bajo la influencia de tamas, la inercia densificante, o de rajas, la ocupación dispersante. Y el carro de la vida se embarra inmóvil, mientras la mente mira divertida imágenes ilusorias y virtuales de un viaje a ninguna parte.
El yogui es un peregrino, no un deambulante; un caminante que avanza hacia su meta, sin miedo a la palabra disciplina.
(Este artículo fue publicado en YogaenRed en mayo de 2015)
Carmen Viejo Heredero Profesora de Yoga, Licenciada en Ciencias de la Información y titulada por la Asociación Española de Practicantes de Yoga (AEPY) y por la Escuela Sivananda.
Talleres, retiros y clases en Granada, Centro Presentia
Información: ahimsayogandalucia@yahoo.es