En las puertas de Vishuddhi se refresca el fuego vital hasta convertirse en el elixir mismo de vida, desnudo de disfraces, de artificios. Esencia pura. La voz del alma. Escribe esta sección Carmen Viejo.
“La vieja sacó una cinta trenzada en seda multicolor y Blancanieves descorrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprarla. Cuando la madrastra disfrazada rodeó con la cinta el cuello de la niña, lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta. _Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella.
A la noche, los siete enanos regresaron a la casa y descubrieron a Blancanieves en el suelo, inmóvil. La levantaron y cortaron el lazo que la oprimía”… (Blancanieves, de Grimm)
El quinto chakra es la estancia del éter, un elemento tan sutil que los alquimistas lo denominaron “la quintaesencia”. No es de extrañar que aquello que pase por Vishuddhi precise haberse destilado en el alambique de sushumna (el nadi central), chakra por chakra, estancia por estancia, superación tras superación. En las puertas de Vishuddhi se refresca el fuego vital hasta convertirse en el elixir mismo de vida, desnudo de disfraces, de artificios. Esencia pura. La voz del alma.
La Sirenita, alegoría del alma, para pisar tierra (y por lo tanto reencarnar) perdió su voz. Pues la voz esencial es inaudible a los oídos físicos, no así a los interiores. Y precisa para su canto de la desnudez, del silencio de pasiones, limitaciones y encadenadas reacciones de la personalidad. Hay que desvestirse del disfraz. La belleza del alma no es de este mundo. No la puede soportar nuestra vista. Ni verla. Pero sí escucharla. Y su canto se traslada por el alma de los pájaros, de las fuentes, del susurro del aire en los árboles… No es de este mundo, por eso hay que desprenderse de lo mundano.
En ese destilarnos por el alambique de la vida, haciéndonos más y más sencillos, nos aproximamos al estrecho canal cervical, donde anida en el cuerpo físico este chakra de difícil tránsito. Ya lo decían los relatos: solo el puro de corazón puede realizar el “ábrete sésamo” y entonar su propio canto, ese que nos hace auténticos, sin artificio alguno.
Todo lo que no haya sido purificado hasta ese punto, se nos atraganta; transformando nuestra voz hasta hacerla irreconocible a nuestros propios oídos: demasiado alta, demasiado baja, demasiado aguda, demasiado grave, demasiado áspera, demasiado timorata… Demasiado, siempre demasiado para la pureza desnuda que requiere viajar libre por el éter.
Ujjayi se llama la respiración yóguica que hace vibrar las cuerdas vocales en el proceso de inspirar y de espirar, generando un murmullo que parece venir de otra dimensión y que nos convoca al interior. Ujjayi es el aviso que en la práctica yóguica nos reclama la atención, apartándonos de la atracción reactiva externa, soltando las cadenas que nos impelen hacia el ruido, haciendo audible, por fin, el silencio.
Se dice que toda la práctica del Hatha Yoga busca el ásana único: Siddhasana, la postura de meditación, una construcción bien asentada en tierra, como una pirámide elevada hacia el cielo, en crecimiento catedralicio, vertical, grácil, sostenida por una columna vertebral libre de atrancos que asciende, por fin, como una espada de luz. Cuántas veces la pirámide queda truncada y esa elevación ve frustrado el vuelo en el paso por Vishuddhi, a causa de unas cervicales constreñidas y aplastadas hacia atrás, como un tapón que nos impide expresar la verdad interna.
Solo si el practicante de yoga ha educado su cuerpo en las cuatro anteriores estancias, logrando unas dorsales libres y unos hombros abiertos como alas, podrá estilizar su cuello, permitiendo el paso libre por el quinto chakra. Entonces podemos entrar en la dimensión del éter y percibir esa voz que, como la sirena del cuento, fue la prenda exigida a nuestra alma a cambio de pisar tierra para hacer el viaje consciente que permite llegar a la eternidad.
Para recuperarla, habremos de hacer entrega del yo personal, pues éste no cabe por Vishuddhi. El agradecimiento, el profundo respeto a la vida, la entrega del individualismo a lo universal o colectivo; es decir, el viaje de la luz libre a través de las cuatro primeras estancias, rojo, naranja, amarillo y verde, abren el canal para entrarnos en el azul celeste y etérico que permite viajar por el espacio vacío, o casi vacío. En el éter solo cabe lo esencial, lo que es y será, lo que nos define, el fruto preciso, el don. A partir de aquí perdemos el nombre: por el fruto nos conocerán, por la entrega de nuestros dones o cualidades. No por la voz, que no es audible a los oídos externos, sino por la danza de nuestra vida, como a la Sirenita…
De los 29 a los 35 años, es el momento de aportar la propia voz al mundo, descubrir la razón de nuestro paso por esta vida y encontrar una seguridad personal sin artificios, basada en el fruto.
La segunda vuelta, de los 79 a los 85, en la espiral de la vida consciente, abrirá la posibilidad de desprendernos de todo peso y exceso de equipaje, adquiriendo una sencillez creciente que nos haga, llegado el momento, liviano el viaje. La voz del alma habla por nosotros sin necesidad de palabras. Empezamos a enfriarnos. Hay una libertad atrayente que hace innecesario todo lo que no nos es propio y esencial.
Estamos a punto de entrar en dimensiones no corporales, se aproxima el final del viaje de la luz. En el horizonte, el azul cielo propio de este chakra. Y más allá, una fina línea que anuncia el paso siguiente, la estancia sexta… (próximo artículo).
“Es liviano lo auténtico,
pues lo esencial
ni se obtiene, ni se pierde,
siempre viajó contigo,
a través del vacío etérico”
Carmen Viejo (Ahimsa). Profesora de Yoga, licenciada en Ciencias de la Información y titulada por la Asociación Española de Practicantes de Yoga (AEPY) y por la Escuela Sivananda.
Talleres, retiros y clases en Granada, www.presentia.es
Aplazado el comienzo del “II Curso de Capacitación en Yoga, una experiencia personal de iniciación y transformación”.Más información: www.presentia.es
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