La crisis del coronavirus sacude nuestras emociones y pone a prueba nuestras reservas de paciencia, serenidad y solidaridad. Añadamos a ello nuevas dosis de sensatez y discernimiento, porque las ideas tóxicas también contagian con rapidez. Escribe Pepa Castro.
Es muy conmovedor recibir en YogaenRed tantas entusiastas aportaciones a compartir desde la comunidad del yoga en forma de clases, sesiones y convocatorias… Una gran ola de espíritu compasivo y solidario ha emergido, y todos y cada uno sentimos que, aunque nuestro cuerpo esté aislado, nuestro corazón está más que nunca junto al de los demás.
Las redes y los chats se llenan de iniciativas solidarias y pensamientos luminosos… pero también son un caldo de cultivo de mensajes que no solo no aportan nada positivo, sino que aumentan aún más la confusión, el miedo y la incertidumbre.
Asombra que en mitad de esta pandemia a escala planetaria haya quien siga teniendo el ánimo de confundir, alarmar aún más y desacreditar a quienes están trabajando y dando la cara con muchas carencias e incertidumbres y bajo intensa presión (profesionales sanitarios pero también políticos, funcionarios y trabajadores de toda índole) para beneficio de todos los que tenemos que quedarnos en casa.
En estos días leo quejas de todo tipo en torno a las medidas que ha tomado el gobierno (que evidentemente no son infalibles). Hay quienes exigen cerrar el país y, en el otro extremo, quienes demandan libertad para llevar a los niños al campo. No lo juzgo, pero me desasosiega. Suele tratarse de un tipo de «eterno insatisfecho», inmune a los problemas colectivos, que sin embargo está siempre dispuesto a pedir el libro de reclamaciones ante cualquier contratiempo que le afecte, y aunque detecta antes que nadie los errores ajenos, sobre todo a posteriori, raramente aceptará responsabilidades personales para mejorar el estado de las cosas.
El fin de la autosuficiencia
Siento que en estos momentos tenemos que redoblar los esfuerzos para desactivar los brotes de ese individualismo tan arraigado en la mayoría de nosotros, en nuestra cultura, y salir de nuestra zona de comodidad para declarar todos juntos la guerra al virus de la insolidaridad y el sálvese quien pueda.
Desde las enseñanzas del yoga se apela a vivir con consciencia, pero la consciencia no se debe limitar a estar presentes en lo que hacemos, sino que ha de llegar al por qué lo hacemos, es decir, a los sentimientos y motivaciones de los que nace la acción. Solo así sabremos decidir si ésta es la más correcta.
Quizás sea un buen momento para replantearnos si queremos estar unidos de verdad en el objetivo de mejorarnos para mejorar el mundo, no sobre el papel, sino en la práctica. Quizás sea una oportunidad para mejorar nuestro nivel de humanitarismo. Hoy, y cuanto esto pase, también. En “nuestro mundo” y en las otras regiones olvidadas de la sociedad y del planeta.
Comparto una frase del filósofo Daniel Inneraty que me han pasado: “Esta crisis no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo y no terminamos de aceptar su fallecimiento) es el mundo de las certezas absolutas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia”.
La mayoría generosa
Gracias infinititas a todas esas personas ejemplares que ya militan en ese nuevo mundo en el que solo se gana cuando se lucha juntos: los profesionales de la salud que están en primera línea de fuego pero también los coordinadores, administrativos, limpiadores, policías, mecánicos, funcionarios, camioneros, reponedores, cajeros de supermercado, operarios de suministros, obreros… Gracias por proveernos de todo para que la mayoría del país pueda confinarse en casa y seguir viviendo con todo lo necesario.
Gracias infinitas a todos los trabajadores y voluntarios que arriesgan su salud para atender a quienes no pueden moverse de casa, a los ancianos, a los enfermos, a los hospitalizados, a los familiares de enfermos en aislamiento, a los más vulnerables, como los dependientes, los discapacitados o las familias sin apenas recursos recluidas bajo mínimos de espacio y comodidad, o los reclusos de las prisiones… Gracias a todos los que ayudan a aquellos -¡tantos!- que soportan precarias condiciones de vida y son golpeados doblemente por esta crisis que ya es humanitaria.
Y gracias especiales a la comunidad del yoga, a esa legión de yoguis y yoguinis, profesoras y profesores y practicantes de todos los niveles que se han quedado sin su actividad docente y sin fuente de ingresos pero se han volcado en las redes para compartir todo el apoyo que pueden por todas las vías disponibles… Porque saben que yoga es, antes que nada, medicina para el alma y para el cuerpo.
Desde aquí, nuestro agradecimiento infinito a tantas personas que nos confían la divulgación de sus iniciativas y propuestas, prácticas y actividades valiosas a compartir. Y nuestro cariño y agradecimiento muy especial a la doctora y profesora de yoga Pilar Luna, en primera línea de fuego en su hospital de Valencia y que aún así le sobra energía para compartirnos muchas de esas iniciativas solidarias que están llegando a sus/nuestras manos.
Y es que, como ella dice: “La única batalla perdida es la que no se libra”.