Después de ver numerosos vídeos sobre iluminación (que me encantan), surge en mí la idea de que además de alcanzar «la consciencia de tu verdadero ser», aparece asociada también la monetización en YouTube. Al menos, en estos tiempos que corren (que vuelan). Ay, McLuhan… Escribe Joaquin G. Weil.
Tal vez, por mi condición de profesor de yoga y de filosofía, en diversas ocasiones personas me han preguntado acerca de sus propios samadhis, despertares generales o específicamente de la kundalini, iluminaciones, visiones, etc.
Lo primero que aclaro es que yo mismo, y de primera mano, no he transitado por tales “experiencias”. Ni estoy “iluminado”, ni se me ha “despertado la kundalini”, ni he alcanzado el “samadhi”, que yo sepa.
Por otra parte, como es lógico, aquello de lo que me hablan aquellas personas que han venido a consultarme sobre tales fenómenos de su experiencia no me resulta del todo ajeno. Durante casi tres décadas he desgastado unas cuantas esterillas de yoga y algunos cojines de meditación. Es decir, cuando me hablan de “samadhi”, “iluminación”, “despertar de la kundalini”, etc. en cierto modo, sé a lo que se refieren. Por eso me resulta natural entrar en este diálogo.
Simpatizo con aquellas consideraciones de la tradición zen al respecto: zazen es satori, y satori es zazen. Es decir, no hay diferencia entre la meditación y sus supuestos logros. También recuerdo a aquella profesora de yoga que cuando alguien le consultaba porque “se le había despertado la kundalini”, inquiría: “¿Ah, sí? ¿Y dónde y cuándo se te ha despertado la kundalini?”. Y si la persona consultante respondía que había sido en tal retiro, en cual taller o en el curso de fulanito o menganita, ella tronaba: “¡Pues ve y dile que vuelva a dormírtela!”.
Recuerdo una vez que alguien entró por la puerta de mi centro a contarme que estaba en samadhi. Le dije: “Ya sabes lo que pasa con el samadhi, ¿verdad?”. Como sacudiera con la cabeza diciéndome que no, le aclaré: “Lo que pasa con el samadhi es que el samadhi pasa”. Y en efecto, esta persona vino muy contenta a las pocas semanas a contarme que ya se le había “pasado el samadhi”.
En una ocasión organicé un ciclo de tres talleres sobre relajación yóguica. Se trataba, mediante diversas técnicas, de alcanzar una relajación lo más profunda posible. Uno de los participantes con cara preocupada vino a contarme, antes de uno de los talleres, que en otra ocasión semejante en otro lugar y con otro profesor, había visto una luz roja y otra azul y que esto le había asustado mucho. Le dije taxativo que no se preocupara, que siguiera las instrucciones de un modo tranquilo. Al finalizar el taller, le pregunté: “¿Qué tal? ¿Viste la luz roja y la luz azul?”. “No las he visto –me respondió–. Pero me he dormido”. Ay, la cantidad de cosas misteriosas y raras que veremos en sueños sin que nos preocupen lo más mínimo, ni siquiera nos extrañen. Es por el estatus emocional o sentimental que otorgamos a tales o cuales “experiencias” por lo que las procuramos y ensalzamos o, por el contrario, las rechazamos.
Los youtubers iluminados
Ahora bien, quiero hablar sobre una novedad que hoy en día determina completamente el asunto de la iluminación, y es, por decirlo en román paladino, el YouTube. Ya en una ocasión, en YogaenRed, hace años, escribí un artículo titulado «La novela espiritual». Desde entonces hasta ahora ha habido todo un viraje tecnológico, donde el relato escrito ha dado paso al videográfico. Hoy existe todo un género, en los vídeos que circulan por la web, que es aquel sobre las iluminaciones, o de las personas iluminadas.
Permítaseme que no cite ningún nombre propio, pues en absoluto es mi intención ofender, siquiera criticar a nadie. Incluso personalmente me gustan este tipo de grabaciones. Sencillamente quiero anotar lo siguiente al respecto: Detecto que, como ya dije en aquel artículo mencionado, con algunas variantes, existe un “relato tipo” de lo que es la iluminación: Persona atribulada deja su vida infeliz y ordinaria en busca de una respuesta a sus muchas inquietudes y cuitas. Conoce a un maestro de sabiduría que, mediante su presencia y, sobre todo, sus enseñanzas o el diálogo de preguntas y respuestas, la conduce a la iluminación, al despertar, a la comprensión de su esencia verdadera. A partir de entonces, se dedica a impartir enseñanzas a sus propios seguidores o discípulos, que ahora están grabadas y disponibles en la web. Con lo que, no sólo alcanza la iluminación sino, voilà, un modus vivendi. Es como el vivieron felices y comieron perdices de esta “novela espiritual”.
Este relato es antiguo y está más extendido de lo que pudiera pensarse. Recuerdo que una vez, hace ya muchos años, en un autobús por India se me sentó al lado un paisano ataviado con un ropaje “religioso” de alguna enseñanza o tradición. Entramos rápido en conversación y, de un modo sincero, me dijo que su aspiración era alcanzar la “iluminación” y difundir “la verdad” por todo el mundo. Veo que esos antiguos mitos o modelos, ahora en You Tube, a buen seguro, se han convertido en un objeto de deseo más, en cierto modo, en un “relato” y en un monetizado producto de consumo.
Nada nuevo. Como rezaba el título de aquel simpático e interesante libro publicado por Robert Greenfield en la ya lejana fecha de 1975: The Spiritual Supermarket.
El medio es el mensaje
Estoy seguro de que muchos o la mayoría de estos vídeo-maestros y maestras de la iluminación son personas cabales y convencidas de lo que hacen. No quiero imaginármelos consultando cuántos nuevos suscriptores tiene su canal de You Tube o en su cuenta de Instagram. La pega que tiene todo este asunto de los maestros de You Tube es aquel apotegma implacable de McLuhan: el medio es el mensaje. Con lo que nada que circule por tal o cual canal, aplicación o tecnología queda incólume al llegar a tu tablet o smartphone. Finalmente es el propio medio el que impone su coloratura, sus leguajes y su gramática.
Por eso, y sólo por eso, me veo en la necesidad de aclarar los siguientes conceptos que, entre otras cosillas, no encontré en ninguno de esos vídeos, y ya vi unos cuantos de ellos:
Primero: La iluminación o el despertar no es un sí o un no. Tiene variedades y grados, por así decirlo.
Segundo: La iluminación o el despertar no siendo un sí o un no, un on o un off, no abarca ni puede abarcar la totalidad de los fenómenos conscienciales que son insondables desde la perspectiva humana.
Tercero: La iluminación no atañe tanto a un giro en la comprensión de lo real, como a un giro en la perspectiva sentimental respecto a lo real y vital. En otras palabras, no es la mente, es el corazón.
Cuarto: Por eso mismo, la iluminación enlaza con la santidad, entendida como un amor inmenso e incondicional por la esencia humana de las personas con quienes convivimos, y por el ser humano que cada cual es. Asunto que, por su extensión, requeriría, de por sí, un artículo entero. Huston Smith contaba la siguiente anécdota sobre el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso. En una reunión dijo que él creía que no iba a alcanzar nunca la iluminación. Lo cual sorprendió a muchos porque consideraban ya la había alcanzado. El motivo de que pensara nunca la alcanzaría, decía el Dalai Lama, era que, para lograr la iluminación, había que meditar más de dos horas diarias, y él, por atender los asuntos de su pueblo, no disponía de ese tiempo. Y añadía: tal vez, después de todo, la iluminación no sea tan importante.
Quinto: Y aquí comienza lo que podemos llamar “la sabiduría de las palabras”, iluminado no es lo mismo que luminiscente. La persona o la cosa iluminada, como el nombre indica, recibe su luz de otra fuente. ¿De dónde viene la luz entonces? Esto lo digo como orientación, como un buzo que, atrapado en un torbellino, quisiera detectar entre las luces y las sombras proyectadas en las rocas submarinas, de dónde procede la luz y cuál es el arriba y el abajo, dentro del mar revuelto.
Por último: precaución a los soñadores de las “novelas espirituales”. Ya vi más de un caso de personas que se creyeron inmersas en tal relato, transitaron por una vida de tedio y sufrimiento, luego aprendieron con el maestro o maestra, con lo que “se iluminaron”, a partir de lo cual ofrecieron charlas, las colgaron en You Tube y se dieron una –si se me permite la expresión– hostia zen (como decía Racionero) contra la realidad. Es decir, de repente no eran ni tan carismáticos, o tan elocuentes, o tan fotogénicos como sus amados maestros y maestras de vídeo, y resultó que no tenían tantos suscriptores en sus canales como esperaban, por lo que no llovió el ansiado maná de la monetización.
Como nos enseñara la película-fábula Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul 2012), el éxito de público es un fenómeno casi tan inescrutable e impredecible como la iluminación misma.
Joaquín G. Weil es profesor de yoga y autor del Manual Formativo Dominio de las Técnicas Específicas del Yoga (Temario Oficial)