Siempre temí que esta afirmación llegara al mundo del yoga, y hoy está entre nosotros. Ya hay profesores trabajando, incluso en formaciones oficiales, en pregonar a sus alumnos que no estiren las piernas, que no levanten los brazos, advirtiéndoles de su peligrosidad. Escribe Olga Jiménez.
Yo suelo bromear con mis alumnos en las clases: “Esa sensación que tienes detrás de las piernas no la llames dolor, llámele vida, creación de espacio. Lo que practicas es un estiramiento, y hasta ahora nadie ha dicho que sea malo”.
Bien, pues ya ha llegado la afirmación. ¿Hasta dónde podrá llegar la ignorancia humana? Aunque principalmente deberíamos preguntarnos hasta dónde van a llegar nuestros miedos. El yoga busca, a través del movimiento, expandir la conciencia y romper nuestros bloqueos. Si impedimos al alumno moverse, le impedimos evolucionar y salir de sus limitaciones, le condenamos al más triste de los encierros, el encierro espiritual.
Un profesor de yoga debe conocer su propio cuerpo, tener libertad articular, movilidad y saber gestionarse sus molestias con la práctica del yoga. Si no es así, infundirá miedo a sus alumnos. Ese trabajo de práctica personal, que ya he mencionado en otros artículos, es esencial, transmite confianza a los alumnos y les dirige progresivamente hacia esa experiencia liberadora que es el yoga.
Un ejemplo de miedo injustificado
Pondré un ejemplo concreto que por desgracia he vivido hace poco con una de mis alumnas. Ella tomó la decisión de entrar en un curso de Certificado de Instrucción en yoga en su provincia. Lleva años practicando yoga Iyengar con muy buenos resultados. Estos practicantes suelen desarrollar una buena visión del cuerpo y sus colocaciones. Su profesora de yoga terapéutico tiene una curva lumbar muy pronunciada, lo que muchos sabemos que va unido a dolores en esa zona. Esa mujer enseña a no estirar nunca las piernas, a no levantar los brazos, explicando que produce graves riesgos en los hombros al igual que en las rótulas, que se desgastan de forma severa según afirma ella.
Es un ejemplo claro de practicante que no ha sabido cómo gestionar su dolor, sus molestias, y trabaja infundiendo miedo entre sus alumnos. El coxis está rodeado de músculos voluntarios que en yoga aprendemos a movilizar precisamente para ayudar a que la curva lumbar no solo no aumente, sino que pueda ser reducida en casos de desplazamiento excesivo. Desde ese ajuste se crea espacio estirando brazos y piernas, y la zona mejora notablemente.
«No te muevas y así no corremos riesgos»
En el trabajo correcto del yoga no hay posibilidad de considerarlo jamás excesivo; es como si descalificáramos a un bailarín o bailarina por hacerlo demasiado bien. Evidentemente se trabaja dentro de unos parámetros donde la mente siempre debe permanecer en una actitud de pasividad completa, donde las articulaciones respetan unas líneas muy claras, y si la persona es hiperlaxa habrá que frenar ese movimiento que está siendo agresivo con su articulación; es decir, se deben conocer “las reglas del juego”. Según el tipo de practicante, sí podemos clasificarlos como flojos, medios, superiores o supremos.
Pero la realidad es que hoy hay pocos profesores debidamente formados, que hayan pasado por años de trabajo personal sobre su propio cuerpo y que tengan la madurez, la experiencia suficiente, para enseñar de forma segura a sus alumnos: “Mejor no te muevas, así no corremos riesgos”.
Formaciones que deforman
Las titulaciones oficiales instauradas en nuestro país están haciendo que muchos alumnos sinceros entren en ellas. Algunos son ya practicantes que conocen bien que en yoga hay que movilizar y desbloquear y se ven frente a profesores que les regañan y reprimen su trabajo, les piden incluso que dejen sus prácticas. Profesores muchas veces con títulos como “profesor de yoga terapeútico”. Profesores a los que sus alumnos les preguntan por la práctica en casa y ellos les contestan: “Nada, pues haz una o dos posturas y ya has terminado”. En ocasiones estas titulaciones están incluso respaldadas por prestigiosas universidades públicas. Yo digo que hay que cuestionarlo todo y no importa de dónde vengan las aparentes verdades.
Me pregunto muchas veces: ¿dónde se compran tantos títulos? La respuesta es sencilla viendo los cientos de formaciones que se anuncian sin exigir práctica previa a los inscritos. Lo siento pero eso no lo considero ético; yo lo llamo sólo pensar en el negocio. Evidentemente que un profesor de yoga debe poder ganarse la vida con dignidad y que una organización de profesores, o escuela, deben ganar dinero, pero cuando sólo se contemplan los números, estamos en un campo diferente.
No digo evidentemente que en muchos cursos no haya personas bien formadas, serias y buenos practicantes, pero la realidad es que hoy son una minoría. Y que sin práctica previa, en el tiempo que dura una formación no es posible obtener buenos profesores, ya que no han tenido tiempo de ser practicantes maduros. ¿Cómo se puede estar haciendo tanto daño a esta bella disciplina? Nos imaginamos que ocurriera esto en cualquier otra rama. ¿Lo imaginamos en profesores de violín, profesores de artes marciales, de kárate, profesores de ballet? En todos estos casos lo veríamos ridículo, pues uno sólo enseña lo que domina.
Camino de evolución
Pues yo, en los tiempos de denuncia que estoy viviendo, he decidido que callar es ser cómplice de estos hechos. Y digo que no, que enseñar yoga no puede hacerlo cualquiera con un titulito, que la enseñanza del yoga requiere un sacrificio, una renuncia titánica, un periodo de disciplina rigurosa durante años por el que es obligatorio pasar. Siempre suelo decir: si no vales, dedícate a otra cosa, hay miles de profesiones.
El yoga tiene una parte física que hay que dominar, aunque evidentemente que tiene otras facetas fundamentales que no pueden dejarse de lado. Pero un jugador de tenis no sale sin su raqueta, un deportista no se permite estar flojo.
Un profesor de yoga debe ser ético, íntegro, respetar y cumplir yama y niyama, ser disciplinado en sus hábitos, dominar su cuerpo y estabilizar su mente. Entonces puede colocarse frente a los alumnos y enseñar.
De lo que hablo es de evolución humana, una auténtica transformación personal que te llevará a hacer natural difundir esos conocimientos; te despierta ardor al querer compartirlos porque sientes el fuego en tu interior. No hablo de estados de iluminación, y espero que el lector entienda bien esta diferencia. Un profesor de yoga no es un ser iluminado, estaríamos hablando entonces de un Guru, que es un hombre o mujer que se encuentra en un plano de evolución muy superior al nuestro debido a su tapas (práctica) o en raras ocasiones por nacimiento. Estas personas han existido a lo largo de la historia, y sus cualidades humanas están lejos aún de la mayoría de nosotros. Los demás, ya seamos profesores o alumnos, somos buscadores con más o menos horas de trabajo en el camino.
Hacia un mundo más justo
Esa evolución cuando es sana debe estar envuelta en humildad; toda arrogancia nos aleja de los alumnos y de nuestra capacidad de ayudar. Debemos entender como profesores que lo único que nos separa de nuestros alumnos es el número de hora de práctica, pero que en esencia somos exactamente iguales. Muchos profesores son también rudos y distantes; esas actitudes les libran de molestas preguntas que quizás no sepan, crean corazas que les protegen de su propia ignorancia. Debemos trabajar esa empatía y comprender su sufrimiento, sus anhelos. Sólo entonces podrá brillar el yoga en su esplendor. Podremos entender que el yoga surgió como forma de ayudar a la humanidad a evolucionar y con ello construir sociedades más justas, un mundo más justo para todos, ya seamos humanos, animales o naturaleza, un mundo conectado.
Conectados será el título de mi libro, que saldrá publicado en septiembre por Mandala Ediciones, y aprovecho este breve artículo para agradecer a mis alumnos su confianza, su espíritu crítico y su manifiesta intención de compartir aquello que es hoy verdaderamente importante: la protección de la naturaleza. En este libro saldrá todo aquello que me consume desde niña, todas las injusticias hoy socialmente aceptadas que producen en muchos casos absoluta indiferencia entre la población. Un libro que pensé sacar anónimo, por la dureza de muchas de las críticas, pero que finalmente saldrá con mi nombre. Está cargado de amor y confianza hacia el ser humano. En él, como no podía ser de otra forma, el yoga también estará presente. Hoy se puede ya leer la introducción en el blog de nuestra web.
Olga Jiménez es directora de la Escuela de yoga ‘Luz sobre el yoga’
Camino de la Zarzuela 11, 2º izda. Aravaca, Madrid