Vivimos en un mundo violento, solo hay que mirar los informativos. Una violencia que se cuela también dentro de nuestras casas, entre nuestras propias experiencias y en las salas de yoga. Tenemos que tener claro cómo rechazarla y evitarla. Escribe Pepa Castro.
La violencia no es solo visible agresión física, ataque, crueldad, guerra. También puede ser invisible: intimidación, presión, amenaza, privación y manipulación. Violencia es la negación del respeto que nuestra libertad y dignidad de ser humano merecen.
Desde que nacemos somos protegidos y también instruidos. Pero no siempre será la salvaguarda del respeto a lo que somos lo primero que guíe las buenas intenciones del progenitor o del maestro. Por desgracia, la adaptación a las conveniencias sociales, la seguridad, la obediencia, la comodidad, las buenas notas escolares y una larga lista de expectativas e intereses particulares se antepondrán relegando lo más importante, el desarrollo de los potenciales interiores del niño, a un olvidado lugar de la lista educativa.
Desde pequeños aprendemos muchas cosas. Aprendemos también creencias totalmente erradas y muy lesivas, inducidas por el medio social. Una de las más poderosas: a “portarnos bien” para obtener recompensas o hacernos merecedores del amor de los demás; o que las figuras de autoridad tienen siempre razón y velan por nosotros… aun cuando percibamos que nos menosprecian. Y aprendemos también a silenciar sensaciones, sentimientos y experiencias que no alcanzamos a comprender y que crean bloqueos y heridas emocionales.
Posiblemente nunca escucharemos a lo largo de nuestra larga etapa de instrucción un mensaje simplemente parecido a este: Valora la dignidad de tu ser. Confía en tu poder y libertad para recorrer tu propio camino hacia la felicidad. Confía en tu fuerza interior. Ámate y ama. Relaciónate desde la amabilidad y el respeto. Respeta la vida en todas sus formas, respeta a los demás. Respeta tu integridad y hazla respetar, sin violencia pero señalando tus límites.
Y, sin embargo, la carencia de esa confianza en uno mismo, en los propios valores de ser humano más allá de las competencias que se coticen en el momento, nos convierte en personas vulnerables y muy expuestas a la violencia, como eventuales víctimas pero tal vez también, en algún momento o en alguna medida, como potenciales agresores.
Bikram y la violencia en el yoga
Acabo de ver en la plataforma Netflix el documental Bikram: yogui, gurú, depredador, que recomiendo vivamente. Resulta muy aleccionador, sobre todo para ponerse en guardia frente a los abusadores y para ver cómo funcionan sus métodos.
Bikram Choudhury, huido de la justicia en Estados Unidos, además de martirizar a sus alumnos con su estilo de yoga a 40 grados, humillaba, chantajeaba, agredía, como ha quedado demostrado, y aún así sigue impartiendo cursos de formación multitudinarios… por ejemplo en España en el pasado octubre.
Este hombre llegó a abrir 650 franquicias solo en Estados Unidos, muchas más en todo el mundo, que le hicieron multimillonario, con 43 coches de lujo. Sus alumnos debían aprobar su curso de formación de nueve semanas si querían abrir un estudio de yoga con el nombre ‘Bikram’ en la fachada, y pagaban 10.000 dólares por ello.
Bikram se creía Dios, pero su estilo y sus métodos no engañaban a nadie por burdos y descarados… y sin embargo miles de personas creyeron ciegamente en su genialidad y en la excelencia de sus dogmas.
¿Cómo se explica que seamos tan fáciles de embaucar? Les dejo a ustedes la respuesta, o a los psicólogos y los sociólogos, porque me parece más práctico centrarnos en cómo impedirlo.
No renuncies a tu dignidad por nadie ni por nada
Parece que siempre habrá individuos dispuestos a abusar, agredir y manipular a los demás, tanto en el mundo del yoga como fuera de él, y con móviles sexuales o cualquier otro aspecto relacionado con nuestra integridad personal.
Así que tal vez la mejor prevención personal contra la violencia y los abusos sea tomar conciencia de los límites y fortalecer nuestras defensas. Abusa de ti el que trata de manipularte, utilizarte o intimidarte amparado en un poder o en una supuesta autoridad. Da igual que sea guru, sacerdote, profesor, policía, padre, marido, hijo, cantante de milongas o vendedor de motos.
Para empezar, apóyate siempre en Ahimsa, la no violencia. Di no a la violencia en cualquiera de sus manifestaciones y formas. Di no a la intimidación. Di no a la manipulación. Di no a las presiones. Di no a los sermones. Di no al iluminado, al predicador, al poseedor de la verdad, al vendedor de amor, al que va de psicólogo o confesor y no lo es.
No busques respuestas en personajes que presumen de tenerlas todas.
No te pongas a merced de nadie. No renuncies a ti, a tu dignidad, a tu libertad, a tu integridad, a tu intimidad, a tu fuerza, al respeto debido a ti misma/mismo en base a nada. A nada.
Ten muy claro en cada momento de tu vida que quien bien te quiere no te hace llorar, no te desprecia, no te humilla, no te hiere, no te hace sentir incómoda/o, no te impone sus ideas, no te inculca sus dogmas, no te engaña, no te acosa, no te presiona, no te chantajea psicológicamente, no te hace sentir incompetente, ni desvalida/o, ni sucia/o, ni inferior, ni ignorante, ni enferma/o, ni frágil, ni dependiente. Tampoco intenta manejarte con halagos ni con maniobras de seducción.
Tan incierto y violento es que “la letra con sangre entra” como que “lo que no te mata te hace más fuerte”. Hay toda una perversa y violenta mitología patriarcal que nos vende que para progresar en nuestro proceso de maduración emocional y espiritual tienen que darnos caña («disciplina») y ponernos a prueba a base de creencias incuestionables, humillaciones, invasiones de nuestra intimidad, coacciones y todo tipo de abusos. Si tragas, si obedeces, si te adaptas, si silencias, queda condicionada o desactivada tu capacidad de decidir libremente, y erosionada, quizás irreversiblemente, tu autoestima.
Exige un trato correcto en la sala de yoga
Que nos dejen vivir en paz. Basta ya de exigirnos “un poco más”; basta ya de “tú puedes con todo”, de “esto es bueno para ti”, de “renuncia a tu ego”, de “acepta sin juzgar”. Basta ya de paternalismos, de hablar en nuestro nombre, de condicionamientos y manipulaciones.
Exige un trato correcto y educado, amable si es posible. No permitas que te hablen como si fueras una colegiala o colegial; no permitas que te reprendan ni que te lisonjeen porque sí; no toleres que nadie se tome libertades contigo ni traspase barreras, por mucho que vaya de profesor paternal o de beatífico maestro. Deja claros tus límites y defiéndelos. Eso no es ego; es exigir respeto.
Tu integridad física, psíquica, emocional, intelectual y espiritual es sagrada. Como tu libertad para pensar y decidir en lo que a ti se refiere. Tu deber y tu derecho fundamental es que se te respete… No renuncies a tu criterio, a tu autonomía, a tu racionalidad, a tu discernimiento. Eso no es soberbia; es reconocimiento a tu dignidad de adulto.
Tu búsqueda de respuestas y tus aspiraciones espirituales no son incompatibles con tu condición de ser humano íntegro e inteligente, al contrario. Una cosa es desaprender creencias invalidantes y equivocadas y otra renunciar a tus capacidades y talentos.
Escucha a tu intuición. Cuando una situación o/y una persona te generen sensación de incomodidad, falsedad, acoso o embaucamiento, oblígate a ser asertiva o asertivo. Expón claramente tus dudas, objeciones y condiciones… o sal de allí para siempre.
Pepa Castro es codirectora de YogaenRed.