Durante este mes de enero recordaremos los 10 artículos que más difusión tuvieron en el año 2019. Los primeros más vistos fueron los dos artículos que nos remitió Karen Rain sobre los abusos sexuales perpetrados en su persona por Pattabhi Jois. El segundo podéis verlo en este enlace. Traducción del inglés: Atenea Acevedo.
[Advertencia: esta publicación incluye fotografías que muestran violencia sexual, publicadas con el permiso de la víctima)
Necesité veinte años para volver a sentirme plenamente dueña de mi vida y revertir la vergüenza.
Cuando se hicieron públicas las denuncias de abuso sexual contra Brett Kavanaugh, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, los medios publicaron infinidad de fotografías suyas. Me pregunté cómo afectarían esas imágenes a las mujeres que lo denunciaban. ¿Ver aquellas fotografías, por no hablar de la comparecencia televisada en tiempo real, les causaría ansiedad y les recordaría los tormentos que habían descrito? O, por el contrario, ¿se sentirían reconfortadas al ver su imagen acompañando artículos escritos por quienes sí les creen y las apoyan, y leídos por millones de personas?
Las fotografías de mi agresor sexual son ubicuas. Si bien su persona no forma parte del debate actual en el país, su imagen está en infinidad de estudios de yoga y altares de yoga en todo el mundo en señal de reverencia y adoración, a pesar de lo que sé y muchas personas sabemos de él.
A mediados de la década de 1990, estudié yoga con Pattabhi Jois en Mysore, en la India, durante varias estancias que suman dos años. Pattabhi Jois creó una práctica atlética e intensa de yoga a la que nombró ashtanga. Puede decirse que es uno de los estilos más influyentes y populares de yoga en el mundo. En ese tiempo, Pattabhi Jois me violentó sexualmente en clase, al igual que a otras muchas mujeres, prácticamente a diario.
En ese entonces, la idea de que el gurú de este sistema de yoga fuera mi agresor sexual me parecía inconcebible.
Practicar yoga ashtanga dotó a mi vida de sentido y significado al hacerme parte de un grupo elitista de maestros certificados y practicantes avanzados. Era mi pasión y mi carrera profesional, me hacía sentir saludable, en forma, fuerte y gratificada, me daba un sentido de pertenencia.
Además, no toleraba la idea de ser una víctima. La sola palabra conlleva un estigma que yo había interiorizado como sinónimo de persona fracasada, débil o digna de lástima. Me autoengañé para no sentirme ni ser vista como fracasada, débil o digna de lástima. Me convencí de que Pattabhi Jois no me estaba violentando sexualmente. En ocasiones, incluso intenté de ensalzar las agresiones. Quería creer lo que algunas personas decían, y aún dicen: que Pattabhi Jois me transmitía energía sanadora al tocarme de esa forma. Lejos de sentirme digna de lástima, con esas ideas conseguía sentirme afortunada, casi bendecida.
Puede sonar parecido a otorgar consentimiento, pero la asimetría de poder y el miedo a las represalias si me quejaba, el miedo a perder mis amistades, mi carrera profesional y mi sentido de pertenencia, hacen imposible hablar de consentimiento: estaba indefensa ante el gran maestro de yoga que descargaba su corpulencia sobre mí y se frotaba contra mi cuerpo mientras yo realizaba y sostenía complejas posturas. Me sometí, aguanté, intenté minimizarlo.
Lo cierto es que nunca hubo consentimiento alguno de mi parte.
Hoy elijo usar la palabra ‘víctima’ porque, para mí, hace referencia a mi inocencia en una situación de injusticia.
Las denuncias de abuso sexual contra Pattabhi Jois, tanto en Mysore como en giras internacionales, abarcan treinta años. Distintas mujeres han hablado de cómo Jois las besó, toqueteó, frotó sexualmente a través de la ropa y violó usando los dedos.
Para mí, la agresión sexual más frecuente y deshumanizante ocurría cuando presionaba su pene contra mis genitales y movía la pelvis rítmicamente, al tiempo que yo sostenía diversas posturas de yoga, tal como se aprecia claramente en esta fotografía.
En la imagen donde estoy haciendo un arco ni siquiera me toca con las manos: su pelvis, sus genitales son lo único que está en contacto con mi cuerpo, mi pelvis, mis genitales.
Pese a la obvia realidad plasmada en estas fotografías, infinidad de practicantes negarán que ahí se evidencia agresión sexual. Lo sé bien: yo solía pensar como ellos. La violencia sexual era asumida como parte del método de ajustes manuales de Pattabhi Jois. Además, en las imágenes se ve a otras personas practicando alrededor de mí, se aprecia a mis amistades en el mismo espacio, uno de ellos incluso tomaba fotos. No es posible infligir agresión sexual con tanta gente alrededor, ¿o sí?
En mi juventud normalicé su comportamiento. Al igual que muchas personas que sufren abuso, me tomó bastante tiempo alejarme. Seguí estudiando con Pattabhi Jois en Mysore durante dos años y él siguió violentándome. Casi nunca advertimos la gravedad de una situación hasta que la dejamos atrás. Necesité años para ver y entender cabalmente lo que había sucedido.
He decidido publicar las imágenes que me han atormentado por más de veinte años como un paso más radical hacia mi reivindicación.
Me fui de Mysore en 1998, pensando que Pattabhi Jois carecía de ética y no debía ser maestro de yoga, mucho menos ser un maestro venerado. No obstante, darme cuenta y entender completamente la gravedad de su abuso de poder no fue algo instantáneo. Al principio, minimicé su violencia. Me tomó años pronunciar las palabras “Pattabhi Jois me agredió sexualmente”.
El estoicismo es tan venerado en el yoga ashtanga como seguir practicando sin importar el dolor o la incomodidad es considerado encomiable. Además, se valora especialmente a las mujeres que aguantan el sufrimiento, de manera que yo había sido condicionada a no quejarme y a minimizar mi calvario. La intuición me decía que la comunidad desdeñaría el más breve de mis testimonios y que ahí solo encontraría críticas, estigmatización y desprecio. En lugar de alzar la voz, opté por desaparecer.
Deliberadamente, dispuse todo en mi vida para evitar ver su fotografía y volver a ser traumatizada por la imagen de su poder y prestigio. Me alejé de mi comunidad y amistades, cambié de carrera profesional y de sueños. Dejé de enseñar y practicar yoga. Incluso cambié mi apellido.
Ver fotografías de Pattabhi Jois alegre o rodeado de gloria detona en mí la reacción humana a la experiencia traumática. Mi cuerpo se congela mientras me esfuerzo por interpretar las señales que me envía. No distingo lo que me da seguridad de lo que me la arrebata. Mi mente se apaga… algo que, por cierto, el yoga ashtanga nos exhorta a hacer: hay que rendirse, someter el cuerpo y la mente a la práctica. Por cierto, someterse a Pattabhi Jois, también llamado guruji, apelativo honorífico reservado a los maestros adorados, era sumamente valorado. En el yoga ashtanga, el grado de devoción del practicante es directamente proporcional a su mérito dentro de la comunidad de ashtanguis.
Necesité veinte años para tener el valor de escribir sobre esto. Si pude hacerlo, fue gracias a las muchas y muy valientes víctimas de violencia sexual que levantaron la voz antes que yo. La constante humillación y señalamiento de las víctimas como culpables, tanto de manera abierta como soterrada, hacen casi imposible evitar mayor dolor cuando nos atrevernos a hablar. Si narro mi experiencia es porque quiero ser parte de la construcción de un mundo más seguro y amable para que las víctimas adviertan y reporten los abusos, un mundo donde reciban credibilidad y protección.
En parte, estuve de acuerdo con la publicación de estas imágenes porque son la prueba de que Pattabhi Jois abusó sexualmente de mí, pero también porque debe ser recordado como agresor sexual: no se trata únicamente del gurú sonriente en un altar de yoga, sino también de un hombre que violentó a mujeres delante de otras personas. Quisiera que estas fotografías fueran una invitación a reflexionar si estamos haciendo la vista gorda o subestimando cualquier forma de abuso sexual.
Karen Rain estudió en Mysore como alumna de Pattabhi Jois durante el periodo de 1994 a 1998.