Hay quien pretenda ser yogui siendo agnóstico o ateo, si bien lo que está claro es que el agnosticismo o el ateísmo se volatiliza a los primeros segundos de samadhi, como la gota de sudor de un corredor de fondo que, de la frente, cae al suelo caliente y seco en un verano caluroso. Escribe Joaquín G. Weil.
Como filósofo tengo que señalar cuatro piedras clave en la arquitectura de las ideologías antiespiritualistas en Occidente:
– Freud colocó el sexo (la líbido o el eros) en el lugar de Dios. La espiritualidad era el erotismo sublimado.
– Marx situó el dinero (el capital) en el lugar de Dios. La espiritualidad era una ideología impuesta por las clases dominantes para oprimir al pueblo.
– Nietzsche aupó al individuo (al ego) al lugar de Dios. La espiritualidad era una traición a la vida, al vitalismo y a la tierra.
– Y Comte fue el primero de muchos que establecieron la ciencia en el lugar de Dios. Y esta es la creencia dominante hoy en día: La espiritualidad o la consciencia puede o podrá ser localizada en algún recoveco del cerebro, conforme avancen las así llamadas “neurociencias”. Y tiene, por tanto, un origen y una explicación bioquímica.
Lo que más me sorprende de los agnósticos y ateos no es que se cuestionen la existencia de Dios, sino precisamente que no se cuestionen un concepto de Dios infantiloide y simplista, que es el comúnmente aceptado en Occidente, el cual ellos admiten y niegan al mismo tiempo (Es decir, el concepto macho de un Dios barbudo y esencialmente cabreado; cuando, si hay algo claro al respecto es que Dios es ante todo un amor y una luz de poder, fuerza y alcance inconcebible desde nuestra humilde escala humana).
En el frontón de los templos de Apolo, dios de la sabiduría, en la antigua Grecia figuraba esculpido el lema: “Conócete a ti mismo”. Es decir, el camino para acceder a la sabiduría divina era la vía del autoconocimiento. Igual en el yoga el último escalón en los principios, el conocimiento de Dios, ishvarapranidhana, se alcanza mediante el niyama anterior, svadhyaya, el estudio de sí.
La espiritualidad es el marco del desarrollo y la práctica del yoga. Si quitamos esta poderosa herramienta de equilibrio, de sabiduría, de salud y bienestar, estamos abriendo la puerta para que todo tipo de cultos ocupen su lugar: sobre todo, el culto al cuerpo y el culto al individuo (ego).
Espiritualidad mal vista
Por su parte, el racionalismo agnóstico o ateo y cientifista niega la existencia de cualquier realidad que no sea perceptible por los así llamados “cinco sentidos”, que no sea mensurable y matemáticamente cuantificable. Como aquella historia del yogui de Benarés, que dejó de practicar su yoga cotidiano porque había diseccionado un cadáver, de esos que flotan sobre el Ganges, y no había encontrado en él los siete chakras. Ahora bien, el racionalismo materialista se da de bruces contra la realidad sensorial, consciencial, sensitiva, intuitiva y sentimental. Es una realidad vital para la persona, que evidentemente no cabe dentro de los conceptos científicos, y es precisamente con lo que trabaja el yoga.
Por su puesto, que, mediante las así llamadas “neurociencias”, el racionalismo materialista ha querido adentrarse en estos misteriosos ámbitos. Con el siguiente mecánico y absurdo procedimiento: reducir a materia, electricidad, biología o química cualquier fenómeno consciencial, sentimental o humano, que quedaría por completo situado en el cerebro. Lo cual, como señalaran muchos, desde Penrose, contraviene el más elemental sentido común: un pequeño órgano como el cerebro, con sus neurotransmisores, sinapsis, etc. no puede contener un fenómeno tan complejo y misterioso como es la consciencia y el sentimiento. Basta con hacer una sencilla proyección matemática comparativa con la limitada eficiencia de un megaordenador del tamaño de un camión de dieciséis ruedas y que consuma entera la electricidad producida por un generador diesel.
En el libro que gentilmente me envió el escritor, editor y librero Álvaro Enterría, El científico y el santo, el autor, Avinash Chandra, vinculado con ambas esferas generalmente tan reñidas, la ciencia y la espiritualidad, hace la siguiente crucial reflexión en el introito (cito de memoria): Hoy en día se puede hablar de cualquier cosa, sexo, drogas… lo que se quiera. Lo único que está realmente prohibido, depende en qué ámbitos, sobre todo en los ambientes y salones académicos y científicos, es la espiritualidad.
Es lo que podríamos llamar “la espiritualidad prohibida”.
Y, sin embargo, la inspiración espiritual, onírica, febril o extática está en el principio de muchas de las grandes teorías científicas contemporáneas: como el célebre sueño de la serpiente mordiéndose la cola, que le dio a August Kekule la idea de la circularidad de la molécula de benceno; o el sueño con el ángel matemático de René Descartes durante su acampada como soldado en Ulm; o bien aquel otro ángel o espíritu que, en mitad de unas altas fiebres palúdicas, le dictó a Russell Wallace el principio de la selección natural en la evolución de las especies, luego atribuida en exclusiva a Darwin.
Convivencia posible
Pese a que lo espiritual o mistérico esté en el origen de una parte crucial y relevante de las teorías científicas, o acabe coincidiendo con éstas, basta que un científico aborde el asunto espiritual para que su carrera se vea seriamente comprometida. Dice la Wikipedia del mencionado Wallace: “Su defensa del espiritualismo y su creencia en el origen no material de las facultades mentales humanas dificultó su relación con los miembros del ‘establishment’ científico”.
En efecto, los científicos (al menos los más brillantes e inspirados, no hablo de los burócratas de la ciencia) tienen su toque místico, como un Albert Einstein declarando que el Amor es la gran fuerza que rige el universo. Y, por su parte, los místicos, no dejan de tener su parte mundana y práctica, al estilo de Santa Teresa (la autora preferida del moderno maestro zen norteamericano Adyashanti), la cual decía que Dios anda entre los pucheros de la cocina.
Si hay algo que tendremos que agradecer a la física cuántica es la certeza precisamente científica de que no todo es cero o uno, un sí o un no, sino que diversas posibilidades, aparentemente incompatibles, son en realidad posibles al mismo tiempo.
Y no es que sea posible que la esfera de lo espiritual por un lado y la de lo mental o intelectual, por otro, convivan amigablemente, sino que necesitamos que así sea, pues lo espiritual es fuente de inspiración para lo racional y lógico, al mismo tiempo que ésta forma intelectualmente deglutida es, en nuestro plano humano terrestre, el modo más básico para que lo espiritual pueda ser explicado, transmitido o enseñado.
Considero que en todo ámbito de acción humana, y particularmente en el ámbito del yoga, es necesario recuperar y reconocer abiertamente la perspectiva inspiracional, consciencial y espiritualista, porque es precisamente esta perspectiva espiritualista la que, tal como numerosos casos históricos atestiguan, nos puede permitir avanzar en los terrenos más prácticos y científicos.
La ciencia inspirada por el espíritu
Todavía y para concluir: más que aplicar la ciencia sobre el yoga, nosotros yoguis con conocimientos acerca de lo que es la ciencia, deberíamos de asumir como tarea la observación de la ciencia, sus métodos y objetivos desde un punto de vista espiritual. Qué son, qué cualidad y significado tienen o deben tener la ciencia, sus procedimientos y objetivos en la evolución de la persona y de la humanidad. Esto es lo que nunca es cuestionado, ni siquiera puesto en observación.
Ante todo, la ciencia ha de tener un carácter noble, ponderado y ético, sabedora de su ámbito y su limitación. Y uno de sus límites es precisamente el ámbito de lo espiritual, y el de los valores esenciales del ser humano, como son la libertad y la dignidad. Ahí no llega la ciencia; ahí comienza la humanidad o las humanidades. Es por pura lógica: pertenecen al ámbito de lo humano. El lugar de la ciencia no es colocarse sobre la humanidad, su espiritualidad y sus valores, sino evidentemente subordinarse a ellos.
Joaquín G. Weil es autor del Manual Formativo Dominio de las Técnicas Específicas del Yoga (Temario Oficial)