La abundancia de yogas desvirtuados, que sólo son yoga por su nombre promocional, es una gran oportunidad para retornar al corazón del yoga tradicional, cuya trayectoria es asombrosamente longeva pero que hoy tal vez sean sus beneficios más necesarios que nunca. Escribe Luis A. Zambrana.
A diferencia de una concepción lineal y progresiva de la historia, cuya influencia judeo-cristiana es notable en el mundo occidental, la idea de un desarrollo temporal cíclico ofrece un marco más real y adecuado para entender mejor el mundo.
El concepto de eterno retorno, generado en Occidente a partir del estoicismo, y desarrollado en la Modernidad por autores como Maquiavelo, Vico, Schopenhauer o Nietzsche, plantea la idea básica de que el mundo se extingue constantemente con el fin de volver a crearse. En las tradiciones orientales, a su vez, la concepción cíclica del tiempo ha dominado las cosmologías védica, sāmkhya y budista, por mencionar algunas.
La icónica danza cósmica de Shiva Nataraja muestra la potencia transformadora de la destrucción, lo que posibilita la continua regeneración del mundo, que vendría a realizar Brahma, o deidad creadora según el Trimurti hinduista. El aro de fuego que le sirve de marco cósmico a la danza de Shiva, en efecto, representa el poder de purificar las acciones mediante la destrucción de la ignorancia humana, a la que la deidad domina moviéndose rítmicamente sobre ésta. Así, comprender la naturaleza como un continuum de destrucción y regeneración puede ayudarnos a no tener una idea tan fatalista, pesimista y lóbrega del yoga como ciencia y práctica milenaria.
En su novela Siddharta, Hesse dramatiza bellamente esta idea de eterno retorno cuando el protagonista toma consciencia de que el sufrimiento que le ha provocado la rebeldía de su hijo coincide con el que él le provocó a su padre brahmán cuando abandonó el hogar familiar y emprendió su búsqueda de libertad. En ese instante, la repetición cíclica le ayudó a Siddharta a no sólo ser consciente de la transitoriedad e impermanencia de lo fenoménico, sino a aceptar esa realidad con el propósito liberatorio de deshacerse de los apegos que surgen a raíz de ignorar que no hay nada permanente. Este potencial liberatorio posibilita que, luego de vencer esa ignorancia que hace que nos aferremos a lo transitorio como si no lo fuera, podamos actuar en cada instancia de forma purificadora y auténtica.
En su filosofía, Nietzsche desarrolla este concepto con el objetivo de desembarazar la voluntad de poder de los efectos aniquiladores del concepto lineal y trascendente del tiempo. Vivir cada momento como si fuese eterno nos ancla en la realidad del instante y nos coloca en una posición propicia para aceptar la vida sin los velos de ignorancia que nos coartan constantemente. Cada instante nos ofrece una gran oportunidad de purificarnos y aceptar la impermanencia como potencial de cambio continuo.
Retorno a los principios básicos
Como atinadamente menciona el admirado Ramiro Calle, si el yoga ha sobrevivido más de cinco mil años como método soteriológico, es porque su utilidad ha sido probada y comprobada por un sinnúmero de generaciones. Por lo tanto, ante concepciones sumamente desvirtuadas y falseadas de ese gran árbol que es el yoga, su presencia auténtica en estos momentos, a pesar de no ser la hegemónica, posibilita un retorno a sus orígenes.
La voluntad natural de reducir el sufrimiento, en todas sus modalidades de insatisfacción constante, no encontrará sino un analgésico adicional en métodos que, más que desapego a la ilusión del ego, propician todo lo contrario. Mientras que estos efectos contraproducentes se manifiesten de forma masiva, el auténtico yoga, por contraste, siempre será una alternativa fiable y extraordinaria para ser más libres y poder ver más allá de las ideas y emociones turbias que pululan constantemente en nuestra mente poco entrenada. La liberación de toxinas en una sesión de ejercicio físico no puede sustituir la voluntad de no dejarnos dominar por la turbina de pensamientos que nos asaltan en cada momento; de ser pensados por los pensamientos. Por esta razón, que el yoga se confunda sospechosamente con técnicas de ejercicio físico, que no son propiamente asanas, es y debería ser un aliciente más que pertinente para estudiar, practicar y difundir ese método espiritual y adogmático que por milenios le ha servido útilmente a la humanidad.
Es evidente que el yoga, particularmente el sistematizado por Patañjali, no fue creado en un escenario de amplia actividad mercantil como el que suele existir en nuestras sociedades contemporáneas. El yoga no se practicó originalmente en contextos en los que todo se mercantiliza o cosifica con fines puramente lucrativos o comerciales. De hecho, los principios éticos y morales del yoga, recogidos en los yamas y niyamas del Ashtanga, suelen ir en contra de muchos de los presuntos valores sociales que hoy imperan. Lamentablemente, al cosificar la práctica del yoga como objeto de consumo, esos principios básicos, que son las verdaderas raíces de la práctica disciplinada o sadhana, han quedado en un segundo o tercer plano, por no decir que en algunos casos han desaparecido por completo.
Si el mercado económico se alimenta de la competencia descarnada, la soberbia, la envidia, los celos, la ira, la codicia y la aversión, el yoga se basa en la no agresividad, en el desapego, en la compasión, en la ecuanimidad, en la humildad, en la generosidad, en la benevolencia, en la veracidad y en el equilibrio psicosomático. No es la práctica del yoga la que debe diluirse, pervirtiéndose, en las dinámicas competitivas e insaciables del mercado, que es un reflejo mercantil de los valores que dominan socialmente. Por el contrario, el yoga debe influir, sin coerción ni imposición, en cada individuo para que ese mismo mercado, así como la sociedad que le sirve de escenario, se transforme en menos agresivo, más benevolente, más compasivo y en un espacio menos sufrible para la humanidad, las demás especies animales y el medioambiente. Eso se logra con una práctica personal que acoja las técnicas auténticas que componen el yoga verdadero que se ha desarrollado y adaptado pragmáticamente durante siglos.
Más necesario que nunca
De esta manera, la aparición y despliegue de pseudoyogas nos brinda la oportunidad de contrastar las prácticas y los efectos del yoga real o auténtico. El énfasis en el contorsionismo, en la flexibilidad exagerada y poco saludable, en las posturas estéticamente más extremas, en la hiperactividad del cuerpo y de la mente, contrastan inevitablemente con una práctica saludable de asanas, de control psicosomático, de meditación en las posturas y del aquietamiento mental que es causa necesaria para ser más libres y poder vivir una vida más sana en todos los sentidos. Mientras más se promocione el yoga como un objeto de consumo revestido de marketing insaciable, más pertinencia tendrá retomar la verdadera práctica con el propósito de seguirla legando a generaciones futuras. En tanto que una se desentiende del bienestar psicosomático de la persona, la otra lo toma como objetivo primordial. Visualizar el tiempo como cíclico no significa que vuelva a ocurrir lo que ya sucedió concretamente, sino contemplar el instante como eterno y repetible a efectos de tomar decisiones que puedan ser reproducidas ad infinitum.
La dominación de versiones muy distantes al yoga tradicional no es un destino fatal ni la antesala a la aniquilación de esa ciencia milenaria. Es, a lo sumo, un aspecto más del contraste que potencia que el yoga tradicional se posicione como una verdadera técnica soteriológica. Es casi un acicate para retomar aquello que hoy se desprecia como poco adaptable al mercado de hiperestimulación que caracteriza nuestras dinámica convulsas y aceleradas. Quien sale de una sesión de yoga psicofísico más exaltado e hiperactivo que como entró, ya sea por la música, por los movimientos exagerados o por la falta de relajación, contrastará en algún momento ese ejercicio con lo que son las técnicas para precisamente aquietar la mente que tantos velos ilusorios nos lanza durante el estado de vigilia.
Para esto, sin embargo, la labor de los profesores y profesoras de hatha yoga, en cualquiera de sus estilos, así como la de los proveedores de formaciones de profesorado, debe ser extremadamente responsable y consciente. El sadhana de un profesor o profesora de yoga es el maestro que apuntará a un yoga realmente auténtico, al contrastar sus efectos con los que provocan las prácticas falseadas del yoga mainstream. Crecer y desarrollarnos como aprendices o sadhakas es un requisito indispensable para darnos cuenta de qué tipo de práctica ejecutamos y cuáles son sus efectos.
Afinemos nuestro buen criterio
Este trabajo interior potenciará nuestras facultades discriminatorias con el fin de distinguir lo que es yoga de lo que no lo es. Para esto, hay que experimentarlo de primera mano y luego irlo contrastando con lo que algunos medios, personas o entidades nos hacían creer que era. Mediante este crecimiento en la facultad discriminatoria, nos asemejaremos al Siddharta de Hesse, que comprendió en su proceso de práctica disciplinada que el sufrimiento que le causaba su hijo fue el mismo que él le provocó a su padre. Este aspecto cíclico es lo suficientemente revelador como para tomar conciencia de lo transitorio de lo fenoménico y de las verdades que nos son útiles para entendernos como parte de ese mundo de impermanencia.
Sin optimismo ciego, la abundancia de yogas desvirtuados, que sólo son yoga por su nombre promocional, es una gran oportunidad para retornar al corazón del yoga tradicional, cuya trayectoria es asombrosamente longeva. A diferencia de otros momentos históricos, en el que la enseñanza era bastante más exclusiva o privada, en estos momentos el yoga tradicional puede llegar a una cantidad insospechada de personas. Está en quienes somos aprendices cultivar con nuestra práctica lo que es el yoga tradicional para el beneficio de tantas personas que, quizá hoy con más urgencia, necesitan de sus beneficios psicofísicos y espirituales. Si el yoga auténtico y real ha perdurado por tantos milenios, ¿cómo es posible que tengamos el temor de que hoy desaparezca?
Podrá vender más el fitness revestido de eslóganes con el nombre de yoga, pero nunca podrá proporcionar la tranquilidad mental que siglos de práctica yóguica han elaborado concienzudamente. Está en nosotros y nosotras, quienes practicamos, impulsar este contraste con el fin de que sea el yoga verdadero el que impere en sociedades que, pese a su amplia acumulación de bienes, siguen atestadas de sufrimiento en todas sus vertientes. Como atinadamente repite constantemente Ramiro Calle, hay salsa y hay yoga, pero no salsa-yoga. Practiquemos para desarrollar esta visión discriminatoria y verdadera respecto a una práctica tan rica y abundante como es el yoga verdadero.
Luis A.lberto Zambrana. Estudió filosofía, historia y derecho. También está formado como profesor de hatha-radja yoga. Actualmente es abogado y aprendiz asiduo de yoga psico-físico y yoga mental, así como de meditación budista.