Se acaba de publicar un excelente artículo en suplemento S Moda del diario El País, con el título ‘El inventor del Bikram yoga abusaba de sus alumnas: las lecciones que deja este nuevo escándalo’. Gracias a la autora, María López Villodres, por su trabajo y por solicitar la colaboración de YogaenRed.
El artículo (ver el original AQUÍ, con todas sus fotografías) se publica al hilo del estreno por Netflix del documental Bikram: yogi, gurú, predator. Transcribimos su texto a continuación:
Como ha ocurrido en el cine o en la gimnasia, el movimiento #MeToo ha dado pie a las denuncias y a la reflexión sobre los abusos sexuales y de poder ejercidos sobre las mujeres también en el mundo del yoga. “Es posible que no haya una zona gris más gris que un estudio de yoga, donde la intimidad física, la espiritualidad y la dinámica de poder se unen en una pequeña habitación sudorosa”, reflexiona la periodista y yoguini Katherine Rosman en su artículo El yoga por fin está afrontando el consentimiento y el contacto físico no deseado, publicado en The New York Times.
Como fruto de esas denuncias, se han dado algunos cambios. En Hollywood ya se han puesto las pilas endureciendo las cláusulas que regulan los desnudos en el cine y han surgido figuras como los coordinadores de intimidad, que se encargan de crear espacios seguros para actrices y actores en los rodajes de escenas sexuales. Y del juicio contra Larry Nassar, el fisioterapeuta que abusó de cientos de gimnastas estadounidenses, quedó patente gracias a los esfuerzos de la jueza Rosemarie Aquilina, la importancia de que las víctimas sean escuchadas. Contagiándose de estas iniciativas, muchas mujeres de la comunidad yóguica han roto en los últimos años el silencio contra los gurús que han abusado de ellas y ahora elaboran nuevos códigos sobre cómo plantear el contacto y los ajustes -las modificaciones físicas que el profesor puede ejercer sobre el alumno para ayudarle a conseguir la asana (la postura) que se trabaja-, contribuyendo a un entorno más cómodo y protegido.
No son pocos los casos conocidos en los que las figuras de estos gurús, aprovechándose de la asimetría de poder y de la devoción de sus seguidores -en ocasiones traspasando la barrera de lo sectario-, han cometido abusos. En los 70 se rumoreó, con diferentes versiones a lo largo de estas décadas, que Maharishi Mahesh Yogi, creador de la meditación trascendental, habría intentado violar a Mia Farrow durante su retiro en la India, donde coincidía con los Beatles -a raíz de lo que John Lennon habría escrito Sexy Sadie-. Swami Satchidananda, el ‘gurú de Woodstock’ que se encargó de la ceremonia de apertura del festival en 1969, negó las acusaciones con las que, mediante pancartas que rezaban “dejad de encubrirlo” y “para de abusar”, algunas ex alumnas lo abordaban a la salida de una conferencia en un hotel en Virginia en 1991.
En 2012, John Fried, creador del anusara yoga, admitió haberse acostado con varias alumnas mientras mantenía una relación de pareja y promulgaba un estilo de vida opuesto a la fiesta y los excesos de los que fue acusado, lo que melló su credibilidad en su propia comunidad. Y Bikram Choudhury, el multimillonario inventor del hot yoga, fue denunciado por violar y abusar sexualmente de sus alumnas y de su asesora legal, Minakshi Mikki Jafa-Bodden, que aseguró que el gurú le había obligado a mentir para defenderlo en los tribunales. Huido a México desde 2017, Bikram sigue impartiendo clases a pesar de estar en busca y captura en Estados Unidos (Netflix estrena el 20 de noviembre el documental sobre su historia: Bikram: yogi, gurú, predator).
Con la viralidad del #MeToo en redes han llegado las acusaciones más explícitas y documentadas. Karen Rain, Jubilee Cooke y otras tantas mujeres han denunciado en diferentes medios de comunicación (fotografías incluidas) cómo Patthabi Jois, el inventor del ashtanga yoga fallecido en 2009, cruzaba con demasiada frecuencia la línea del consentimiento al realizar sus ajustes. Se tumbaba sobre ellas, rozaba sus genitales y penetraba con los dedos sus vaginas a través de las mallas y la ropa interior con la excusa de corregir el chakra más bajo (mula bandha). Acusaciones que se remontan a 2010 y para las que, hasta que el pasado mes de julio Sharath Jois, nieto de Pattabhi Jois que ha tomado el testigo como gurú, compartió una publicación en Instagram pidiendo perdón públicamente, no había habido una respuesta oficial.
Fuera de la élites yoguis, estas prácticas también se han perpetuado. Para destapar los casos cercanos y poner sobre la mesa la situación real sobre los abusos en el entorno del yoga, la influencer en materia Rachel Brathen (@yoga_girl), creadora del movimiento ‘#yogaeverydamnday‘, llamaba a compartir de manera anónima a través de su cuenta los testimonios con la intención de combatir estas situaciones. Su sorpresa llegó cuando tuvo que hacer frente a cientos de mensajes que luego rescató en su web a través de varios posts. Mensajes de denuncia que, como resume Roseman en The New York Times, reflejaban «una constelación de abusos de poder e influencia, que incluían proposiciones [sexuales] después de clase y en retiros de yoga, besos a la fuerza durante sesiones privadas de meditación y agresiones en la camilla de masaje post yoga. Las quejas también incluyeron los tocamientos inapropiados durante las clases, esencialmente en público».
En España, la revista YogaenRed se posicionó frente a este problema de abusos sexuales y de poder con varios artículos en 2017, publicando íntegro y en español el testimonio de Karen Rain. “Estos artículos tuvieron mucho eco y apoyo a las víctimas por parte de la comunidad del yoga, que se expresó a través de las redes sociales de YogagenRed, a pesar de que no han trascendido casos de abusos aquí”, cuenta a S Moda Pepa Castro en representación del medio. Entre los comentarios, Pepa recuerda que se plantearon dudas sobre «por qué los abusos no se denuncian antes, el temor ante las figuras de autoridad de los gurús (y los profesores en general) y el peligro del silencio».
“En los programas de formación de profesores no hay contenidos específicos que aborden el tema. Pero sí se detecta una mayor sensibilización y conciencia, por ejemplo, respecto a la adecuación de los ajustes con el fin de corregir una postura”, explica Pepa Castro. “Estamos seguras de que todas las escuelas que hacen formación de profesores abordan el tema en sus clases de un modo u otro y recomiendan, como mínimo, un trato muy escrupuloso a la hora de hacer ajustes, pudiendo incluso solicitar permiso a los alumnos para ser tocados a estos efectos”. Es el caso de Belén González, profesora acreditada por la Junta de Andalucía al cargo del estudio Yoga Yume (Málaga), quien explica a S Moda su forma de proceder: “En la ficha que cada alumna o alumno rellena antes de comenzar sus clases he incluido una casilla para que marquen si quieren o no que les realice ajustes”. Un modelo más cercano al de las tarjetas X y O popularizado en Estados Unidos, que colocadas en la esterilla de cada alumno durante la clase indican si consienten o no el contacto físico y los ajustes”.
“En mi experiencia, aquí ocurre más bien lo contrario. A las personas que vienen a las clases de yoga (en mi caso, un 90-95% mujeres) por lo general les gusta que les toquen con el fin de corregir la postura. Diría incluso que hay un pensamiento de fondo por el que, si no haces estos ajustes a través del contacto físico, no se te considera buena profesora”, expone González. Una idea que la formadora Mayte Criado, directora de Escuela Internacional de Yoga, que ha formado parte del comité de ética y estándares mínimos de la Yoga Alliance para combatir la mala conducta sexual en las salas de yoga, reconoce: “En España (y en la cultura hispana) ahora mismo no existe tanto esta conversación como en Estados Unidos. Culturalmente somos de tocar mucho, muy cercanos. En terapia, incluso antes de preguntar qué te pasa, ponemos las mano en el hombro o la espalda. Los estadounidenses no lo entienden igual. Esto no quiere decir en absoluto que los abusos no se den en el mundo del yoga ni que no sea algo muy serio. Aquí es aún una conversación pendiente. Por nuestra forma de ser, denunciamos poco y en seguida olvidamos. Yo misma he sido testigo de esto. Tuve una experiencia así hace 20 años e hice lo que hacía todo el mundo -entonces denunciar algo así provocaba risas-, dejé a ese profesor y me fui de esa escuela”, explica Criado.
“En definitiva, es más difícil que un alumno aquí comprenda por qué se le pide que firme un consentimiento de contacto físico antes de una clase”. En su escuela, donde forman a futuros profesores, Mayte asegura que se basan en transmitir un “cuidado esmerado a la hora de tocar al alumno”, fomentan que se pida “permiso verbal” y el “ser muy cuidadosos con el alumno que no quiere ser tocado”. Las nuevas bases sobre las que se construyen las clases de yoga en la era post #MeToo.
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