Vamos a contar un cuento de yoga. Hace miles de años unos señores que vivían en India se pusieron a observar la naturaleza, con sus animales, montañas, ríos, mares, planetas, estrellas, etc. Y comenzaron a moverse imitando cada uno de ellos, creando posturas, sonidos y movimientos muy parecidos. Entonces se contaban muchas leyendas, cuentos e historias en las que los personajes cobraban vida y movimiento ¡gracias a las posturas de yoga! Este es el primero de nuestra serie de cuentos. Escribe Cayetana Rodenas. Ilustra María Paseli.
Había una vez un árbol grande, fuerte y robusto con unas ramas muy largas que iban creciendo hacia el cielo. En él vivía una lechuza que dormía durante el día y estaba despierta durante la noche. También vivía en la otra punta del árbol una mariposa preciosa con dos antenitas y alas enormes. Pero ninguna de las dos sabía que tenían una amiga en el mismo árbol. Por lo tanto las dos pensaban que se encontraban solas, y estaban tristes.
La lechuza tenía algunos amigos que la visitaban por la noche: la serpiente, el gato y la rana. Y la mariposa tenía otros amigos que la visitaban durante el día: el cisne, el perro y la lagartija.
Mientras tanto el sol y la luna seguían brillando, día o noche, y eran muy amigos a pesar de salir en distintos momentos. Demostraban cada día que no podían vivir el uno sin el otro y de esta manera querían que la lechuza y la mariposa supieran que no estaban solas. Así un día quedaron en que iban a brillar los dos a la vez, ¡la luna y el sol!
Así hicieron y la mariposa revoloteaba feliz como todos los días haciendo mucho ruido al mover sus alas de arriba a abajo sin parar, y sacaba las antenitas para oler las flores a su alrededor. Y en uno de sus revoloteos la lechuza la escuchó y se puso muy contenta al ver que otra amiga vivía en su árbol.
Se pasaron el día volando juntas felices y contándole a todos sus amigos que se habían encontrado.
La luna y el sol les dijeron que aunque vivieran en distintos momentos, noche o día, sabrían que tenían siempre un amigo cerca con el que podían contar. De esta manera se despidieron y se desearon las buenas noches y los buenos días.
Desde ese día la mariposa recogía flores bonitas y las dejaba en el nido de la lechuza para cuando se despertara, y por su parte la lechuza le dejaba insectitos que había encontrado durante la noche.
De esta manera, la mariposa y la lechuza siguieron los consejos de sol y luna y empezaron a ser amigos y a sentirse felices sabiendo que alguien cuidaba de ellos mientras dormían o mientras estaban despiertos.
Y es por eso que desde entonces, por las noches, vemos revolotear a las luciérnagas alrededor de la lechuza, y son también llamadas “mariposas de la noche”.
Cayetana Rodenas es profesora de Yoga y profesora de Yoga & Kids.
María Paseli es licenciada en Bellas Artes, ilustradora, profesora y educadora.