He convertido Delhi, la capital de la India, en el mosaico de una búsqueda espiritual incansable, a pesar de la polución, del hacinamiento, del caos, del ruído infernal, de la congestión. Pero indago sin tregua. Escribe Ramiro Calle.
Ramiro Calle con Direndra
Allí donde hay alguien que me pueda hablar de yoga o espiritualidad india, alla que voy, bajo las lluvias torrenciales del monzón o el sol abrasador, siempre a la espera de recibir unas gotas de Sabiduría, pistas hacia lo Sublime e Incondicioando.
Quiero aprovechar los días que me quedan en Delhi antes de partir para Rishikesh. Me presento en el ashram de Direndra, conocido como «yogui de los ricos», maestro de la primera ministra Indhira Gandhi y que anteriormente lo fuera de Nehru. Me recibe su secretaria y luego paso a su ampuloso despacho, donde no deja de recibir llamadas. Pero me atiende con mucha amabilidad y se interesa sobre el libro que estoy escribiendo sobre espiritualidad india. En un generoso terreno, en una zona elegante de la capital, se imparten clases de hatha-yoga al amanecer y se practican diariamente, además de los asanas, el neti y el dhauti y una vez a la semana, el basti. Las posturas se mantienen un tiempo considerable y tras ellas hay un espacio de savasana o relajación.
Fente a frente con Direndra, enseguida se lamenta de que no ha encontrado ni un solo país en el que se investigue de verdad científicamente el yoga, y que sí se hace en la India a pesar de la escasez de medios. Cuando le apunto el riesgo de que con la expansión del yoga éste pueda perder parte de su esencia, me dice:
«El yoga nunca perderá lo que es como tal; no puede destruirse. Pero el hombre puede perjudicarlo. He leido muchas obras americanas sobre yoga y debo decir que eran muy malas. Ciertamente se puede perder parte del yoga, esto es inevitable. Nunca se perderá del todo, jamás. He estado en muchos paises y nunca he visto una auténtica investigación del yoga. Esto es lamentable, pero es así. Desde hace milenios ya, el yoga descubrió ciertos aspectos que ahora la ciencia empieza a descubrir y a dar como ciertos. Y para escribir un libro de yoga, lo primero que hay que hacer es saber de yoga y no solo dedicarse a poner fotos de asanas y nada más. Es absurdo escribir de yoga si no se ha estudiado y practicado».
Cuando le hablo de la obsesión por los asanas, me dice:
«Así es. Los practicantes solo se dedican a los asanas y olvidan otros grados del yoga. Nadie conoce bien el pranayama. Muy pocas personas pueden responder acerca de las técnicas del verdadero pranayama. Para comprender el yoga en su totalidad, hay que practicarlo».
Direndra Brahmacharie ha adquridio incluso fama de tener poderes psíquicos. Tiene fuerza, pero carece de esa ternura tan alabada por los grandes mentores. Va a recibir a varias personas, y quiere que luego sigamos conversando, pero me espera un renqueante Ambassador para conducirme a mi cita con un conocido guru que sincretiza enseñanzas hindúes jainas e incluso sufíes.
Encuentro con Muni Sushil Kumarji
Ha diluviado. Media Delhi está en obras y otra media parece que lo esté. Si embargo algunos de sus monumentos son bellísimos y se conservan de maravilla.
Ya me está esperando una buena merienda: té, pastas especiadas, postres tipicamente indios… Llego al ashram de un afamado maestro jainista llamado Muni Sushil Kumarji. La mesa para la merienda está llena de ricos manjares esperándonos, y así nos entregaremos a lo suprasensible y a lo más sensible. Muni nació en l926, goza de una amplia y cordial sonrisa, ojillos vivos y chispeantes, cabellos largos y canosos. Le lanzo la primera pregunta, como un dardo directo a su intelecto. ¿Qué es la Sabiduría? Me mira desde sus ojos expresivos y dice:
«Hay cuatro potencias del alma, a las que damos el nombre de antakharana, sin las cuales no se puede funcionar. Obtienenen su energía del alma misma y son: el ego (ahamkara), la sustancia mental (chitta), la mente (manas) y la inteligencia (buddhi). La consciencia dispone de consciencia suprema, subconsciencia e inconsciencia. Los cuerpos o envolturas del ser humano son el grosero o físico, el sutil, el causal y el supracausal. El ego es la mezcla o indentificación del alma con la fuerza vital, y esa identificación impulsa hacia la vida, origina el anhelo de vivir. La fuerza vital es un regalo del éter, el akasha, de la energía suprema. La energía del éter se divide en cinco pranas que controlan la organización psicosomática, y cada uno de estos pranas regula distintas funciones u órganos. Su control facilita el Conocimiento, que reside adormecido en la base de la espina dorsal, en el cuerpo etéreo. El control sobre los pranas reporta distintas percepciones y dominios. Hay que potenciar y purificar la inteligencia (buddhi) y así uno podrá entonces ver todos sus propios samskaras (latencias subliminales), de incluso vidas pasadas. Hay que desarrollar, controlar y ordenar el ajna chakra, el centro de la intuición. Hay que ir más allá del campo de los sentidos, de las emociones e incluso de la inconsciencia y la subconsciencia, así como de la equivocada concepción de lo que somos, para de ese modo realizar lo que realmente somos y poder percibir nuestra naturaleza auténtica».
Cuando le pregunto si se puede alcanzar la más alta realización permaneciendo en sociedad, explica:
«Aunque se permanezca en la sociedad, no tienen por qué surgir grandes problemas que eviten la autorrealización. No siempre es necesario renunciar al mundo. Lo que se necesita es sentir la uniad con todos los seres sintientes. Esta actitud eliminará el ego. Siendo uno con todo el universo se practicará la no-violencia».
La conversación (toda ella recogida en mi obra Conversaciones con Yoguis) ha discurrido sobre muy diversos temas. Después de saborear algunos dulces, me asevera que la religión jainista depende al cien por cien de las diversas modalidades de yoga y que a través del yoga uno obtiene el control sobre el sistema respiratorio mediante la práctica de pranayama. Al despedirnos, me estrecha las manos y musita: «¡Om Shanti!».
Partiré de madrugada para Rishikesh, deteniéndome antes a entevistar a un pandit (erudito) en Hariward. Tendré que volver más adelante a Delhi para entrevistar a Dadaji, el médico personal que fuera de Gandhi y que ha formado una orden conocida como «Los Siervos de Dios». Proliferan las fraternidades, las ordenes, las hermandades, los ashrams, los gurus de masas, pero yo tengo una especial predilección por los sadhus, libres de cualquier tipo de arrogancia, muchos falsos, sí, pero que forman la columna vertebral espiritual de la India y el símbolo vivo de una milenaria contracultura y un canto a la libertad.