En el hospital yóguico de Kailvalyadhama me puse al corriente de las investigaciones que llevaban a cabo: de cómo las técnicas del hatha-yoga se aplicaban en los desórdenes de asma y diabetes, de hasta qué punto se investigaba, mediante Rayos X, la acción de los asanas sobre los órganos internos y de la conexión estrechísima que hay entre el cuerpo y la mente. Escribe Ramiro Calle.
También el doctor Bhole y el doctor Karambelkar me regalaron un buen número de ejemplares de la revista que allí se edita y me desearon mucho éxito en la difusión de las enseñanzas. Yo volvería a visitarles un par de veces años después. Ahora tocaba continuar con las indagaciones en la abigarrada, conflictiva, caotizada metrópoli que era Bombay. Al amanecer acompañé a Almudena Hauríe a recibir clases en el instituto de yoga para mujeres en el Paseo de la Marina. Mientras ella recibía clase (era la única occidental entre mujeres indias que recibían la clase con sari), yo ejecutaba pranayama frente al mar, soportando una humedad inimaginable y viendo el revoloteo incesante de los cuervos a la par que escuchaba sus graznidos repetidos como un mantra monótono e incesante.
Visitamos en aquellos remotos días las grutas de Karla, las cuevas de Kanheri y la isla de Elefanta. Y coordinamos un largo encuentro con Swami Satchidanda, secretario de la amorosa Madre Kirshnabai y que acababa de venir de visitar a Muktananda, al que yo no conocería hasta muchos años después.
Contagiosa serenidad
La energía de Swami Satchidananda era de contagiosa serenidad. Su semblante era muy serio, pero distendido; su amabilidad, exquisita. Durante horas estuvimos conversando. Él era básicamente un bhakti-yogui y sus palabras las iba a incluir en mi obra La sabiduría de los grandes yoguis, que habría de convertirse en un verdadero clásico sobre el tema y que la enciclopedia Zaniah la calificaría como «única en su género».
Tras tomar un sabroso y humeante té, le formulé la primera pregunta, que era sobre cuál consideraba él la forma de yoga más conveniente. Repuso:
–En realidad no se puede separar un yoga del otro. Lo más aconsejable, indiscutiblemente, es practicar un yoga integral. Swami Ramdas practicaba bhakti-yoga con el apoyo del karma-yoga y del jnana-yoga. Su yoga se basa sobre todo en los cantos y en la recitación de mantras.
Al preguntarle cuál era para él el objetivo más elevado para el ser humano, dijo:
–Llegar al Divino.
Y agregó cuando le dije lo difícil que era encontrar un verdadero gurú que mostrase la senda:
–Por eso hay que tratar de conseguir, mediante el propio esfuerzo, la experiencia superior. Una vez que hayamos obtenido esa experiencia superior, otras personas nos imitarán y se beneficiarán con ello. No hay por qué tratar de imponer nuestras creencias a los demás; debemos despreocuparnos de aquellos que no tengan nuestras creencias. Lo importante es la propia autorrealización Así es como de verdad ayudaremos a los demás. Seremos entonces un estímulo para ellos, un ejemplo viviente de lo que puede reportar la autorrealización.
Puso mucho énfasis en que cuanto más se practicase, mucho mejor. Y en que los mantras embellecen la mente.
Sobre la mejor manera de recitar el mantra, dijo:
–Al principio resulta mucho más sencilla la repetición verbal. Se repetirá durante una hora por la mañana y una hora por la tarde. Más tarde se repetirá mentalmente y de manera constante. La repetición mental es la más poderosa. A medida que vamos evolucionando espiritualmente, cada vez prestamos menos atención a todo lo demás. No hay por qué detener la repetición del mantra. Se puede repetir mientras se realiza cualquier actividad Al repetirlo, eso sí, es necesario también pensar a la vez que el Divino está en nuestro corazón y que se manifestará en uno mismo y en todo el Universo. Hay que practicar conjuntamente el bhakti-yoga, el jnana-yoga y el karma-yoga. La persona irá purificando todo su ser, y encontrará al Divino en su propio corazón y se convertirá en un gurú. Insisto, aunque no se conozca ningún gurú , si se practica y se le pide al Divino, éste le concederá uno o uno se convertirá en su propio gurú.
Al preguntarle si el vegetarianismo favorece la evolución espiritual, repuso:
–Sin duda alguna es una pequeña ayuda. Incluso en el vegetarianismo las especias son muy nocivas, ya que irritan el organismo y perturban la mente.
Taza de té tras taza de té, la conversación prosiguió, mientras de fondo no dejaba de escucharse el graznido de los cuervos. Y cuando me obsequió con un librito de su maestro Swami Ramdas, escribió para mí en una de sus primeras páginas: «Ame al Divino con su corazón, entonces podrá repetir su Nombre constantemente y cuando su mente esté purificada por completo, se revelará a sí mismo en su corazón. Disfrute usted de su entera bendición. Con amor, Sathidananda».
Teísmo y transteísmo
En contraste con la paz que contagiaba Satchidananda, al día siguiente me sumergí en la espesa masa de las callejuelas de Bombay y asistí a la exhibición de un faquir que se dejaba mordisquear por escorpiones que le producían riachuelos de sangre en manos y brazos, para después clavarse punzones en las membranas entre los dedos, mientras rezongaba «sita-ram, sita-ram». También era una recitación mántrica, pero con una intención muy distinta a la aconsejada por Swami Satchidananda.
Satchidananda formaba parte de la corriente del más puro yoga teísta, en tanto que a lo largo de su historia también ha florecido un yoga no-teísta y otro que yo denominaría transteísta. En cualquier caso, como él subrayó, nunca debíamos imponer nuestras creencias a los demás, máxime porque el yoga no es creencia, sino experiencia, y la experiencia mística va más allá de todos los conceptos y del propio pensamiento.
El atardecer me asaltó en el que fuera ashram de Gandhi, el gran apóstol de la no-violencia, quien mi madre, María del Mar, me había enseñado a leer apenas aprendí a hacerlo. Años después yo escribiría una biografía sobre el que Churchill denominara despectivamente «ese faquir semidesnudo». Ese faquir semidesnudo que con la resistencia pasiva y la desobediencia civil logró echar de su patria al que era entonces el imperio más poderoso de la tierra.
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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