A la «caza» de hombres santos: Del yoga científico al yoga místico

2019-05-13

«En este mi primer viaje a la India iban a ser seis semanas de buscar y hallar hombres santos… o no tan santos, pero a los que yo, a la menor oportunidad que tuviera, iba a acribillar con innumerables preguntas«. Seguimos ofreciendo las memorias los primeros viajes de Ramiro Calle a la India. Hoy, su encuentro con el doctor Blohe.

DR Blohe Ramiro Calle

El doctor Blohe con Ramiro Calle

El encuentro con Sri Yogendra me dejó un sabor agridulce, porque había comprobado hasta qué punto eran parcas, casi sórdidas, las instalaciones de su minihospital yóguico y cuánta la escasez de medios. No me extraña que al principio estuviera un poco reticente toda la familia, dada la crítica descarnada e injustificada que Arthur Koestler había hecho de sus investigaciones en su controvertido libro El loto y el robot.

Pero la búsqueda iba implacablemente a continuar. Iban a ser seis semanas de buscar y hallar hombres santos… o no tan santos, pero a los que yo, a la menor oportunidad que tuviera, acribillaría con innumerables preguntas. Iba casi a conducir a Almudena Hauríe hasta la extenuación, pues a veces tenía que estar traduciendo en vivo durante todo el día las conversaciones que manteníamos con toda suerte de mentores de yoga, sabios, renunciantes y eremitas.

Por una carretera infernal, entre peligrosas vueltas y revueltas, me trasladé de Bombay al hospital de yoga Kaivalyadhama, en la preciosa estación montañosa de Lonavla. Iba a ser la primera vez de las varias visitas que realizaría allí en años sucesivos. Tanto el doctor Bhole, fisiólogo, como el doctor Karambelkar, biólogo, siempre siempre me atendieron con exquisita amabilidad y con mucha paciencia respondieron a mis preguntas, poniéndome minuciosamente al corriente de sus investigaciones médico-yóguicas, así como de las posibilidades preventivas y terapéuticas del pranayama, los mudras y los bandhas. Años después volvería a Kaivalyadhama también con el doctor Miguel Fraile, con el que en diversas ocasiones incursioné en la India.

Encuentro con el doctor Blohe

Ya en mi primer encuentro con el doctor Blohe, éste me especificó: «El yoga entiende al ser humano como una entidad integral con cuerpo, mente, intelecto y alma en conjunto.  Sus objetivos más elevados son  la realización absoluta del Sí-mismo y la obtención de un estado de samadhi transformativo. La idea de usar las técnicas del yoga en la terapia es relativamente reciente en el campo del yoga y de la terapéutica, sobre todo en los trastornos debidos al desequilibrio del prana o aliento vital y, desde luego, en lo que se consideran desórdenes psicosomáticos».

Cuando le comenté que por tanto habría una vertiente puramente espiritual en el yoga, como técnica soteriológica, y otra como ciencia integral de la salud y entrenamiento para  el control y perfeccionamiento psicosomático, dijo: «Exacto, exacto. Mediante  un cambio de régimen alimenticio, la práctica de las técnicas de control psicosomático y el desarrollo emocional, mental y espiritual, la persona puede mejorar y vencer el sufrimiento. También hay que cambiar la actitud de vida si la que se lleva no es la conveniente.

Hay un trasfondo sensorial-tónico dentro de uno mismo que es responsable  del esquema individualizado de percepciones y reacciones al estímulo tanto interno como externo.  A través de diferentes prácticas yóguicas este trasfondo sensorial-tónico y varios mecanismos psiconeuroendocrinos resultan directa a indirectamente influidos. De esta forma las prácticas yóguicas pueden ayudar a una mejor integración interna del individuo y a una mayor capacidad de adaptación positiva al medio».

Soportando un clima caliginoso y un calor sofocante, nuestra primera conversación se iba a extender a lo largo de horas. Me indicó que hay posturas que pueden detenerse un tiempo prolongado, como la pinza, el arado o la vela, y otras que solo deben detenerse un tiempo corto, como el saltamontes o el arco. En el asana unos músculos están estirados y otros permanecen relajados. No hay un considerable gasto energético ni una sobrecarga del corazón, los pulmones, los riñones ni otros sistemas  del cuerpo y se estimula el sistema parasimpático, con lo que se favorece la introversión, la serenidad,  la satisfacción y el disfrute interiores, así como el autodesarrollo. Se extendió (como recojo en mi obra Conversaciones con yoguis) sobre cómo los asanas, de acuerdo al verdadero hatha-yoga, producen cambios importantes en la personalidad y son  ideales para las personas mayores, además de poder ser utilizados como medidas fisioterapéuticas para desarrollar la coordinación en diferentes grupos de músculos, equilibrar las perturbaciones tónicas del cuerpo y trabajar sobre diferentes articulaciones y ligamentos, con el propósito de incrementar su flexibilidad e influir en la circulación local. También, me dijo, favorecen la circulación visceral y varias funciones internas y alcanzan al sistema nervioso autónomo.  Me insistió en la capacidad de los asanas para combatir la depresión y cambiar la actitud ante uno mismo y el mundo. Me dejó bien claro que el verdadero hatha-yoga es único en su género  y sus ejercitamientos son muy diferentes a otro tipo de ejercicios físicos.

Con respecto al pranayama, que consideraba imprescindible, me apuntó: «El pranayama puede ser utilizado con mucha ventaja y beneficio en la terapia. Tiene un efecto altamente tranquilizante y la mente llega, mediante la respiración yóguica, a un estado de serenidad gracias a la ralentización y la apacibilidad de la respiración. La mente se reeduca y se estabiliza. Son prácticas excelentes el ujjayi, el suryabedha y la respiración alternada».

La antigua sabiduría de la abuela India

El doctor Bhole, al igual que el doctor Karambelkar, tenía especial interés por la meditación y la naturaleza del samadhi. El doctor Karambelkar me mostró todas las instalaciones y me enseñó las urnas en el suelo donde los meditadores se colocaban en absoluto silencio para obtener el pratyahara o inhibición de los pensamientos.

Ya casi anocheciendo, cuando el clima comenzaba a ser más benigno, me encaramé al viejo y renqueante Ambassador para recorrer una decenas de kilómetros de vuelta a la congestionada y caótica Bombay, donde en pocos días me entrevistaría largamente con un bhakti-yogui y gran místico, Swami Satchidananda, sercretario de la gran yoguini, sucesora de Ram Dass, la Madre Krishnabai, con la que yo llevaba mucho tiempo escribiéndome.

Me sentía  hondamente satisfecho al comprobar que incluso aquellos que apostaban por someter el yoga a constataciones científicas, no perdían de vista su esencia y sentido espiritual, y mantenía la actitud del verdadero científico y no del esclerótico cientista, o sea la de estar en apertura libre de  juicios y de prejuicios.

Me esperaban muchos encuentros y desencuentros, ilusiones y desilusiones, porque para mí, que tanto había ensoñado la India, no iba a ser fácil en aquel primer viaje descubrir que esta fabuloso país vivía, en muchos sentidos, de pasados talentos artísticos y espirituales, y que los primeros en perder de vista la esencia del hatha-yoga y adulterarlo fueron parte de los mentores indios que llegaron a Occidente y que dieron lugar en América a lo que podríamos denominar un «yoga americanizado», más pendiente de los músculos que del Ser.

No pude dejar a veces de identificarme con las palabras de Theos Bernard cuando, tras su primer viaje a la India, aseveró: «Había aprendido la importancia de aquella afirmación según la cual la India está sumida en el cieno de la ignorancia, pero también es el origen de toda filosofía. Esto es verdad».

Y precisamente porque la India había sido la cuna de la más alta espiritualidad y la patria del yoga y de otras importantísimas sendas hacia la autorrealización, y la tierra donde nacieron Buda y Mahavira, yo habría de volver tras mi primer viaje otras noventa y ocho veces, a seguir buscando, indagando, entrevistando a grandes seres y a mentecatos o falsarios, recorriendo esta tierra que tanto amo de modo incansable y recordando las palabras de Víctor Hugo: «La India es nuestra abuela. Nosotros la veneramos».

Ramiro Calle

RamiroCalleMás de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.

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