Abusos sexuales en el yoga: El testimonio de Karen Rain/ y 2

2019-04-30

«No necesito un ‘Yo te creo’. Necesito un ‘Yo te defiendo'». Este es el título del segundo y excelente artículo remitido por Karen Rain a la redacción de YogaenRed, desde donde le brindamos todo nuestro apoyo. Se pueden leer el primer artículo y la introducción pinchando en las sugerencias del final. Escribe Karen Rain. Traducción del inglés: Atenea Acevedo

Karen Interview

Karen Rain responde a las preguntas de Matthew Remski en el vídeo que puede verse en Vimeo (más abajo, el vídeo en inglés)

Creer a las víctimas de agresión sexual es tan solo el primer paso para darles apoyo.

Hace más de 30 años me asaltaron a punta de pistola en la ciudad de Nueva York mientras vendía helados. Reaccioné tal como me habían enseñado: en cuanto el ladrón estuvo a unos seis metros de mí, lo señalé y grité “¡Ese tipo está armado y acaba de robarme!”. A pesar de ser la única persona que vio el arma, nadie dudó de mi palabra. El vendedor a mi lado y la gente que pasaba por ahí corrieron detrás del ladrón y arriesgaron la vida para recuperar los doscientos dólares que me había robado. La reacción automática al asalto no solo fue creerme, sino la sed de justicia.

Si publicara en redes sociales que alguien me robó y la gente respondiera “Yo te creo”, me sentiría más confusa y molesta que apoyada. Nunca habrá un movimiento #MeToo o #YoTambién para las víctimas de asaltos, porque “creerles” no es la cuestión… aun cuando no haya habido testigos. La gente no se siente presionada a mantener un asalto en secreto ni supone que deba sentir vergüenza o culpa por haber sufrido un robo. Sin embargo, la reacción inmediata ante la denuncia de una agresión sexual es la duda. Tal vez la gente prefiere no creer los relatos de violencia sexual porque le resulta insoportable imaginar esa realidad. O quizás porque no sabría cómo actuar si la asume como cierta. Puede que prevalezca la necesidad de mantener el statu quo o proteger al agresor. O que la gente se sienta indecisa porque el agresor es su amigo o pariente, o alguien respetado o admirado en su círculo.

Como sobreviviente de violencia sexual, estoy familiarizada con el descrédito de los demás. Nos han condicionado para sentirnos agradecidas cuando alguien nos cree, como si nos hiciera un favor. Por desgracia y, a contrapelo de la intención original, los hashtags #MeToo y #YoTeCreo mantienen a la gente atrapada en el bucle de un falso debate: creernos o no creernos. Se ha generado una situación donde se espera que las víctimas nos quedemos conformes con la credibilidad ajena, sintamos que no podemos aspirar a más y que no puede hacerse más. Decirle a una víctima “Yo te creo” se ha convertido en un aparente sinónimo de apoyo o activismo social, incluso de un supuesto desenlace. La verdad es que las autoras de muchos de los millones de textos publicados con el sello #MeToo o #YoTambién en redes sociales ya habían denunciado alguna agresión sexual y nadie les había creído, o habían sufrido agresiones sexuales y callaron porque sabían que nadie les creería. No obstante, quiero subrayar que, en el caso de muchas sobrevivientes, después de creernos hemos sido sometidas al dolor de la reacción subsecuente: echarnos la culpa y hacernos sentir vergüenza.

El prestigiado maestro de yoga Pattabhi Jois me agredió sexualmente. Hay fotografías que documentan ese abuso, además de pruebas fotográficas y en vídeo que lo muestran violentando a otras practicantes. Son muchos los testimonios de víctimas y testigos de las agresiones sexuales que Pattabhi Jois infligió a las practicantes durante más de treinta años. Algunas de las personas que reconocen esos hechos persisten en señalarme y señalar a otras víctimas, abierta o sutilmente, como culpables: “Eso les pasa por poner a alguien en un pedestal. Eso les pasa por ceder su poder a alguien más”. En otras palabras, él no es culpable de los abusos; la agresión sexual sencillamente estaba destinada a suceder y yo tuve la culpa por confiar en ese hombre. La gente dice ese tipo de cosas sin caer en cuenta de que están culpando a la víctima y de que ellos mismos mantienen al agresor en un pedestal. Hablan sin advertir que sus afirmaciones libran al agresor de toda responsabilidad por sus actos.

Me recuerdo sentada sobre una vereda a los 15 años, borracha y vomitando en una noche otoñal. Un chico mayor que iba a la misma escuela que yo, jugador de fútbol, se sentó a mi lado. Me preguntó dónde vivía y se ofreció a acompañarme a casa. No atiné a responder. Insistió: “Karen, no quiero aprovecharme de la situación. Te sientes mal y es importante que llegues a tu casa”. Detuvo a un policía que pasaba por ahí, juntos averiguaron mi dirección y me llevaron a casa. Estaba tan borracha que apenas conseguí hablar. Evidentemente, no estaba en mis cabales y no habría podido defenderme si alguno de estos hombres hubiese intentado lastimarme en lugar de echarme una mano. No tenía poder alguno que “ceder” a nadie. El jugador de fútbol sí tenía el poder de violentarme sexualmente, pero no lo hizo.

No importa cuán ingenua o crédula haya sido, no importa cuán alterado estuviese mi propio juicio: Pattabhi Jois es responsable de sus actos contra mi persona de la misma manera en que el jugador de fútbol de mi escuela es responsable de haberme ayudado. El agresor siempre es el responsable de la agresión. Nadie cede su poder; nuestras esperanzas, sueños e integridad pueden ser víctimas de manipulación mediante engaños, abusos y traiciones. Nadie elige conscientemente ser blanco de engaños, abusos o traiciones: la responsabilidad siempre es de quien violenta.

Quizás la sinuosa actitud de culpar y avergonzar a las víctimas, muchas veces sin querer, sea consecuencia, al menos en parte, de no querer o no saber cómo hacer responsables a los agresores. En mi caso, algunas personas dicen creerme, pero rehúsan revaluar todo lo que creerme implica. Si mis amistades de aquella época y otras personas que practicaban con Pattabhi Jois y lo consideran una “autoridad del yoga” admiten que me agredió y me engañó, no podrán negar que a ellas también las engañó. La violencia sexual es violencia sexual, no importan las intenciones de Pattabhi Jois ni la forma en que concebía sus propios actos. Infligir violencia sexual no es enseñar yoga. A lo largo de su carrera, los maestros bajo su “tutela” alimentaron y se nutrieron de la estructura de poder que lo coronaba como autoridad, acrecentando no solo su prestigio y estatus como maestro, sino también el de sus discípulos. Si el discípulo pone en tela de juicio la autoridad de su maestro, pondrá en tela de juicio la suya propia, por eso prefiere fomentar la impunidad y seguir permitiendo las agresiones: prefiere no enfrentar la disonancia cognitiva del engaño ni su propia complicidad.

La renuencia a reconocer la propia responsabilidad y complicidad es comprensible, pero también desafortunada y demasiado común en casos de agresión sexual. Los grandes escándalos de violencia sexual, como las agresiones ocurridas en el seno de la Iglesia católica, se cobijan en estos mecanismos de defensa. Otro ejemplo clásico es el caso de Larry Nassar, reconocido por su generosidad y como “el mejor médico” en su especialidad, al tiempo que acosaba y penetraba con los dedos a cientos de niñas, por lo regular con algún padre, madre u otras gimnastas en la misma habitación.

Resultaba demasiado difícil creer que un “médico” tan estimado, ese “gran hombre”, pudiese ser un agresor. La gente creía conocerlo bien. O quizá no soportaban ponderar el papel crucial que ellos mismos habían desempeñado en lo sucedido. Trinea Gonzcar y su madre trataron a Nassar durante más de treinta años. Se calcula que Nassar agredió sexualmente a Trinea más de 800 veces; sin embargo, tanto ella como su madre lo defendieron a lo largo de los años. Ni siquiera cayeron en la cuenta de que los actos de Nassar en contra de Trinea constituían violencia sexual hasta poco antes de que ella testificara en el juicio donde fue finalmente condenado. Casi todas las víctimas y sus padres fueron manipuladas y engañadas. La reputación, la astucia y el encanto de Nassar las llevó a reprimir sus dudas. Felizmente, Rachael Denhollander y su madre encontraron la forma de mirar la realidad a los ojos.

A principios del cambio de siglo, Denhollander y su madre sabían que nadie las tomaría en serio si hablaban de las agresiones sexuales de Nassar en contra de Rachael. La denuncia habría caído en el olvido y no se habrían tomado medidas para proteger a otras menores, tal como sucedió con otras denuncias contra Nassar previas a 2016. Las primeras sobrevivientes que alzaron la voz fueron criticadas, condenadas y doblemente traumatizadas. Gracias al apoyo de su madre, Rachael se dedicó a cuidarse y esperó la oportunidad de hablar y marcar una diferencia. Pasaron 16 años antes de que Rachael viera materializada la posibilidad de que una declaración pública sobre la violencia sexual ameritara respeto y aportara algo de justicia.

Yo misma esperé 20 años para hablar, en redes sociales, sobre las agresiones sexuales de Pattabhi Jois. Sabía que encontraría más apoyo ahí que entre quienes estudiaron con Pattabhi Jois; muchos de esos practicantes fueron testigos de la violencia sexual o ya habían oído hablar del tema. Si el movimiento #MeToo o #YoTambién se convirtió en un fenómeno de redes sociales, fue precisamente porque las personas en quienes confiamos para defendernos, brindarnos respaldo activo y seguridad, es decir, amistades, familiares, templos, escuelas, autoridades jurídicas y colectivos espirituales, nos decepcionaron y abandonaron.

Sin embargo, la reacción hacia las víctimas debe trascender la credibilidad y transformarse en acciones tanto en el mundo virtual como en el mundo real. Quisiera que todas las personas que, con la mejor de las intenciones, hemos pronunciado o escrito las palabras “Yo te creo” para apoyar a las víctimas, recordemos que las sobrevivientes necesitan más que nuestra credibilidad. El movimiento #MeToo o #YoTambién ha develado este enorme y controvertido problema que exige una solución de igual calibre. Una solución efectiva y trascendental es generar una cultura de credibilidad y no de incredulidad, pero que también ofrezca a las víctimas aliento y dignidad, e incluya sensibilización y prevención. Las víctimas y sobrevivientes de agresión sexual no tienen nada de qué avergonzarse. Los actos de otras personas no nos derrotan ni nos marcan.

Enseñar a menores y adultos a desarrollar relaciones sanas y buenos hábitos de comunicación a partir del consentimiento explícito y la autonomía corporal es un elemento importante de la prevención. Es necesario que los programas de estudio de materias como historia y otras ciencias sociales incluyan, de manera adecuada a cada edad, casos de agresores sexuales y escándalos de violencia sexual con análisis transparentes sobre cómo la sociedad genera caldos de cultivo para la comisión de esos delitos. Hacer responsables a los agresores puede cambiar destinos y limitar el daño y el número de víctimas. Esa responsabilidad puede asumir diversas formas, dependiendo de cada delito, pero a menos que los agresores enfrenten las consecuencias de sus actos seguiremos perpetuando el ciclo de violencia.

La posibilidad real de obtener justicia animará a las víctimas a alzar la voz. Las sobrevivientes de violencia sexual merecemos mucho más que tu credibilidad: necesitamos tu respaldo activo, tu exigencia de señalamiento de los agresores para que se hagan cargo su responsabilidad, tu exigencia de justicia, tu enfrentamiento al poder por más incómodo o arriesgado que sea. La reacción automática de la sociedad debe ser #YoTeDefiendo.

Karen Rain estudió en Mysore como alumna de Pattabhi Jois durante el periodo de 1994 a 1998.

https://karenrainashtangayogaandmetoo.wordpress.com/