Cada profesor de yoga es un mundo. Tiene su manera de entender la práctica, de vivirla y de transmitirla. Con su propio carácter y personalidad. Por mucho que se pliegue a una disciplina concreta y trate de ceñirse al guión de una didáctica, siempre asoman sus peculiaridades. Y bien está que sea así. Escribe Víctor Medina.
Cada alumno es otro mundo. Con su manera de entender la práctica, de vivirla a su manera. Con su carácter y su personalidad propia…
Vamos, que entre la realidad que vive el que enseña yoga y las particulares realidades de los que vienen a practicar, una sala de yoga es una galaxia llena de mundos… En órbita armoniosa; en ocasiones en riesgo de colisión. ¿Una Guerra de los Mundos?
¿Es el profesor el astro rey en esta Vía Láctea?
Hay enseñantes que imparten clase como si así lo fueran, y además con la bendición de sus estudiantes/discípulos. Frases sentenciosas, dogmas irrebatibles, y alocuciones en las que ellos son protagonistas y espejo en el que la clase ha de mirarse. Conozco, por ejemplo, el caso de uno que cada inicio de año anima a sus alumnos a que lo acompañen en su delirante dieta de sirope de arce, sacando pecho al contar la cantidad de días que aguanta sin comer y “nutriéndose solo con el jarabe (de palo – para el cuerpo). Lo triste es que haya personas cabales y sensatas que acatan los consejos de tales charlatanes de feria.
En fin, este post no va de falsos gurús en el yoga, aunque el tema tiene tela. Voy a catalogar a los profesores yogueros según su metodología; si tienen mano dura o mano blanda y, en mi opinión, qué es lo más beneficioso para el aprendizaje en la práctica.
En mi trayectoria como estudiante de yoga (camino que aún recorro como pupilo feliz por reconocer mi ignorancia a cada paso que doy) he dado con toda clase de profesores. Maestras de sedosa voz que acariciaron mis oídos con mantras, frases de empoderamiento y buen rollito, sánscrito indescifrable pero melodioso, baños de gong y tres savasanas por sesión. ¡Qué buenas siestas me eché en aquellas clases! En mi estancia en Sevilla tomé clases con un profesor gaditano que era un monstro del chiste y del cachondeo. Asanas suaves y clases indulgentes… pero dolorosas agujetas en los costados por las carcajadas que me provocó.
También he tenido profesores y profesoras que me han transmitido la enseñanza de yoga a base de regañinas, gritos y hasta porrazos. Con algunos he experimentado regresión a la lejana infancia en el colegio de curas chapados a la antigua y defensores de aquella máxima: “la letra, con sangre entra”. Me libré del servicio militar, pero con esto del yoga en ocasiones creo que me he enrolado en la Legión.
Estilos marciales
Practico Yoga Iyengar desde hace años. Un estilo conocido por la meticulosidad en la realización de las asanas, el uso adaptado de elementos en la práctica… y la rudeza de sus profesores. Algunos lo llaman yoga marcial, porque las instrucciones se suelen impartir con tono rudo y a buen volumen de voz, acompañadas con palmetazos en las partes del cuerpo que no están donde deben colocarse en la asana que toca. ¿No sabes cómo mantener el diafragma en su sitio mientras realizas una sirsasana (postura sobre la cabeza)? La rodilla del maestro marcará en tus costillas como marca imborrable el lugar y la acción que debes llevar a cabo. ¿Sobresale tu cadera cuando extiendes la anatomía en trikonasana? Pues un preciso cachete en semejante parte y regañina por la travesura cometida.
¿Es esto yoga o una muestra de cabreo mal contenido? La respuesta la dio en plena clase un profesor que suele vociferar sus instrucciones a volumen brutal: “No te estoy gritando a tí, le estoy gritando a tu mente”. Y es que, amigos, con frecuencia los estudiantes de yoga caemos en el aturdimiento mental. Sufro a veces de esta confusión que me despista y me pierde del hilo de la clase en la que asisto como alumno. O, como docente, encuentro que abundan las personas que se hacen un lío con la derecha o la izquierda, doblar o extender tal articulación… y que quizá necesitan un estímulo lo bastante potente como para despertarlo y hacer que “sus mentes” capten el mensaje. Es ahí donde entra en acción el cachete, la llamada al orden en tono energético. Gracias a estas “palizas” y reprimendas pude entender, por ejemplo, cómo activar las rodillas de manera efectiva o el mencionado diafragma en su sitio.
Ojo, que esto no se confunda con mal carácter de algún docente malhumorado o comportamientos irrespetuosos hacia los alumnos. Los profesores y profesoras que me han enseñado y enseñan con la disciplina y rigor que describo alternan severidad y “sermoneo” con cierto humor y, sobre todo, mucha atención y servicio hacia quien asiste a sus clases.
Prefiero un profesor que derrocha dureza en su pedagogía a otro que me mece entre barras de incienso, mensajes de empoderamiento personal, aprobado general a toda la clase… y así como suena: agradezco cada cachete que me han dado a tiempo en las clases de yoga, y que me enseñan el camino recto de la práctica. Esta es mi opinión, ¿a ti cómo te gusta el profesor? ¿Con mala leche o leche merengada?
Víctor Medina es profesor de hatha, vinyasa y ashtanga. www.yogaparty.es. T 636 489 669. info@yogaparty.es