Un practicante sincero debe cuestionarse su comportamiento fuera del antideslizante, cómo son sus relaciones sociales, cuál es su actitud con su entorno… La practica que estemos realizando puede ser correcta, pero ¿es correcta nuestra actitud a la hora de abordarla? Escribe Olga Jiménez.
La práctica de yoga debe entenderse como un camino hacia la evolución humana. Con esta premisa debemos siempre estar en continua reflexión para saber si nuestro trabajo nos acerca o nos aleja de esa afirmación.
Algunas disciplinas de yoga trabajan profundamente con el cuerpo, los ajustes técnicos de las posturas, una precisión científica que tiene sus riesgo. Este es el caso del Yoga Iyengar. Al igual que algunos científicos corren el riesgo de caer en el orgullo de sus conocimientos, en la arrogancia de sus “verdades” y se vuelven intransigentes e intolerantes, también existe este riesgo dentro de los practicantes más “físicos”.
Un practicante sincero debe cuestionarse su comportamiento fuera del antideslizante, cómo son sus relaciones sociales, cuál es su actitud con su entorno y con otros practicantes. La practica que estemos realizando puede ser correcta pero ¿es correcta nuestra actitud a la hora de abordarla? Dicho con otras palabras: el hecho es importante pero la actitud que ponemos al realizarlo es aún más importante.
Cuando se trabaja intensamente sobre el cuerpo podemos llegar a extenuarlo. Yo he vivido así durante años, el cansancio nos vuelve rígidos, distantes del mundo y apáticos. Cuando esta situación se instala mucho tiempo nos es muy difícil enfrentarnos a nuestro error y nos queda la afirmación: “Lo que practico es correcto, sigo al pie de la letra la técnica”. Es ahí donde debemos introducir la segunda cuestión: ¿Es mi actitud la correcta? Si el afán lo ponemos en conseguir la postura perfecta, se genera frustración; si conseguimos el cambio de posición y practicamos con actitud de “entrega”, se va despertando la humildad, la aceptación de nuestras propias limitaciones y la tolerancia y el respeto no solo a nosotros mismos sino al mundo que nos rodea.
Para trabajar este cambio de perspectiva, el practicante de yoga no debe despreciar la técnica aprendida sino entenderla como una herramienta a su servicio y saber que cuenta con un instrumento más: la respiración. En muchos casos el aprendizaje técnico nos requiere tanta atención y esfuerzo que dejamos de lado un elemento fundamental en yoga, la respiración. Esta no sólo se debe emplear en pranayama como de forma común se practica; si la incorporamos en el trabajo de la posturas nuestros cuerpos se abren desde dentro, nos moldeamos con otra perspectiva, ya no es una tracción externa la que tira de nosotros sino una fuerza interna sin condicionantes, sin rigidez.
Humildad y contento
He tenido la gran fortuna de practicar durante años con Prashant Iyengar hijo del maestro B.K.S. Iyenga, Sus enseñanzas son revolucionarias incluso dentro del Yoga Iyengar. Te enfrenta constantemente a tus miedos, a tus limitaciones físicas y mentales. En alguna ocasión le hemos pedido que viniera a España para aportar esa luz, pero su negativa es constante, sabe que con su espíritu tan critico sería rechazado entre la mayoría. Algunas de sus afirmaciones más potentes son: «Los practicantes de Yoga Iyengar sois como peces en busca continua de nuevos puntos técnicos», o «Con el tiempo los practicantes os volvéis personas frustradas.
Critica de forma severa a los profesores de yoga en su relación a las órdenes, y al dogmatismo. Hace una dura crítica a nuestra forma de practicar, pero es precisamente ahí donde nos ayuda con las técnicas de respiración y con la actitud mental, cultivando una mente de yoga con “pureza, virginidad, nobleza, neutralidad”, como puntos a trabajar mientras ejecutamos asanas.
Si queremos entender cómo es una persona transformada por el yoga, debemos estudiar a los grandes yoguis, sus acciones, su comportamiento, su actitud. Descubriremos en todos ellos los rasgos comunes de un ser evolucionado. Humildad, naturalidad, nobleza, exigencia con ellos mismos y tolerancia con los demás, capacidad de esfuerzo unida a una inmensa alegría.
Este último punto es también uno de los grandes olvidados en yoga, se trata de uno de los Niyamas, santhosa, el contento, que el practicante debe cultivar en todos los aspectos de su vida, no entendido como algo superficial sino como un sentimiento de alegría profunda que va surgiendo a medida que nos acercamos a nuestro interior, a medida que vamos quitando las capas que nos separan de esa luz que todos llevamos dentro y que es la que nos mueve a seguir en el camino del yoga
“Que el Yoga sea el alimento del Espíritu y que el Espíritu se una finalmente con su Creador».
Olga Jiménez es profesora y fundadora de la Escuela profesional de yoga “Luz sobre el Yoga”, la cual plantea unos periodos cortos de formación en colaboración con la Facultad de Medicina. Próximo taller “Yoga Iyengar para las lumbares”.