Era un día de invierno cualquiera, hace casi sesenta años. Después de recibir mi clase de judo, escuché que mi amigo Rafael Masciarelli estaba hablándole a otro muchacho del «yoga». Al instante resonó en lo más profundo de mí ese extraño término y pregunté qué era el yoga. Escribe Ramiro Calle.
Rafael me miró y escuetamente dijo: «Un método para el dominio de la mente». Justo lo que yo estaba buscando, pues tenía una mente, como la mayoría de los seres humanos, desordenada, inestable, obsesiva y, en suma, causa de aflicción.
Sin duda, ese fue uno de los días más importantes de mi vida, aunque tardaría mucho tiempo todavía en descubrirlo. Rafael era un excelente judoka y sobre todo un verdadero pozo de sabiduría oriental. Unos días después, al comenzar la noche, nos quedamos a hablar con Rafael mi hermano Miguel Ángel y yo.
Hacía un frío casi insoportable y, sin embargo, dado lo apasionante de la conversación, estuvimos charlando de pie, en plena calle, hasta casi el amanecer, tratando de obtener toda la información posible de Rafael sobre místicas orientales: del yoga al zen, del hinduísmo al budismo, así como sobre los modos de conocer y controlar la mente. Hicimos una gran amistad con Rafael a partir de aquel día.
Comencé a hacerme con todos los libros sobre el tema que me fue posible y a leerlos y releerlos con verdadera pasión. El yoga se iba a convertir en el mayor sentido de mi vida y a ser (como titulé años después mi primer libro al respecto) mi «refugio y esperanza».
No se trata de preguntarme qué le debo al yoga, sino más bien qué no le debo. Ha sido el mayor regalo que nunca he recibido y por eso, aun a mis casi 75 años, sigo impartiéndolo y respetando toda su pureza y sus requisitos básicos, evitando pervertirlo como, lamentablemente, hicieron no pocos de los mentores hindúes que llegaron a Estados Unidos a partir de las primeras décadas del siglo XX.
Un regalo tan valioso no puede dejarse para uno solo; hay que compartirlo, y cuanto más mejor, pero evitando distorsionarlo o aguarlo. Si algo necesita este mundo es un método fiable para obtener lo mejor de la mente humana y poder uno desprenderse de lo peor. Urge cambiar la mente, y por eso el yoga, incluso el hatha-yoga o yoga psicofísico, es lo que pretende y nos brinda sus solventes y milenarias técnicas para poder ir consiguiéndolo, con voluntad y paciencia.
Aquello que dijo Schopenhauer sobre los Upanishad, de que eran el consuelo de su vida y de su muerte, puedo igualmente yo decirlo sobre el yoga, desposeyéndolo de toda actitud dogmática y considerándolo una vía abierta de autodesarrollo y evolución consciente para todo el mundo, cualesquiera sean o no sean sus creencias, porque el yogui se mueve por experiencias y no por la narcosis de las creencias pseudoespirituales y supersticiosas. Por eso el yogui es su propio laboratorio viviente. ¿Puede haber otro más adecuado?
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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