Comento con mi amiga la Terrícola que creo que la palabra guru o gurú no tiene equivalente femenino, y que no es extraño, pues la historia registra escasos casos de maestras espirituales, y menos de mujeres iluminadas. ¡Menos mal que hoy abundan las buenas profesoras! Escribe Pepa Castro.
Disculpen ustedes que simplifique así, pero creo que el papel que la historia les ha asignado tradicionalmente a las mujeres respecto a lo sagrado, tanto en Occidente como en Oriente, da para pocos brillos. Por más que fantaseemos con sacerdotisas bailando a la luz de la luna y ritos en torno al fuego, la realidad es que el poder de mediación con la divinidad siempre lo han ejercido y lo ejercen, casi en exclusividad, sacerdotes, monjes y también yoguis.
Pero fréname los arranques feministas, querida Terrícola, y vengamos a los tiempos modernos con su feliz abundancia de maestras y profesoras en el gremio de la enseñanza en general y más aún del yoga en particular. Y además ellas son abiertas, creativas, rigurosas y atentas, y casi juraría que, salvo excepciones, tienen el ego más controlado.
La presencia de mujeres en todos los niveles y estilos de yoga, muchas de ellas jóvenes con gran energía innovadora, está dando como resultado una revolución en los modos de hacer y entender el yoga que la cúpula de maduros pioneros mira no sin reticencias.
Cabe pensar que es imparable. Y hasta sano. Es la historia misma de la cultura, un devenir constante de ideas, experimentos, búsquedas que nacen para morir más velozmente aún, y solo unas pocas propuestas, las más consistentes, arraigan y dan frutos.
Lo que buscan los alumnos
Mi joven amiga la Terrícola ha cambiado ya tres veces de escuela y se ha apuntado a un buen montón de talleres, desde cintura pélvica, ásanas avanzadas, yoga lunar, cocina vegetariana y mindfulness. Entusiasmo y ganas de aprender le sobran, afortunada ella. Pero algún profesor muy serio le ha insuflado la duda: a ver si lo tuyo va a ser capricho y no un compromiso con el yoga.
Me escribe pesarosa. Admite que todavía no ha encontrado su lugar «en ese mundo de lo espiritual», que no se ve entregada del todo, que le cuesta creer en verdades absolutas, que no siente la llamada de la devoción. Pero asegura que el yoga ya forma parte de su vida, que siente que lo lleva dentro y que no va a dejarlo en absoluto.
Sea lo que sea que ha hecho aflorar la experiencia del yoga en la Terrícola, ya está ahí instalado en ella. Y aunque el fuego no sea continuo, abrasador ni unidireccional, la llama permanece. Se inflama en ocasiones, algunos días, con algunas prácticas… o incluso sin ellas. Y otros días tiene que tirar de voluntad para seguir con su búsqueda y su experimentación. ¿Hemos de desterrarla del jardín del yoga por inconstante? ¿La obligamos a renegar de su naturaleza inquieta e insumisa?
Entre el material de YogaenRed he encontrado una respuesta de Danilo Hernández: “Es frecuente que el principiante se vuelva rígido en los primeros pasos en su andadura en el yoga (…) A veces se toma el asunto demasiado en serio y a la tremenda… Lo normal es que con el tiempo se vaya relajando y comprenda que la verdadera disciplina no es un asunto de imponerse actitudes férreas sino de dar un cauce adecuado y armonioso a sus energías”.
A veces las apariencias engañan, y a veces autoengañan incluso a los más avisados vigilantes de las ilusiones de la mente. A veces las personas que nos parecen más escépticas son las que más arriesgan en busca de la verdad, mientras que las que pasan por más fieles y consistentes en realidad se apegan a creencias para sentirse más seguras. Porque indagar, cuestionar, contrastar, divergir, discernir no es cómodo ni crea parroquia.
Escuchemos ahora lo que nos contó hace tiempo otra maestra, Amable Díaz, en YogaenRed: “Hay gente que huye de la sociedad occidental a través del yoga para liberarse de los condicionamientos de nuestra cultura (…) En el ámbito del yoga veo muchas rigideces y muchos condicionamientos; muy a menudo se cambia un condicionamiento por otro, y eso no es evolución, sino encerrarse en otra jaula”.
Y lo que ofrecen los profesores
Tal vez lo que necesite nuestra Terrícola sea encontrar a una/un enseñante que la quiera entender, que no la líe… y que no la aburra. Recuerdo que una vez conocí a una profesora de yoga que estaba tan cansada de dar clases que todas eran idénticas y casi mudas, aunque lo justificaba asegurando que lo hacía para no permitir que nuestras mentes tramposas se engancharan a la variedad.
Y es que, como en cualquier otra materia, la pedagogía del yoga es vocacional. Es cierto que todos los enseñantes no pueden ser grandes maestros, y menos cuando no acumulan todavía suficiente experiencia, pero quizás sí han de sentir en las tripas la pasión de transmitir y hacer entender aquello valioso que han aprendido.
Los buenos profesores aman compartir lo que aman. Y aman porque comprenden.
Por supuesto, se sobreentiende que han de conocer a fondo y practicar la técnica y la teoría del yoga. Pero enseñar no es adiestrar, ni adoctrinar, ni condicionar, ni embobar, sino abrir nuevos horizontes en la mente del alumno, priorizar el desarrollo de su consciencia, estimular su inspiración, su curiosidad y su deseo de aprender, fomentar su propio criterio, dar alas a su libertad…
Amable Díaz lo señaló muy bien en la entrevista citada: “Hay que entenderlo (para qué sirven y cómo emplear las técnicas de yoga) porque si no los profesores nos convertimos en meros transmisores: a mí me han dicho que esto se hace así y yo lo hago igual. Y a veces se cae en el anacronismo”.
Bueno, Terrícola, ¿y ahora qué te parece si contamos cómo ha de ser una buena profesora o profesor de yoga? Vale, mejor recordemos lo que precisó brillantemente Danilo Hernández en la entrevista aludida:
«Un buen profesor tiene que ser un buen practicante. Un punto clave es que tenga una buena preparación, es decir, un conocimiento y comprensión profunda de la teoría y la práctica del yoga. Algunas de las cualidades que definen al buen profesor son: la generosidad, la honestidad, la humildad, el realismo, el sentido común, no ser dogmático ni sectario, el espíritu de servicio, el afán de superarse, la paciencia, etc. Y si posee un buen sentido del humor, mejor que mejor. Tendría que ser capaz también de ponerse en la piel del alumno y comprender cuáles son sus verdaderas necesidades y el modo de ayudarle a satisfacerlas. Y por supuesto, debería ser una persona decidida a seguir aprendiendo, creciendo y ayudando».
Pero aún dijo algo más interesante sobre los obstáculos que puede encontrar el alumno en su aprendizaje:
«La falta de discernimiento (viveka) puede ser un gran obstáculo. El practicante ha de desarrollar una total comprensión de los ejercicios que realiza y de la actitud que propone el yoga a la hora de realizarlos. Otro obstáculo que destruye el yoga es la práctica mecánica».
Oído, Terrícola. Eres una buena practicante porque defiendes la libertad interior, intima y especial, que el yoga te descubre. Sigue trabajando y recorriendo tu camino con criterio y honestidad.
Pepa Castro es codirectora de la revista YogaenRed, líder del sector en lengua española.
pepacastro@yogaenred.com