Cuando organizo un curso en el que el que la filosofía es el eje central, me descubro buscando términos que substituyan la palabra “filosofía” para no asustar a nadie. El sinónimo que más fácilmente acude a mi mente es el de “sabiduría” porque para mí ese es el verdadero sentido de la filosofía. Escribe Montse Simón.
Muchas veces pensamos que la filosofía consiste solamente en exponer una serie de abstracciones conceptuales y debatir acerca de ellas defendiendo cada uno una postura. Desgraciadamente así ha sido para algunos llamados “filósofos”. Pero la filosofía sólo cobra sentido cuando es práctica, cuando la llevamos a nuestra vida y la reflexión es observación y conciencia. En ese caso lejos de ser una abstracción se convierte en una capacidad de observación y sorpresa ante la vida que transforma nuestra forma de vivirla.
¿En qué sentido decimos que transforma nuestra forma de vivirla? En el sentido de que dejamos de verla bajo los filtros que la veíamos habitualmente. Los filtros de juicios y opiniones que nos hemos creído y con los que lejos de observar y escuchar lo que es tal como es, nos hacían ver las cosas tal como yo pienso que son. Cuando la reflexión es indagación en uno mismo irremediablemente transforma nuestra forma de vivir porque nos sumerge en un nuevo espacio, un espacio de paz, que obviábamos a través del ruido de nuestra mente producido por el miedo a lo desconocido, el miedo al silencio y al espacio infinito.
El yoga es sabiduría
Hoy en día somos muchas las personas que practicamos yoga. La práctica del yoga nos ayuda a tomar conciencia del cuerpo, purificarlo con determinados ejercicios,fortalecerlo, hacerlo más flexible… Sin embargo lo realmente importante de la práctica de yoga es que nos prepara para la concentración de la mente en un solo punto. Concentrar la mente en un solo punto a su vez nos ayuda a situarnos ene el lugar del observador, y aunque cuando practicamos un reato de meditación nos concentramos en un objeto concreto (la respiración, la llama de una vela, los pensamientos que surgen…) cada día de nuestra vida, a cada momento tenemos la posibilidad de situarnos en el lugar del observador, realizando las acciones con plena conciencia, sintiendo lo que sentimos y pudiéndolo acompañar.
El yoga, al igual que la filosofía, tiene sentido en cuanto nos ayuda a situarnos en el lugar del observador. El yoga es ante todo sabiduría, la sabiduría de no ser esclavos de nuestros pensamientos, emociones y circunstancias. La sabiduría que nos permite vivir los pensamientos, emociones y circunstancias de forma libre, sin identificarnos con ellas. La sabiduría que nos hace saber que la Vida que somos no se agota en nuestro pequeño personaje. El yoga es una forma de vida porque la práctica de yoga como sabiduría trans-forma (va más allá de la forma) nuestra percepción del mundo y por tanto nuestra forma de relacionarnos con él. Entonces el yoga es un camino y una filosofía, y donde digo filosofía puede decirse sabiduría, que no se reduce a prácticas físicas sino que es la conciencia que ponemos al hacer esas prácticas.
En realidad el título del artículo es una media verdad, porque sólo expone la idea de yoga y filosofía como camino, pero cuando el yoga y la filosofía son integrados en todo nuestro ser, el yoga y la filosofía son entonces no sólo el camino sino el fin, o dicho de otra forma, nos damos cuenta de que el propio camino es la cima, es el fin en sí mismo, el instante presente en el que vivimos desde la conciencia sin creernos más las víctimas o esclavos de los instintos, los pensamientos, las emociones.
El último testigo
A veces en un acto de idealización acerca del yogui perfecto pensamos que tiene que ser como una piedra insensible. Sin embargo, la diferencia no está en sentir o no ciertos impulsos, emociones, pensamientos, sino en dejarnos o no arrastrar por ellos. Y no dejarnos arrastrar no significa luchar contra ellos sino poder observarlos sin ahogarnos en ellos porque pensamos que eso es lo que somos. Por ejemplo: siento envidia y en un primer momento me enzarzo en alimentar los pensamientos asociados a esa envidia (¡fíjate que suerte la suya! ¿por qué a mí no me ocurren estas cosas? ¡ya me ha quitado mi sitio, mi protagonismo o el coche que quería yo para mí!,etc.), es posible que inmediatamente surja un sentimiento de culpabilidad alimentado por pensamientos tales como “¿qué mal, no debería sentir envidia!, ¡qué monstruosa soy, debería estar alegrándome por la otra persona en lugar de envidiarla!, etc.”. En ambos casos hay una plena identificación con lo que sentimos, como si sólo fuésemos eso. Sin embargo existe la posibilidad de decirse “algo dentro de mí siente envidia”, o mejor aún, “veo el nudo que se me ha puesto ene le estómago cuando me han dicho que fulanito ha conseguido tal cosa”. En ese momento podemos acompañar lo que sentimos sin identificarnos con eso, porque lo que nosotros somos es el observador, el acompañante de esa emoción, ese pensamiento, el testigo último de todo lo que ocurre, el que lo ve y vierte su luz sobre lo que ve y en función del tipo de luz que vierte puede verlo más claro o más oscuro.
Te invito a practicar yoga en tu vida cotidiana, no sólo como trabajo corporal sino como toma de conciencia de cada una de tus actividades, de cada emoción y pensamiento que acudan a ti. En el momento en que te des cuenta de que una emoción o un pensamiento comienzan a emerger obsérvalo, simplemente date cuenta de “está surgiendo este pensamiento o esta emoción” y en lugar de reaccionar quédate ahí acompañando lo que sientes, dándote cuenta de que lo que piensas es sólo eso, un pensamiento, pero que tú eres Algo mucho más grande que simplemente mira y desde ahí puedes actuar sin reaccionar, desde la sabiduría que te permite ver.