India (Bharat en hindi), ese exótico y lejano lugar rodeado de leyendas, creencias, símbolos, dioses, espiritualidad… India, la gran desconocida para muchos y la bien amada para otros… India, la que no te deja indiferente… ¿Qué convierte a este lugar en un destino tan deseado? Dicen que a India o la amas o la odias, y parece que es verdad. Escribe Cristina Iglesias.
Un país con más de mil millones de habitantes, con treinta y tres idiomas oficiales y miles de dilectos, con distintas etnias; India, cuna del hinduismo, del budismo, del yoga; un país lleno de color y de diferencias, donde todo es posible; donde el concepto de lo imposible se pierde para dar paso al asombro ante los olores, los sabores, las imágenes, los sonidos…
India va más allá de lo que consideramos preestablecido, porque aquí nada se da por hecho, nada está garantizado para bien o para mal.
Cuando llegas a India los sentidos se alteran. El ruido y el caos de sus calles es una de las primeras cosas que sorprende al pisar el país: un caos lleno de orden donde cada uno sabe por dónde tiene que moverse y cuál es su función, haciendo que las cosas fluyan de una manera natural, pero sin orden preestablecido.
Los colores de los saris sobre la oscura piel de sus mujeres, junto con los puestos callejeros de frutas y verduras, otorgan al paisaje alegría y viveza.
Los olores de los puestos de comida callejeros, de los chais con masala (té con especias), hacen que el paladar sienta curiosidad por saborear algo tan exótico y desconocido… ¡aunque sea picante! Un poco de arroz o lassi (yogur batido) sofocará el ardor para dejar paso al placer de los nuevos sabores.
Vacas, toros, búfalos, perros, elefantes, camellos, burros, caballos, gatos, monos… fauna que habita en las calles de la mayoría de las ciudades fundiéndose con el paisaje, formando un todo con su gente, que los acepta como parte de sus vidas. Todos los animales son respetados (en mayor o menor grado), y conviven felizmente siguiendo el curso de la naturaleza.
Los niños aún corretean libres por las calles, descalzos, calzados, peinados, despeinados, libres al fin y al cabo. Después del colegio salen a jugar con sus cometas, o con juguetes improvisados que la imaginación les ayuda a crear. Y disfrutan al aire libre, en los barrios, entre los coches o los rickshaws, o en los ghats, parques o plazas. ¡Cualquier lugar es bueno para divertirse, para ser un niño, para aprender y crecer jugando!
Las cúpulas de los templos se alzan al cielo, recordando a sus habitantes que Dios está presente en todas partes. Campanas, incienso, flores, cocos acompañan los rituales que a diario los hindúes celebran tanto en sus hogares como fuera de ellos. Porque para ellos la religión es el motor que les mueve, que les motiva a levantarse cada día, que les ofrece protección y les compromete interiormente a mejorar como personas para, finalmente, liberarse del ciclo del nacimiento y la muerte.
India nos sorprende, nos desconcierta, nos aturde, nos enamora. Después de que nuestros sentidos se han adaptado al cambio, poco a poco el ritmo del país empieza a penetrar en nosotros, haciéndonos sentir libres, dejándonos fluir sin máscaras en este maremágnum caótico de personas, vehículos, animales… Ya formamos parte de ese todo, y nos hemos dado cuenta de que sí, ¡se puede! Los conceptos están rotos y ahora podemos comenzar a disfrutar de todo lo que nos rodea sin temor, sin juicio, simplemente sintiendo y amando India, disfrutando de todo lo que nos entrega.
Porque en India todo es posible, y tras pisar su suelo nada ya nada vuelve a ser lo mismo…
Cristina Iglesias vive en Benarés. Promotora de la agencia Sangha Services, que organza viajes a la India (próximos, julio y agosto), además dirige la ONG Swawalambi junto con sus socio Ravi Dubey , natural de Benarés, licenciado en arqueología y con más de 12 años de experiencia en el sector turístico.