El día 14 de diciembre se cumplieron 98 años del nacimiento de B. K. S. Iyengar, en una pequeña aldea al sur de la India, Bellur. Un hombre cuya vida ha sido traducida en todos los idiomas. Un hombre cuyo trabajó será admirado y estudiado también por las generaciones futuras. Un hombre cuyo esfuerzo por extender el yoga le llevó a viajar a los cinco continentes. Escribe una discípula.
Las paredes de su instituto de yoga en Pune están forradas con sus títulos y reconocimientos, el último lo recibió en su propio país otorgado por el gobierno de India. Para las personas que no le hayan conocido es posible que esos cientos de reconocimientos les impresionen, esa larga escalera circular forrada de títulos siempre impacta. Pero a aquellos que hemos tenido el privilegio de conocerle, nos impactaba más su día a día, su trabajo constante, rutinario, perseverante, un ritmo de reloj suizo llevado con una alegría indescriptible. ¿Dónde estaba su secreto?
Él se entregó a su arte y a sus alumnos con un amor más allá de todo cansancio humano.
Alguien tan reconocido y tan mundialmente famoso también fue objeto de innumerables críticas, generalmente procedentes de periodistas y filósofos. Tachaban su trabajo de yoga físico y criticaban el uso de los soportes, y en ocasiones le describían como un ser despiadado con sus alumnos.
Su instituto siempre ha estado abierto a los curiosos, a los que en muchas ocasiones se les permitía entrar con sus cámaras y entrevistarle personalmente.
En su libro Luz sobre el Yoga las posturas no presentan ningún tipo de soporte. Entonces ¿por qué utilizarlos? Su largo trabajo de años le llevó a tener que enfrentarse con innumerables patologías, con múltiples limitaciones, tanto en su propio cuerpo como en los cuerpos de sus alumnos que acudían buscando ayuda. Se empeñó en que todo el mundo pudiera experimentar los efectos de las posturas, de las colocaciones precisas del cuerpo. Y para ello tuvo que diseñar una multitud de soportes, ladrillos, cinturones, cuerdas, innumerables piezas de madera de todas las formas y tamaños… Un caso nuevo requería nueva tecnología. Hasta aquellos que vivían regularmente a su lado estaban siempre con su agenda apuntando datos nuevos. Era un auténtico artista. Estos soportes son el fruto de su generosidad sin límites, de su profundo conocimiento y amor por el ser humano, de su incansable trabajo por mostrar el camino correcto para avanzar sin riesgos.
También se criticaban sus formas, duro, violento. Contaremos una pequeña anécdota sobre su forma de trabajar en las clases médicas.
El instituto de Pune imparte clases a cientos de alumnos con diferentes patologías, y cada uno trabaja sus secuencias con rigurosa supervisión. En numerosas ocasiones Guruji se paseaba entre ellos ajustando aquí y allá. A los profesores de diferentes países se nos permitía ver este trabajo. En una de esas clases se acercó a una joven y le propinó un tremendo bofetón en la cara, tras o cual la chica empezó a llorar. Yo había visto en otras ocasiones ajustes con firmeza, pero aquello me rompió los esquemas. Estuve todo el día dándole vueltas a lo que mis ojos habían visto y no era capaz de entenderlo. Al día siguiente le pregunté a la chica por qué le había pegado Guruji. Ella me sonrió: “Lloré de alegría”. Padecía un cáncer desde hacía años y le afectaba al hueso de la mandíbula, que tenía bloqueada desde hacía mucho tiempo. Guruji había conseguido desbloquearla y sintió un alivio inmenso, lo que le hizo llorar.
¿Qué capacidad tenemos para juzgar a un ser de ese calibre?
Jamás le importaron las críticas porque su objetivo estaba puesto en el yoga y en la entrega y servicio a sus alumnos, con una pasión y una energía que para los seres humanos corrientes nos podía parecer agresividad. Se le veía en ocasiones cruzar la inmensa sala con grandes zancadas porque alguien en una esquina estaba haciendo algo incorrecto o se podía oír su voz potente cuando algo estaba fuera de lugar. ¿Podemos a eso llamarle agresividad? ¿O debemos enmarcarlo en el plano de un ser humano completamente excepcional?
Todos los grandes genios siempre fueron incomprendidos.
En el día de hoy escribo estas líneas como un pequeño homenaje a Guruji, como nos gustaba llamarle sus alumnos. “Querido Guru”. Nunca habrá palabras suficientes para agradecer su trabajo y su entrega en el yoga, su entrega al ser humano.
“Que mi final sea vuestro principio». Se marchó también empujándonos hacia delante.