Esta es la cuarta parte del artículo ‘Meditar, la aventura del conocimiento’ (ver al final de este artículo los enlaces a las partes anteriores). ¿Qué nos aporta la práctica meditativa a los urbanitas inquietos aquí y ahora? Veamos: ¡en este capítulo comienza la práctica! Escribe José Manuel Vázquez.
Llegó el momento de meditar 1
Me siento en el lugar más tranquilo y recogido de la casa. Me coloco en una postura estable, cómoda, con un grado mínimo de actividad muscular para sentir que estoy presente. Puedo sentir ligereza, amplitud, tranquilidad… Cierro los ojos. Tomo conciencia de cómo se apoya mi cuerpo en la silla, o en el suelo y cómo se distribuye el peso en los puntos de apoyo. Me sitúo en el espacio con la intención de encontrar el punto medio desde donde poder observar sin contratiempos; me preparo para permanecer ecuánime ante los acontecimientos. Ni muy delante, ni muy detrás, ni muy envarado ni demasiado relajado. Lo justo, evoco en mi cuerpo la neutralidad para observar con distancia la tormenta de estímulos que intuyo se avecina.
Llevo un rato sentado y parece que no pasa nada. Parece que todo está en silencio, en calma… excepto por esa leve molestia en el tobillo. Me muevo y la rodilla se queja, cambio las piernas, todo en orden. Vaya, parece que estoy inclinado, siento más peso en un lado de la cadera, no importa sigo. No estoy nada cómodo. Decido empezar de nuevo.
Deshago la posición y la rehago tal y cómo he aprendido. No me salto ningún paso y busco un apoyo que se adecue mas a mi estructura física. Ahora si, parece que todo está en su sitio. Después del parloteo interior guardo silencio. Me concentro en sentir los diferentes tramos de la columna a través de la respiración. Todo va bien. Empiezo a sentir el espacio que ocupa mi cuerpo. Mola. Al cabo de un rato empiezo a sentir un cierto vértigo, acompañado de un malestar indefinido. Qué raro… Sin darme cuenta se me van encogiendo los hombros y la boca del estómago se me empieza a poner como una piedra. Me estiro, respiro profundo y empieza a temblar mi cuerpo. Estoy un poco asustado. Todo esto es muy raro. No sé que hacer. Abro los ojos y parece que todo está en calma. Me tranquiliza saber que lo de fuera sigue ahí. Al volver a cerrar los ojos me sumerjo de golpe en el vacío que siento en el estómago. Yo diría que esto que siento es muy parecido al miedo, aunque como soy un poco analfabeto emocional no podría afirmarlo categóricamente… Decido pensar que es mejor reclinarme un poco para atrás. Siento frío. Abro los ojos varías veces y los vuelvo a cerrar. Quién me mandaría a mí meditar.
Cuando estoy a punto de tirar la toalla, cuando ya he renunciado a ser un super yogui, algo cambia. La respiración empieza a fluir y siento mucho calor en el pecho. No me resisto. No entiendo nada pero renuncio a entender nada. Me siento ligero. La parte superior del cuerpo parece flotar. La ingravidez que siento hace que mi cabeza parezca desprenderse del cuerpo propulsada por un chorro de energía que atraviesa mi espalda. En ese momento pienso que la meditación es infinitamente mejor que las drogas. Aunque no estoy muy seguro de dónde me conduce esta experiencia ni cómo van a ser los efectos secundarios.
El caso es que mis pensamientos empiezan a flotar en el espacio como pompas de jabón (no sabría describirlo de otra manera por ahora) y me llama la atención una imagen entre todas las que percibo. La dureza de mi padre, el egoísmo de mi padre, su exigencia, su miedo, todo lo que me separa de él y sin embargo llevo dentro mí. La situación vista desde muchos ángulos a la vez. Como si no fuera yo, como si viera a mi padre por dentro, como si a todos nos pasase un poco eso. En ese momento se cruza un pensamiento: debería llamar a mi padre y contárselo. No, creo que no es buena idea. No lo entendería. Lo querré en silencio, a una distancia prudente para que no se sienta obligado a compartir conmigo algo que no quiere mostrar.
Abro los ojos y siento que ya está, que es suficiente por hoy. Me doy mi tiempo, me desperezo lentamente, sintiendo mi cuerpo surcando el aire y encontrando descanso en el suelo. Me tumbo. Me doy tiempo. Luego escribo la experiencia aunque sé que no se me va a olvidar tan fácilmente. Puedo sentir la respiración por todo el cuerpo. Es difícil de describir.
(Este artículo continuará próximamente)
Enlaces anteriores. Primera parte. Segunda parte. Tercera parte.
José Manuel Vazquez. Profesor y formador de yoga y fundador de Yoga Orgánico.
Comienzo de los nuevos Cursos de Formación 2016-2017 para instructores y profesores de Yoga, en octubre.
Contacto: 91 310 51 81/ info@yogaorganico.org