Gracias a Viveka, el discernimiento, me he dado cuenta de cómo habitan en mí dos tipos de yoes diferentes. Uno es material y el otro espiritual. Uno es el ego, con su carácter y personalidad. El otro es el alma, la cual vislumbro como fragmento del espíritu supremo y por lo tanto inmortal. Escribe Emilio J. Gómez.
Uno de los dos yoes es falso e ilusorio, mientras que el otro es auténtico y verdadero, quizás por ser parte indivisa de lo Real. Uno demanda atención constante y se alimenta de deseos. El otro no pide ni quiere nada. Uno es sombra, el otro luz… Ambos coexisten pero no conviven, ya que no comparten sus intereses.
Sin duda que ha sido la práctica sistemática y continuada del Yoga durante todos estos años lo que me ha llevado a tal descubrimiento; al menos, así me lo parece. Aunque algo me dice que tal descubrimiento no es nada nuevo y que, de alguna manera, se trata de un conocimiento que todos sabemos, aunque sea por intuición.
No obstante, es mi deseo compartir que en los últimos tiempos he encontrado algo que podría tratarse de un tercer yo. Se trata de una sutil presencia que observa desde el silencio a los otros dos yoes, el personal y el trascendente.
Percibo su mirada tan amorosa como silenciosa y su presencia tan compasiva como omniabarcante. Mi mente trata de ponerle un nombre a toda costa, pero el yo trascendente sabe que no es necesario. Incluso que es mejor evitar el etiquetaje.
Tan sólo sentir la presencia omnisciente que todo lo observa, que todo lo sabe, que todo lo ama… es más que suficiente para que el milagro de la comprensión última suceda. ¿Qué más se puede necesitar saber, conocer o tener?
Emilio J. Gómez es profesor de yoga del Círculo de Yoga Silencio Interior
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