De la misma forma que para lavarnos las manos necesitamos las dos, para nuestro progreso interior necesitamos las dos mentes. Una es la mente ordinaria y la otra está en otra dimensión de la consciencia. Escribe Ramiro Calle.
La mente ordinaria es la que piensa o se deja pensar, la que se agita, la que se va al pasado o al futuro, la que también analiza y a veces razona, y a veces utiliza –raramente- la reflexión consciente y voluntaria. Es la mente del pasado y la mente que se proyecta al futuro; es la mente de las ideas o los conceptos, las abstracciones, las especulaciones y elucubraciones; es la mente que raramente para, la que siempre está en un dinamismo febril. Esa es la mente que, a veces, es una verdadera –haciendo un juego de palabras- mentira, un fraude y un fiasco, pues ahora te puede decir una cosa y luego otra, y así sucesivamente.
De esa mente, que es como un movimiento continuo de ideas y conceptos, y etiquetas y palabras y comparaciones y mediciones, de esa mente hay algo que si se puede aprovechar en la búsqueda de la armonía, y es el razonamiento fino, el razonamiento controlado, el razonamiento que se vuelve discernimiento; que es capaz de ver y luego proceder o no proceder en consecuencia.
Ese razonamiento, ese análisis correcto, ese pensamiento adecuado, es muy útil. Lo que pasa es que lo mismo que no sabemos dejar de pensar, la mayoría de las veces no sabemos utilizar el pensamiento objetivo porque lo filtramos con toda clase de apegos, aborrecimientos, preferencias y antipatías, con lo cual corrompemos a menudo ese pensamiento. Pero si lo purificamos bien, es muy útil porque también nos ayuda a discernir, a optar, a saber qué tomar y qué dejar, incluso a definir nuestra meta en la búsqueda interior o, en el exterior, nuestros objetivos de vida.
El yoga no subestima el pensamiento; el yoga contra lo que nos previene es contra el pensamiento inútil y farragoso que nos hace sufrir a nosotros y a los demás. Y ese pensamiento es el que, poco a poco, hay que ir eliminando porque ocupa un lugar innecesario en la mente y finalmente se convierte en el gran ladrón de nuestra dicha.
Pero incluso, el pensamiento ordenado, el pensamiento racional, el pensamiento objetivo, reflexivo, consciente y voluntario, incluso ese, es insuficiente. Ess útil, nos puede llevar a muchos sitios, pero es insuficiente. Igual que un automóvil te puede conducir hasta el límite de la tierra hasta donde llega el océano pero luego hay que cambiar de vehículo y coger una barca, pues lo mismo ocurre con el pensamiento. Así, el pensamiento mejor trabajado tampoco da respuestas a todo, también tiene muchas limitaciones porque además está trenzado por el egocentrismo, por las dudas, por esquemas y por viejos patrones.
La otra mente No-mente
Hay otra mente que ya no es la mente de superficie, ya no es la mente egocéntrica, ya no es la mente personalista, ya es otro tipo de mente. Cómo será que por ello se la llama Ummani, y en mi libro El Fakir se la llama Nirvana Kala, la «mansión del silencio» y, de alguna manera, en todas las enseñanzas antiguas se apunta a esta No-mente.
Ya sabemos que para nuestro vivir cotidiano necesitamos la mente ordinaria, pero para nuestro vivir interior necesitamos otra mente. Así, los chinos hablan del «No-pensamiento», y en el cristianismo, en un libro que se llama La nube del no saber, los grandes místicos nos hablan de ese «saber no sabiendo».
Esa No-mente, como quiera que la llamemos, no se rige por ideas, ni por etiquetas y rótulos, ni es una mente que mide o compara, ni es una mente fragmentada en el pasado y en el futuro. Es una mente que está más allá de las ideas, que trabaja a través de la percepción y de la intuición y que vive en la instantaneidad, que nace y muere a cada momento y, por eso, no acarrea memoria.
Todos nosotros estamos tan inmersos en la mente caótica que ni siquiera sospechamos que hay otro tipo de mente, una mente quieta, una naturaleza profunda que nada tiene que ver con las ideas, la agitación, la angustia, el apego o el odio, sino que es otra cosa que en realidad ni siquiera se necesita una palabra para definirla porque lo importante es experimentarla. Alguna vez, aunque sea muy fugazmente, todos hemos tenido esa experiencia de una mente más quieta, más profunda y más beatífica.
Beatífico es un término que asociamos con lo religioso pero no, una persona puede ser nada religiosa y ser beatífica (que no beata), y una persona puede ser religiosa y no sentir la beatitud. La beatitud es un estado de gozo, lo que los yoguis denominan Sat Chit Ananda, que quiere decir Ser, Consciencia y Dicha, y ese Ser, Consciencia y Dicha nunca se encuentra en la mente ordinaria, se encuentra en la No- mente o en la mente que está en otro estado u otra dimensión de consciencia.
Fijaos que no es por casualidad, que Patañjali empieza en los Yogasutras diciendo: «Yoga es la inhibición de la mente». Otros lo traducen como que «yoga es el control de las ideas en la mente», otros,» la inhibición del pensamiento», etc. Yoga es otro lado de la mente que no tiene que ver con la mente ordinaria; también por eso meditamos, desarrollamos la consciencia, estamos atentos.
La mente ordinaria, como os decía, es egocéntrica, no sabe del amor profundo y real. La No-mente no es egocéntrica, no es tan personalista y es infinitamente más amorosa.
Si nos preguntamos: ¿podría vivir uno solo en la No-mente? En esta socieda no, desde luego; quizá en un bosque, en la montaña, pero en la sociedad no. Por eso debemos manejarnos con la mente y con la No-mente, pero el problema es que estamos tanto en la mente que nunca visitamos las regiones fértiles de la No-mente. Hay que ir aprendiendo a utilizar, pues, la mente: razonamiento dinámico, activo, voluntario y claro que dilucide, no que empantane. Y, por otro lado, hacer visitas a la No-mente para reconfortarnos, para centrarnos, para estar en nuestro Ser un poco más. Por eso hay que manejarse en estos dos lados de la mente.