Ramiro Calle, el maestro

2016-08-04

Cuarenta y cuatro años de trayectoria como profesor de Yoga, junto a la difusión exhaustiva y prolífera del Dharma, de la Enseñanza, como a él le gusta decir, hacen a Ramiro Calle maestro de dos generaciones de yoguis. Él mismo se prefiere antes yogui que maestro, algo que hemos perdido en nuestros días, donde se busca ser profesor de Yoga sin ser yogui. Es una entrevista de Carmen Viejo para YogaenRed.

Ramiro-Calle

Ramiro Calle dejó en su enciclopédica novela El Yogui marcas claras para caminar esta senda del Yoga sin perdernos. Esta es la segunda parte de una entrevista muy especial (aquí la primera). Hemos querido saber qué ha sido del espíritu del autor del libro que inició a innumerables personas en el camino del Yoga.

“¿Cómo buscas la madurez espiritual sin haber conseguido la mental?”, le pregunta a Devendrenath, el protagonista de El Yogui, su padre. ¿Cuándo estamos preparados para comenzar el camino del practicante, del sadhaka?

En Occidente, realmente, casi nadie sigue el camino del practicante. Hay una demanda del Yoga como terapia, como saneamiento de la mente. El 90 por ciento de las personas que acuden a clases de Yoga van buscando sentirse mejor, lo cual está muy bien; pero lo que buscan es equilibrio psicosomático y queda totalmente relegado el aspecto más auténtico del Yoga que es el de técnica espiritual.

Todos en Occidente arrastramos un gran lastre, que es precisamente la mente pequeña, la mente neurótica, con sus innumerables rarezas, obsesiones y frustraciones de todo tipo. Pero si logramos abrir una rendija hacia la mente grande, que también está en nosotros, entonces podremos comenzar la práctica del Yoga más elevado, como medio de integración y auto-realización. No hay que olvidar que el objetivo del Yoga es el samadhi, un estado superior de conciencia que nos integra con la Totalidad.

Primero hay que sanearse psicológicamente para luego acopiar todas esas energías y reorientarlas a una búsqueda de orden superior; pero si una persona es víctima de la ansiedad, la depresión, la amargura, el estrés…, si tiene tantas grietas del alma, es muy difícil que encuentre motivación para metas espirituales más elevadas.

“Conectando nuestra mente consciente con el proceso respiratorio, podemos percibir la gran fuerza cósmica que fluye a través de todo nuestro ser, y podemos hacer con nuestro cuerpo y con nuestra mente cosas que a los demás, por ignorancia, les parece imposible”. ¿Es así?

La respiración es una ganzúa para abrir puertas a niveles más elevados de consciencia. El Yoga enseña a sacar todas las perlas, como decía Ramakrishna, pero para eso no solo están los asanas, sino también los bandhas, los pranayamas y muchas otras técnicas muy variadas. Los asanas son divertidos: es el postureo, el exhibicionismo. El pranayama es muy pesado de hacer, por eso no se practica. Hay muchas escuelas que no lo enseñan y eso es inconcebible. El prana solo se puede mover a través del pranayama y el pranayama es la llave del encuentro con lo más profundo de nosotros. Todo el Yoga, y es muy importante comprenderlo, busca desde el principio la suspensión del pensamiento ordinario para ir hacia el Ser interior. Lo que nos distancia del Ser interior es el pensamiento. Si los pensamientos cesan, se revela la luz del Ser. Pues una de las técnicas primoridiales de suspensión del pensamiento es el pranayama. Y es lo que te lleva al pratyahara (interiorización).

A lo largo de todo el libro de El Yogui, insiste en la necesidad de la práctica: “Nada hay tan importante como adiestrarse en la resistencia física y mental. Es verdaderamente fuerte aquel que aprende a resistir”. ¿No nos hemos vuelto muy blanditos en Occidente? ¿A qué debemos resistir?

En Occidente hay un cansancio psíquico increíble. Apatía, abulia, falta de motivación, las rutinas externas e internas que se hacen insoportables. Y nos hemos hecho muy muelles, efectivamente. Hasta meditar media hora nos parece un mundo. Hay que fortalecerse interiormente. Lo que llaman los yoguis Tapas, que no es austeridad exterior, sino interior, para acumular todas nuestras energías, o virya, que es la fuerza interior. Babaji Sivananda de Benarés siempre decía: “Lo más importante para un yogui es la fuerza interior”.

Una de las maestras a las que visita nuestro protagonista, le dice: “¿Sabéis cuál es el mal de nuestra época? Que el hombre quiera descubrir el secreto de la Verdad sin estar preparado para ello y sin realizar ningún esfuerzo”. ¿Cómo evitar que teniendo toda la información a nuestra mano, no creamos tener la Verdad sin haberla trabajado?

El gran místico sufí Kabir de Benarés decía a sus discípulos: “Miradme a mí, soy un esclavo de mi propia intensidad”. Más no se puede decir. En el centro de Yoga tenemos violinistas, pianistas, tocando 6 y 8 horas diarias, y me dicen “Ramiro, nunca pasaré de ser mediocre”. No sé por qué comprendemos que para una actividad deportiva, para una actividad artística, hay que poner mucho tiempo y sin embargo no se pone esfuerzo para lo espiritual. De ahí viene el truco de los gurús que ofrecen atajos para llegar al cielo y la gente encantada de no tener que hacer ningún esfuerzo.

Había un gran introductor en España de la ciencia psicosomática, Rof Carballo, que decía, “el occidental quiere conseguir en un fin de semana lo que un monje zen o un yogui consiguen en veinte años”…

La otra gran constante de su vida ha sido la búsqueda del Maestro interior: “El hombre debe encontrar ese maestro que hay en sí mismo, puro como un niño y sabio como un anciano”. Da la impresión de que Ramiro Calle ya lo halló y nos lo brinda ahora al resto…

No, no lo he hallado. Vuelvo a remitirme a las palabras con las que acababa mi libro El Faquir: “Soy un aprendiz y el deber de todo aprendiz es seguir aprendiendo”. Incluso, nunca he utilizado la expresión “tener discípulos”. No soy un gurú, no tengo discípulos; tengo amigos espirituales que al ayudarles a subir un escalón, ellos me ayudan a subirlo a mí. ¿Hace el hijo a la madre o la madre hace al hijo? Maestro y discípulo están siempre codo con codo. Yo soy un compañero espiritual, un peregrino por la vida, dando a los demás lo que he recibido. Simplemente. Eso es cadena de transmisión.

Le preguntan a un maestro en su libro: “¿Cómo puede conocerse a un verdadero maestro?”. Y contesta: “Por sus obras, por su forma de comportarse, por su sabiduría, por su amor, porque incluso en la mirada, pura y cristalina, hay algo que nos lo permite presentir”… ¿El maestro nace o se hace?

El maestro se hace. Hay una predisposición, como el que tiene buen oído o capacidad para los idiomas, pero luego tiene que forjarse. Es una alquimia interior donde tratamos de transmutar nuestras cualidades inferiores en cualidades superiores. El Gran Maestro reside en el interior de nuestro corazón y verdadero maestro es el que te enseña el camino hacia Él.

Es más fácil decir qué no es un verdadero maestro que qué lo es. Un verdadero maestro no se preocupa por estar fundando ashrams, por estar haciendo de su enseñanza una especie de supermercado espiritual, ni giras mundiales como si fuera un actor de moda. Un verdadero maestro no necesita siquiera buscar a nadie; es como la flor que no persigue a la abeja…

¿Hubo realmente un Swami Vicharananda para su iniciación?

Todos los maestros que aparecen en El Yogui son reales. Con uno u otro nombre, pero son reales. En noventa y nueve viajes que he hecho a la India he entrevistado a gurús, maestros, lamas, eremitas, y de allí he sacado todo ese material, que es real.

A toda persona que venía por Madrid, swamis de distintas esferas, le invitaba a cenar en mi casa. Debo decir, pobre mi primera mujer, Almudena Haurie, que a lo largo de diez años, ni un solo día cenamos solos. Siempre cenábamos con swamis, especialistas en Yoga, sanadores… Nuestra casa se convirtió en un verdadero santuario de encuentros espirituales. He ido tomando enseñanzas en apertura de infinidad de maestros; claro, llevo toda mi vida dedicado a ello. Me han llamado “cazador de hombres santos”…

“La meditación es una luz y un centinela que se resiste a todo lo que pueda deteriorar tu mundo interior”. ¿Ha sido la meditación en todo este tiempo su centinela personal?

Ha sido una de las técnicas que he utilizado: meditación, pranayama, asana, siempre como un medio de interiorización, no de culto al cuerpo, recitación de determinados mantras como Om Nama Shivaya, HamSo, técnicas de observación, que han formado parte de mi estrategia de todos los días. Todo lo que llamamos trabajo interior, que es muy amplio y que hay que llevarlo también a la vida diaria. Hay que trabajar sobre toda la persona, sobre todos los niveles de nuestra personalidad, el instintivo, el sexual, el motriz, el mental, el energético… Si no, el trabajo en vez de ser integral, se vuelve muy parcial. Es toda una estrategia.

Especialmente hay que atender al campo energético, a los 21 puntos del cuerpo, pues el Yoga es en ese sentido una acupuntura que va tocando puntos para abrir canales.

Uno de los personajes del libro, un lama, aboga por generar un misticismo de índole personal. Usted habla poco de sus propias creencias, aunque sí de los métodos. ¿Deberíamos generar un pudor especial hacia la forma en que cada uno entiende lo trascendente?

Hablo muy poco de mis propias creencias para no condicionar, adoctrinar o crear esquemas y modelos a los demás. Ni siquiera hay que imitar a Jesús, a Buda o a Lao Tse. Cada uno tiene que llegar a ser él mismo. Por eso los métodos son asépticos. Lo demás es sermonear. Y como me dijo un gran yogui: “Para que me sermoneen, me quedo con mi párroco”. No me cambio del cristianismo al hinduismo para que me sigan sermoneando. Por eso no trato de influir; doy enseñanzas y métodos de la forma tradicional: escuchar, discernir y probar. Si te sirve, lo incorporas a tu vida. Y si no te sirve, lo descartas. No queremos gente ciega, que es lo que hacen las sectas con sus líderes espirituales.

Se da este consejo en el libro: “¿Cómo buscar? Verificar, liberarse de los prejuicios y dogmas, esforzándose por obtener un conocimiento superior. Se requiere purificación en todos los sentidos”. ¿Es necesario alejarse de los dogmas para encontrar el auténtico camino interior?

El dogma es una atadura, una mordaza, una prisión de la que no puedes salir. Hay que superar los dogmas y seguir la senda sin senda que es la senda. Esto quiere decir, no seguir la senda de otro, sino hacer el propio viaje hacia el interior. Si hay dogmas, te coagulas.

El Yoga es totalmente adogmático. Incluso en el Yoga antiguo ha habido dos corrientes: el yoga ateo y el yoga teísta. Hoy parece que tiene que ser teísta, pero eso es por parte de los grupos hinduizantes. Tienes que llegar por ti mismo a saber si es el Vacío o es el Todo…

El protagonista del libro se enfrenta a su tío, sacerdote de los brahmanes: “No puedo creer en algo que divide en lugar de integrar. Que alimenta las diferencias en lugar de trascenderlas”. ¿Fue esa la razón inicial que le llevó a Oriente, la procura de una espiritualidad liberada del dogma religioso?

Sí, aunque en la India la religión es más dogmática que en Occidente, porque hay mucha superstición. Es un país muy supersticioso donde hay que ir separando las hierbas medicinales de las hierbas venenosas. Pero sí, me impulsó la búsqueda de lo no dogmático; o sea, lo que no puede cifrarse en códigos, porque está más allá de conceptos, palabra e ideas. El que más propició ese adogmatismo fue Krishnamurti, claro. Aunque decía que no era un maestro, era un maestro; aunque decía que no enseñaba nada, daba una enseñanza; pero trataba de impedir que la gente se estableciera en un código, en un molde.

“Todos los caminos honestos conducen a la Verdad”. ¿Puede ser ésta una de las conclusiones de su larga búsqueda?

Todos los caminos honestos convergen en el tuyo propio, que te tiene que llevar a tu yo más honesto. Son pértigas, mapas, brújulas, para orientarnos en el viaje interior. Nadie puede obtener la liberación por otro.

“Desconfía –le aconsejan al yogui. Déjate solo enseñar por aquellos que de verdad tengan algo que enseñarte. No pierdas el tiempo, porque la vida es mucho más breve de lo que pensamos. Jamás te muestres sectario o fanático. Ábrete a todos los sistemas, porque en todos ellos hay parte de Verdad y de todos ellos podrás aprender algo”. ¿Es su consejo de maestro?

Abrirse a todas las enseñanzas genuinas. Hay 25 libros que para mí son la columna vertebral de la espiritualidad y, curiosamente, la mayoría está escrita por occidentales, no de esta época, sino como mucho de los años cuarenta y cincuenta, cuando no había nada comercializado y eran puros y serios.

Hay que buscar en la fuente. Aunque luego uno se permita licencias, pero por lo menos beber en la fuente. Lo que decía Picasso, primero aprender lo tradicional para luego romperlo. Pero lo malo es romperlo sin conocer la tradición.

¿En ese sentido, qué mantiene en su camino espiritual del cristianismo?

Yo soy universalista, como un buen gourmet. Soy un gourmet espiritual. Y trato de alimentarme de los grandes maestros. Todos los días los leo. En mi mesilla hay una serie de libros y un día me inspiro en el Dhammapada de Buda, otro día en el Bhagavad Gita, otro en los Evangelios, otro en el Tao Te Ching. Son alimento puro, inspirador, revelador, para la mente.

 ¿La Perla Dorada en el vértice de la cabeza se puede lograr?

Sí. La Perla Dorada es el sahasrara, el loto de los mil pétalos que hay en la cima de la cabeza, por donde los yoguis realizados, cuando mueren, envían su prana para salir por la “puerta de Brahma” y fundirlo con la Energía Cósmica. La Perla Dorada es la conquista de nuestro Ser más profundo. Pero antes de llegar a ella, están las otras perlas que se van asociando a los diferentes chakras, otra parte muy importante del Yoga si no se falseara… Los chakras son como pisos que al ir ascendiendo por ellos se clarifica nuestra visión.

El Yoga trata de despertar lo que llamamos la Bella Durmiente: esa luz o energía de sabiduría que, estando en todos nosotros, precisa ser activada a través de herramientas, a través de procedimientos.

¿Puede cualquier practicante de Yoga aspirar a los grados básicos del samadhi?

Hay samadhis muy provisionales que todos podemos experimentar en un momento dado. Incluso son esos instantes de plenitud que pueden venir a través del abrazo a un ser querido, de un poema, de la música, de la observación de un lirio, de la contemplación de un atardecer, o de quedarnos extasiados en el fuego. Son momentos de suspensión del pensamiento, son pre-samadhi.

Pero el samadhi ya como un estado muy superior de conciencia hay que trabajarlo mucho, porque solo aparece cuando el pensamiento conceptual cesa y se revela la luz del Ser.

En sus orígenes, el Yoga era una técnica espiritual. Los yoguis aspiraban al samadhi, porque nos saca del mundo de lo fenoménico, de la nesciencia, de la ignorancia. Pero hoy día nadie prácticamente aspira a ello. Solo los que se dedican muy a fondo pueden llegar a él. Pero al menos hagamos eso de “vamos hacia allí, aunque no lleguemos”. Si no llegamos en esta vida, quizá lleguemos en otras existencias, si las hay…

“Recorro ese gran vientre para conocerme y poder conocer a los demás, para hallarme y hallar en mí mismo a todos los otros”. ¿Es Ramiro Calle aún un sadhu errante?

De alma, de espíritu, de corazón, de sangre, soy un sadhu errante. Creo que una jugarreta del destino me colocó en esta otra situación. Pero mi alma siempre será la de un sadhu errante.

Por eso he escrito tanto sobre el sadhuísmo, y por eso cuando voy a la India me reciben como si fuera su hermano en los campamentos de sadhus. Me identifican como un sadhu urbanita, un sadhu occidental, pero uno de ellos.

“¡Cuánto se aprende peregrinando! Peregrinando en medio de la grandeza de la naturaleza, sintiéndose parte del Universo, arrojando fuera de sí los estúpidos vínculos y los prejuicios, combatiendo la debilidad del cuerpo con la plenitud del espíritu”. Magistral texto de El Yogui en el que alaba como beneficios de la peregrinación la paciencia, la liberación del tiempo y la resistencia… ¿Cómo podemos convertirnos en peregrinos?

Todos somos peregrinos por la Vía Láctea, nos demos cuenta de ello o no. Como decía Castaneda, “la vida es un desatino, pero se puede vivir con consciencia o sin consciencia”. Estamos peregrinando, pero hay que hacer esa peregrinación consciente y fructífera, para beneficio propio y de los demás.

Se dice que cuando Buda iba a morir le preguntaron: “Maestro, ¿y al final qué?”, y dijo: “Al final, mente clara y corazón tierno”. Todo lo que nos lleve a eso, es la Enseñanza.

Gracias, maestro.

Carmen Viejo para Yoga en Red. Carmen Viejo Heredero es profesora de yoga, escritora y periodista.