Con unas u otras palabras, lo dijo Buda, Jesús, Lao-tsé, Gandhi, Gudjieff y Krihnamurti. El poder es putrescible, pero mucho más cuando es ejercido por individuos cegados por la avidez y el odio. La humanidad no está dirigida por los más sabios, lúcidos, ecuánimes o compasivos, sino por personas enfangadas en su desmedido narcisismo, que no tienen ojos para ver las necesidades de los demás y mucho menos, por tanto, para poder atenderlas. Escribe Ramiro Calle.
El ego que se alimenta de poder es voraz e insaciable, no tiene límite, no tiene fondo, no repara en nada, nunca concilia los intereses propios con los intereses ajenos. Mundialmente no nos dirigen personas despiertas, sino individuos dormidos, des-almados (sin alma), que nos enredan en todo tipo de conflictos, guerras, despropósitos. Y la putrescibilidad alcanza a todas las formas de poder, sea político, eclesiástico, cultural o social. El poder es un veneno; las instituciones son su caldo de cultivo. Muchos de los que se ocultan tras la etiqueta de mediocre respetabilidad no son más que hipócritas. Por ello todos los iniciados han sido revolucionarios interiores, sabiendo que si no cambia la mente del reformador, ¿qué tipo de reforma va a hacer? ¿Qué revolución o qué reforma puede salir de una mente enlodada por la ofuscación, la avidez y el odio?
Hasta para el más neurasténicamente optimista es evidente que la violencia, la corrupción, la avaricia y el odio son los más destructivos y desoladores jinetes del Apocalipsis. Esta no es una época espiritual, aunque algunas mentes, las menos, aspiren a ello. Es una época, como dicen los hindúes, de agresividad y desamor, donde hay bellas orquídeas entre grandes campos de plantas venenosas. Es la época denominada por los hindúes Kali-yuga. Una época de sangre, de espanto, de desigualdades crecientes y de resquebrajamiento incluso de las instituciones que parecían más sagradas.
Ya hace años me senté en Rishikesh a orillas del Ganges a hablar de ello con un renunciante, cuya conversación completa incluyo en mi obra Conversaciones con Yoguis. No fue muy alentador pero sí muy realista en algunas cosas que me dijo en ese atardecer naranja-oro:.
«En esta época hay guerra y desempleo, la gente vive mal y con muchas frustraciones. Es una época muy difícil. Hay dificultades de toda clase. Sufrimiento. Pero hay también una especie de movimiento de recuperación ética que persigue una transformación de la vida, y los puntos de vista de la persona tendrán que cambiar. Se trata de conseguir un modo de vida superior, unos valores éticos y culturales. Pero en lo que se refiere a seguir el camino de los justos nos hallamos en un nivel muy bajo, tanto mental como físicamente.
Estamos realmente en una crisis. Hay crisis tanto general como individual. Se está sacrificando a niños y no mostramos ningún respeto por los ancianos, ni tampoco hacia las mujeres. Maltratamos a los débiles y todos, de vez en cuando, nos sentimos poseídos por una especie de terror. La curva va en continuo descenso. Hay corrupción en todo el mundo. La corrupción se ha convertido en un modo de vida y prevalece en todos los ámbitos de la sociedad. Esa es la condición caracteristica del Kali-yuga. El mercado negro ha traspasado todos los límites y ni las escuelas ni los tribunales están libres de contaminación. Y en lo referente a las instituciones religiosas, esas son las peores y no gozan de ninguna reputación. Y el cine es lo que las personas hacen y esperan de él.
Puesto que esto es así, todo podría cambiar si la gente quisiera, pero exigiría un cambio en su mentalidad y en su actitud. Se requiere una revolución en la actitud ética, así como unos preceptos sociales correctos. Y hacer mucho por la propagación del yoga, por la práctica para el desarrollo interior, y facilitar que se pueda practicar. Hay que recuperar la pureza de pensamiento, palabra y acción. Necesitamos un ambiente pacífico de existencia basado en principios éticos genuinos. Eso es lo esencial para este época de corrupción que es el Kali-yuga».
Así se expresaba Swami Adhyatmananda, mientras el susurro de las aguas del río Ganges acompañaba a sus palabras.
Yo había vuelto en aquel entonces una vez más a la India para buscar claves para el autodesarrollo y para poder desplegar ese germen de potencial lucidez y compasión que reside en el ser humano. Años después las palabras del swami se han quedado cortas y el Kali-yuga golpea más que nunca. Pero como reza un antiguo adagio que se pierde en la noche de los tiempos y que recogió el mismo Buda: «Hay una ley eterna: solo a través del amor puede combatirse el odio». Nunca a través del odio, ni de la crueldad, ni de la corrupción.
Ramiro Calle
Más de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.
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