«Tenía en mí la total convicción de que era eso lo que tenía que hacer. No fue sencillo al principio. Encontré muchas resistencias en mi entorno: la gente no comprendía cómo en plena crisis dejaba un trabajo donde la crisis no existía para dedicarme al yoga». Escribe María Mineth.
Estudié Diseño de Interiores con la intención de crear espacios que influyeran en el bienestar social. Pero cuando empecé a trabajar vi lo distinto que era el mundo de la construcción y sus laberintos. Tuve todo tipo de trabajos; el último, diseños de lujo, donde pude comprobar que crear no es cuestión de dinero, sino de conciencia humana y sensibilidad, y para ello se requiere calma, pero ese sector no la tenía. Decidí dejar mi trabajo para seguir mi pasión: vivir.
Recuerdo la primera vez que entré a una clase de yoga. Sentí: ¡pero cómo existía esto y yo sin saberlo! Me encontré como en casa. Empecé a practicar por una lesión en el cuello, y todos sabemos que de aquí se va profundizando a maravillosos rincones internos. Tenía en mí la total convicción de que era eso lo que tenía que hacer.
Antes de dejar el trabajo me formé como profesora. No fue sencillo al principio; encontré muchas resistencias de mi entorno, pues no comprendían cómo, en plena crisis, dejaba un trabajo donde la crisis no existía, tras ocho años de experiencia y cuando ya me desenvolvía bien, para abrirme a la incertidumbre. Pero seguí el impulso de lo que sentía por dentro sin hacer mucho caso ni a eso ni a muchos pensamientos que la mente me traía.
Gracias a la motivación y al entusiasmo por todo lo que yoga aporta, me presenté a un concurso de emprendedores convocado por el Ayuntamiento con un proyecto para hacer yoga en las empresas, y resultó premiado. Así que empecé a hacer talleres, y me salían clases algo lejos de casa. Invertí mis ahorros en este primer año y estabilicé esta actividad a tiempo completo.
Luego, por causalidades, me fueron saliendo trabajos cada vez más cerca de casa. Es una experiencia enriquecedora dar clases y compartir con toda la gente. Así seguía estudiando y profundizando en la práctica. En el tercer año, caminando por el centro de la ciudad en ese estado contemplativo, pasé por un edificio que siempre me había gustado y me paré en la puerta para mirar su aldaba en forma de mano dorada. Al lado había un cartel que decía: «Se alquila».
Sentí una sensación que ya había vivido al decidir dejar el trabajo. Era algo profundo que me invitaba a elegir ese lugar para compartir y ampliar todo lo aprendido. Así que, dispuesta a seguir la voluntad que me guiaba, fui a ver el local. Necesitaba una reforma y todo lo que conlleva una apertura, pero estaba en pleno centro y a pie de calle. Entonces recordé las palabras de un profesor: «Cultiva tu talentos y fortalece tu cuerpo físico y tu interior. Ten disciplina, pues un día la vida te traerá una prueba y tendrás que trabajar el doble».
La respuesta fue un sí. Solo faltaba el modo de poder hacer la inversión, pues a duras penas me había recuperado del cambio anterior. Era empezar de nuevo desde cero, pero ¿cómo hacerlo?
Siento que si la vida nos invita a hacer algo, también nos da la solución. Fui a un lugar especial para mí en la naturaleza, di una caminata y escuché con mi cuerpo todo lo que me rodeaba. Tras dos horas de paseo me senté en una piedra a meditar, y al fin lo vi. Volví a casa y, sintiendo lo que la vida me había susurrado, me puse a hacerlo. Escribí en una red social mi intención de abrir un centro para profundizar en el yoga y propuse colaborar de forma anual con una gratificación para los participantes. En una semana tenía todo el dinero necesario para tomar el local y hacer la reforma, más unos donativos inesperados. ¡No lo podía creer!
Como había estudié diseño de interiores, gestioné y dirigí la obra en verano, y fue todo muy rápido. De hecho. sin el conocimiento de yoga no lo podría haber realizado. Mi práctica deseada y disciplinada a la salida del sol me une a algo más grande que yo. Desaparecer y aparecer en todo. Los impedimentos que se presentan sirven para reconocer tantas cosas… Una de las experiencias que destaco es la ausencia de miedo. Fue sorprendente sentir tal confianza y certeza, así como ver que todo pasa por y para algo, haciéndonos aprender a cada paso.
Este centro me inspiró otra idea que llevé de nuevo al concurso de emprendedores de la ciudad, pues es importante que el yoga se introduzca en los elementos sociales de la cotidianidad. El proyecto ‘Belleza Celular’ fue premiado por su valor social de integrar la medicina natural preventiva con las artes contemplativas, de forma personal.
Y aquí seguimos, donde las vida nos lleve… Ahora, en este pequeño estudio, trabajando la sensibilidad y la belleza como seres humanos.
Gratitud infinita.
María Mineth. Directora del instituto Nacional de Yoga Somático
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